Heraldo del Campo

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El último pastor de Alquézar, un hombre «muy feliz» entre ovejas

Antonio Aniés es el flamante ganador este año del premio ‘La huella de Chapu’, concedido por la Asociación de Ganaderos de Guara

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Antonio Aniés, que cumplirá el próximo 3 de septiembre 83 años, se muestra feliz con su ganado y muy emocionado con el galardón recibido.
José Luis Pano

Si quieren encontrar a un hombre feliz, pueden encaminar su búsqueda hacia la pequeña localidad de Radiquero, en el Somontano de Barbastro. Allí encontrarán rodeado de 1.600 ovejas de raza aragonesa y algunas cabras a Antonio Aniés Zamora, el último pastor del municipio de Alquézar, y flamante premio ‘La huella de Chapu’, concedido por la Asociación de Ganaderos de Guara por su labor de tres décadas apostando por la ganadería extensiva.

Antonio cumplirá el próximo 3 de septiembre 83 años y no ha faltado ningún día a su cita con las ovejas. Para ser exactos, solo faltó el 21 de marzo, cuando participó en el programa de actos organizado por la citada asociación y que culminó con la entrega de este premio que reconoce el mérito de quienes investigan, apoyan o contribuyen a fomentar la ganadería tradicional en el medio rural, sumándose a la labor emprendida por José Luis Gracia Chapullé, reputado ganadero de ovino en Aragón y veterinario que impulsó la creación de la Cooperativa de Sobrarbe y se mostró un acérrimo defensor del desarrollo de la ganadería extensiva en armonía con el medio natural.

Una vida dedicada al pastoreo desde su Radiquero natal, en el Somontano Alto y dentro de un entorno natural protegido como es la sierra de Guara, es lo que define a Antonio Aniés. «Es el tipo de persona que Chapullé valoraba por sus habilidades agropecuarias, su sabiduría y, sobre todo, por su sencillez», señalaba el presidente de los ganaderos de Guara, José Luis Barbanoj, al justificar la entrega del galardón.

Es el primer premio que le conceden y lo recibió «con mucha emoción» como reconocía con la voz entrecortada. Antonio tenía la vocación de pastor desde niño ya que su abuelo materno ya ejercía como tal, pero tuvo que hacerse cargo del cultivo de los campos. A los cincuenta cedió el testigo de la cosechadora y del tractor a su hijo Toño para hacerse cargo él de su verdadera pasión, cuidar de las ovejas y las cabras. Desde entonces «no he faltado ni un día en treinta años. Para mí ha sido vocacional».

Su rebaño, una vez criado, se vende para obtener ternasco. «Ahora ya tenemos 600 corderos para vender porque hemos terminado una de las crianzas. El mercado está mucho peor que hace treinta años cuando empecé, pero si tengo que comparar con el almendro, el cereal o el olivo, prefiero el ganado. Está mucho mejor que la agricultura», dice.

Su explotación ganadera cuenta con 130 hectáreas de su propiedad y otras tantas arrendadas. Además de su hijo, en la granja trabajan dos pastores más. «Pastoreo por estas tierras, subimos a las montañas de Radiquero, hasta San Pelegrín, y por la sierra Sevil, en Adahuesca», cuenta.

A su edad conserva agilidad física y lucidez mental que le impulsa a seguir con el ganado. La palabra jubilación no existe en su vocabulario. «Un amigo me preguntó que cuando me jubilaría. Le dije que si lo hiciera haría lo mismo que él, andar. Como pastor ya ando y encima gano dinero. Y además aquí estoy muy a gusto, estoy con la radio, ... Me entretengo aquí y no me llama viajar. Lo que te gusta no es sacrificado. Aquí soy feliz», dice. «Si volviera a nacer otra vez sería pastor», sentencia.

Antonio anima a los jóvenes a seguir su ejemplo aunque es pesimista sobre el relevo generacional. «Les aburre. Aunque la ciudad obligará a los jóvenes a regresar a los pueblos porque luego sobrarán». También pide a los gobernantes «que no recorten las ayudas a la ganadería, antes se hacía más dinero y ahora todo cuesta mucho».

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