elecciones municipales de 1979

Y la imaginación descendió hasta la calle

En las capitales de Zaragoza, Huesca y Teruel, la ilusión y la colaboración entre grupos de distinto signo marcó la acción de las primeras corporaciones.

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Ramón Sainz de Varanda, aplaudido tras su investidura
Juan González Misis/Archivo Heraldo

Lo cuenta el abogado Francisco Polo -Paco Polo-. Son dos casos que, unidos, ilustran bien cómo el arranque de los primeros ayuntamientos democráticos tuvo mucho de especial.

Él, concejal por el Partido de los Trabajadores (PT) en el Gobierno municipal de Ramón Sainz de Varanda, en el Ayuntamiento de Zaragoza, fue el encargado de coordinar una visita del papa Juan Pablo II -finalmente se frustró- a la ciudad. Pese a su ideología, situada en las antípodas, no dudó en volcarse en la organización. “Mis convicciones eran contrarias, pero consideraba que era mi deber como concejal. Estábamos defendiendo al ayuntamiento; eso era lo que primaba”, destaca.

A su vez, Polo recuerda una ocasión en que el portavoz del PCE, el recientemente fallecido Gonzalo Borrás, planteó que el aragonés se pudiese utilizar en el Consistorio. “Cuando se lo plantearon a Merino -el último alcalde franquista- su respuesta fue ¡contestar en aragonés! Se aprobó por unanimidad. Él se reía, decía que no serviría para nada, pero dio su voto”.

En efecto, las primeras corporaciones municipales fueron un compendio de ilusión y de colaboración entre partidos de colores distintos.

Retrocediendo un poco, la última etapa de Miguel Merino como alcalde de Zaragoza -cargo que ejerció de 1976 a 1979- estuvo marcada por una falta de legitimidad ya evidente. Un testigo privilegiado es Gustavo García, durante muchos años director del albergue de Zaragoza y por entonces funcionario de plantilla del Ayuntamiento. García lideró muchas de las luchas sindicales de aquella etapa; estuvo, por ejemplo, detrás de la “feroz” huelga de los trabajadores municipales de 1977, que consiguió sumar por primera vez a la Policía Local y que “paralizó por completo” el Consistorio. “Durante 48 horas, los empleados encerrados en el Ayuntamiento ejercieron el poder local”, cuenta Javier Ortega en el libro ‘Los años de la ilusión’. “Tuvieron que entrar los antidisturbios a la casa consistorial a echarnos -recuerda en la actualidad García-. Empezaron a echar botes de humo, pero gracias a los bomberos regamos el suelo y al agacharnos reducimos el efecto. ¡Costó días limpiar aquello! Los propios policías nacionales eran los que se desmayaban porque no iban preparados”.

La falta de autoridad de los ediles era ya patente. Prosigue Gustavo García: “Teníamos más autoridad en la gestión que el propio alcalde. Recuerdo un pleno en el que me levanté y dije que un punto no se podía aprobar, por la razón que fuera. El alcalde me retiró la palabra pero, claro, la Policía Local no hizo nada, no intervino. Y los ordenanzas se negaban a apagarnos el micrófono. ¡Éramos nosotros los que les quitábamos el micro a ellos!”.

En ese contexto, llegaron las elecciones municipales. En la capital aragonesa, el PSOE fue claro vencedor, con 11 concejales.

Las primeras señales, eso sí, resultaron inquietantes. Al día siguiente, el 4 de abril, los ediles socialistas organizaron una caravana de vehículos para celebrarlo. Sin embargo, la Policía se interpuso e impidió la marcha. Santiago Vallés, ya concejal electo, fue detenido por negarse a retirar una bandera que asomaba por la ventanilla del vehículo. "Le dije al policía que me hiciera un recibo o no se la daba. Llegó el capitán, que apestaba a alcohol, y se puso como un energúmeno. Comenzó a golpear el coche con una fusta y causó desperfectos, con rotura de cristales y abollamientos. Me detuvieron porque me negué a irme. Pasé mi primera noche de concejal en comisaría", recordó Vallés en ‘Los años de la ilusión’. Más tarde se supo que ese “capitán” estaba en un bar fuera de servicio y “se vistió el uniforme al conocer la orden del gobernador civil de parar la caravana”.

Pese a esto, nada pudo impedir que el nuevo Gobierno municipal marcara su impronta. Y desde el principio: la primera decisión del pleno zaragozano fue sustituir los nombres de la calle del General Franco, la avenida de Calvo Sotelo, la plaza de José Antonio y la calle del Requeté Aragonés por, respectivamente, Conde de Aranda, Gran Vía, plaza de los Sitios y Cinco de Marzo.

Quizás donde más se notó el cambio de corporación fue en los festejos locales. Con las Fiestas del Pilar, por ejemplo, hubo un antes y un después de 1979. Gracias, entre otros, a las cuatro concejales del Ayuntamiento: Maruja Urrea y María Arrondo en el PSOE, Isabel Pérez Grasa en el PTE y María Antonia Avilés en la UCD. Como apunta el exportavoz socialista y ex teniente de alcalde Luis García Nieto en el libro ‘Que doce años no es nada’, “fueron las artífices de un acuerdo que derivó en la desaparición” de las Reinas de las Fiestas. Eso sucedió, recupera ahora García Nieto, porque las cinco pidieron reunirse con Sainz de Varanda y “le plantearon que se suspendiera la elección de la reina de las fiestas; que de lo contrario no acudirían a ningún acto”.

