Por
  • Juan Ros

Dispersos y envejecidos

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En Aragón muchos municipios cuentan con menos de cien habitantes.
Jesús Macipe

La España rural está alzando la voz para que se la atienda más y mejor. Aunque se destinan fuertes recursos a los pueblos, no es suficiente y no se alcanzan los niveles de servicio que los habitantes necesitan. En algunos casos las carencias son tan grandes que casi son incompatibles con la ocupación del territorio con estándares de vida modernos. Los ‘expertos’ diagnostican despoblación y proponen más ayudas económicas (fiscales, instalaciones, infraestructuras). Sin embargo hay muchas lagunas y demasiados puntos débiles en los planteamientos, gran desorientación sobre las soluciones a adoptar, y certeza de que ninguna funcionará.

Aragón, con 28 habitantes por kilómetro cuadrado, no está gravemente despoblado. Nueve estados de Estados Unidos y hasta 22 regiones europeas, tres de ellas españolas, tienen menos densidad de población, algunas una décima parte que Aragón o menos y la mayoría no se consideran despobladas. Ven su baja densidad de población como una ventaja o un recurso, normalmente asociado a espacios naturales en buen estado.

En los últimos cien años Aragón ha ido ganando constantemente población, hasta sumar un 32% más. Se intenta usar como referencia el municipio, para que el problema parezca mayor. En Aragón es un error considerar el municipio como unidad de comparación en asuntos de despoblación, puesto que tenemos 544 municipios de menos de 500 habitantes de los cuales 212 tienen menos de 100 personas. En Aragón puedes encontrar un municipio de 200 habitantes repartidos en 16 núcleos, cada uno de ellos (con cuatro, cinco u ocho habitantes) requiriendo inversiones cada vez más costosas en mejorar su electricidad, abastecimiento, depuración, telecomunicaciones, servicios sociales, quitanieves, carreteras, etc. Nadie ha dicho todavía que muchos núcleos son inviables.

No pasaría nada por tener amplias zonas sin casas y sin urbanizaciones. No es verdad que los micro-núcleos mantengan los bosques y cuiden el medio, sino que normalmente suponen un impacto más negativo que positivo sobre el entorno.

La población está dispersa según un patrón de ocupación de hace siglos basado en la explotación intensiva del territorio para lograr una supervivencia mínima. La mayor parte de los núcleos dispersos son inviables y no pueden prosperar a medio plazo ni aunque se sigan inyectando en ellos recursos adicionales, salvo que mantengamos artificialmente a sus habitantes en plan reserva india.

La estrategia más importante y eficaz debe ser concentrar la población en núcleos técnica y económicamente viables, ofreciendo reasentamiento de calidad, energéticamente eficiente, primado y voluntario a las poblaciones exiguas, o improductivas o envejecidas. Unos núcleos desaparecerían a medio plazo y en otros se reforzarían servicios sanitarios, educativos, bancarios, comerciales y vitales de todo tipo. Pueden idearse programas de desconexión a largo plazo de la red pública para algunos núcleos inviables donde se considere que no tiene sentido invertir más dinero público o que afectan negativamente al medio circundante. Algunos ‘neorrurales’ que solamente desean vivir en pueblos de un puñado de habitantes, porque no les gustan las comunidades mayores, tendrían que afrontar privadamente la gestión de sus infraestructuras. Sin embargo, torpemente, Aragón facilita continuas nuevas ocupaciones donde no las había, lo que agrava mucho el problema.

Los efectos de esta perniciosa dispersión se amplifican con el envejecimiento, o sea, la falta de natalidad, que surge de la inversión de valores sociales, y no por la falta de conciliación laboral. En Estados Unidos una madre no cobra ni un día no trabajado por baja maternal, y allí tienen más hijos que en España y los tienen siendo seis años más jóvenes. Es una cuestión de prioridades, aquí los hijos son secundarios a las aspiraciones personales de viajar, disfrutar, tener pagada la casa, etc. Antes se tenían hijos en condiciones precarias, pero ya no.

El problema de la mal llamada despoblación es en realidad de dispersión y envejecimiento, este último particularmente grave. Hay que seguir fomentando la natalidad y apoyando al medio rural, pero de forma racional y sostenible, no como un indiscriminado pozo sin fondo ni aplicando las fórmulas de siempre, que son las únicas que se oyen últimamente, y que nunca han funcionado ni funcionarán.

Juan Ros es profesor de la Universidad de Zaragoza

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