Los de los pueblos

Los prejuicios sobre el mundo rural aún subsisten.
Los prejuicios sobre el mundo rural aún subsisten.
Krisis'19

Cuando me casé descubrí la profunda diferencia entre el pueblo y la ciudad. O mejor dicho entre dos formas de ser: la rural y la urbana. Experimenté en carne propia una categoría taxonómica que empleaban mi esposa y sus amigas: ‘los de pueblo’. Sin comerlo ni beberlo, descubrí un modo de ver el mundo muy particular. Entre ellas se consideraban a sí mismas ‘de Zaragoza de Toda la Vida’ y, por tanto, superiores. Es decir, nacidas en la capital con padres zaragozanos como ellas y con un cierto halo cosmopolita del que carecíamos al otro lado del Ebro y en las periferias de la capital. Aunque eran prudentes y cuidadosas procurando no ofender ‘al de Sabiñánigo’, en cuanto se relajaban recalcaban el abismo social, intelectual y moral que las separaba de los pueblerinos como yo. A mí ciertamente no me molestaba para nada su ‘tontería’ que, en el fondo, las convertía en pisaverdes, lechuguinas y jautas de ciudad.

Como más de una vez me ha recordado, nos delataban los calcetines, las ‘pinticas’ y un sinfín de detalles que marcaban las diferencias. Como dice mi santa: "Nunca pensé que me casaría con uno de pueblo". Han pasado unos cuantos años desde entonces y aquella ruralidad se ha borrado. La sociedad de consumo, los artilugios digitales y la extensión de Internet nos han homologado de manera implacable. Quedan muy pocos que puedan sentir el lujo de ser de pueblo. Salvo algunos críos y crías que disfrutan los veranos en las casas de sus abuelos. Pero ya no es lo mismo, ni volverá a ser a corto y medio plazo. Los usos y el imaginario social se han barnizado con aspiraciones industrializadas y digitalizadas por dispositivos electrónicos.

El simulacro de protesta del pasado domingo en Madrid puso en el centro de los medios de comunicación la ‘España vaciada’. Fue un éxito efímero. Espuma. Poco ruido y menos nueces. Desde los planes de desarrollo franquista la vertebración de nuestro país, de Aragón, y del resto de esta España nuestra se ha construido contra el mundo rural. Con la democracia no se revirtieron las dinámicas, ni tampoco se apostó por unas políticas públicas que ‘capilarizasen’ el territorio. Al contrario, se han diseñado infraestructuras y adoptado decisiones que necrosan el país. Sin embargo, hoy hay más recursos y ‘conciencia’ que nunca. Se ha extendido el victimismo tanto como la falta de acciones estratégicas y de unas administraciones públicas que acompañen, cuiden y protejan a las gentes que quieren vivir en el medio rural. Se han aplicado unas políticas agrícolas que han contribuido a sacar a la gente del campo. Se desconfía de agricultores y ganaderos. Se ha hiperburocratizado el sistema para hacer todo más complicado y difícil. Justo lo contrario de lo que debería ser.

Antes de que nos castigara la gran recesión, en la primera legislatura de Zapatero se promulgó la ‘Ley 45/2007, para el desarrollo sostenible del medio rural’. Ahí se dice que "es necesario establecer una política rural propia, plenamente adaptada a nuestras condiciones económicas, sociales y medioambientales particulares". Incluso se formula con claridad el objeto de la ley: "Regular y establecer medidas para favorecer el logro de un desarrollo sostenible del medio rural, mediante la acción de la Administración General del Estado y la concertada con las demás Administraciones Públicas. Sus objetivos generales son simultáneamente económicos, sociales y medioambientales".

En el mismo preámbulo se recalcaba, ¡hace doce años!, que "la Ley pretende contribuir a que los ciudadanos que habitan en municipios rurales puedan dar un nuevo salto cualitativo en su nivel de desarrollo, y a que el inmenso territorio rural y una buena parte de la población del país puedan obtener las mejoras suficientes y duraderas que necesitan. Todo ello en un nuevo contexto histórico, influido por una realidad posindustrial y globalizada, que genera nuevos riesgos pero también nuevos retos y oportunidades para el medio rural". Doce años después no estamos mejor, porque la estupidez urbanita ha colonizado nuestras expectativas. El día que descubramos las ventajas de vivir en el campo, cambiarán las tornas. Mientras no cambiemos de mentalidad y sigan las políticas nefastas esto no tiene solución.

Chaime Marcuello Servós es #profesor de la Universidad de Zaragoza

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