Aquellas primeras Fiestas del Pilar tuvieron también como protagonista a José Antonio Labordeta, encargado de la lectura del pregón. “Que la alegría no sea la oficial. Que la imaginación descienda hasta la calle y que el humor nos invada a todos, como si del cierzo se tratase", leyó el cantautor desde el balcón del ayuntamiento.

"Que la alegría no sea la oficial. Que la imaginación descienda hasta la calle y que el humor nos invada a todos, como si del cierzo se tratase"

La colaboración entre el PSOE, el PCE y el PT -que aunque abandonó pronto el Gobierno municipal siguió votando con sus socios- protagonizó el primer mandato de Sainz de Varanda. “Ahora, los plenos se han convertido en minisesiones parlamentarias; antes era un trabajo más colaborativo. Había más tradición de cooperación entre las fuerzas políticas, lo que evitaba algunas de las incorrecciones que en mi opinión tienen los ayuntamientos actuales”, analiza el periodista Luis Granell. En esa línea, dice Francisco Polo: “Todo el mundo colaboraba en mayor o menor medida, incluso desde la UCD y el PAR. Una de cada diez iniciativas se aprobaba por unanimidad, previa negociación. Entonces primaba más el servicio a la ciudad que figurar en la fotografía, como sucede ahora”. Ni siquiera la presencia del último alcalde franquista enrareció el ambiente. “Quiero tener un reconocimiento con Miguel Merino -dice Luis García Nieto-. Provenía del franquismo, pero era adorable”.

Esa etapa estuvo marcada además por la personalidad del propio Sainz de Varanda, un auténtico animal político. “Fue posiblemente el principal político aragonés de la Transición”, valora Eloy Fernández Clemente en ‘Los años de Andalán’, donde le describe como “inteligente, culto, astuto, aragonés, popular”. En su discurso de investidura, Sainz de Varanda dejó claro que el suyo no iba a a ser “un ayuntamiento para la izquierda ni para determinadas clases, sino para todos los ciudadanos, sin privilegios ni discriminaciones”. “Nadie se preocupe por que seamos de izquierdas: no llegamos con un afán revanchista, sino constructivo, de entrega al trabajo. Pero también es seguro que no aceptaremos nada contra los intereses del pueblo de Zaragoza y que serán nuestros enemigos primeros el lucro y la especulación”, proclamó a continuación.

Mientras, la etapa que se vivió en Huesca y Teruel tuvo matices distintos, puesto que los alcaldes eran de UCD, aunque el buen ambiente entre los distintos grupos no varió.

Luis Acín
El empresario Luis Acín, candidato independiente en Huesca, muestra fotos de la corporación de 1979
L. F.

En la capital oscense, la duda era quién sumaría los votos de los concejales independientes, si la UCD de José Antonio Llanas -proveniente del franquismo- o el PSOE de Santiago Marraco. Al final, optaron por Llanas. El candidato independiente era Luis Acín, también presidente de los empresarios pequeños y medianos de la provincia. “La izquierda estaba dispuesta a que yo fuese alcalde, pero Marisol Punzano, la concejal del Movimiento Comunista de Aragón, dijo que cómo iban a apoyar al presidente de los empresarios, un argumento entendible. ¡Nos sacó de un apuro! (se ríe). Te lo digo con sinceridad”, narra ahora Acín.

El entonces concejal, que en 1995 llegó a la alcaldía oscense por el PAR, destaca: “Teníamos tantas ganas de estar en democracia que el ambiente era cordialísimo. Creamos una comisión integrada por todos los partidos y no mirábamos las siglas; era un ambiente constructivo, mucho más de lo que observo ahora”. En muchos plenos, recuerda, terminaban y se iban todos a tomar un vino al bar de al lado.

"Nos llevábamos maravillosamente"

Eso mismo pasó en Teruel capital, como rememora Florencio Navarrete, de la candidatura independiente. “Tengo 87 años y la memoria me falla”, se disculpa al principio, y cuenta: “Nos llevábamos maravillosamente. Fue un momento histórico en mi vida y lo volvería a repetir… pero con los mismos concejales, ¿eh? Era como estrenar traje”.

Navarrete tiene muy buen recuerdo del alcalde, Ricardo Eced, una persona que “vivía con intensidad” el cargo: “Yo creo que no durmió en todo ese tiempo (se ríe). Estaba muy pendiente de todas las necesidades de Teruel”. Florencio Muñoz, número 3 en la lista de UCD y después primer teniente de alcalde, recuerda por su parte a Eced como alguien “muy trabajador y entusiasta”, que “se preparaba los temas a fondo y conectaba con la gente”.

Muñoz también tiene palabras para describir su paso por la primera corporación: “Eran tiempos precarios, pero había ilusión. Mi experiencia fue muy gratificante: la política se vivía de otra manera, tanto por parte del ciudadano como de los que nos presentábamos a las elecciones.

Consulta los reportajes especiales de las elecciones municipales de 1979.

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