Director de HERALDO DE ARAGÓN

Aragón vaciado

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Gran parte de Aragón se está quedando vacío, sin gente.
Viticor

La serie de reportajes diarios con los que HERALDO recorre ‘Aragón pueblo a pueblo’ difícilmente podrá volver a repetirse. Muchos de los 731 municipios aragoneses se mueren y en los próximos años, si no se aplica algún remedio urgente, desaparecerán; perdiéndose con ellos una buena parte de la historia y etnografía aragonesas. Han comenzado a ser borrados de los mapas y el nuevo paisaje rural vive amenazado por el avance del desierto demográfico. Aragón, al igual que otros muchos territorios de la España interior, sufre una veloz redefinición de su geografía rural. La pérdida demográfica es un goteo incesante promovido por la falta de empleo, servicios y todo tipo de alternativas. Permanecer en un pueblo se ha convertido en un acto de militancia, en una batalla personal que implica una lucha, casi siempre en solitario, contra la ‘España vacía’, un acertado término que fue acuñado por Sergio del Molino.

Los fuertes flujos migratorios de mediados del siglo pasado llevaron a España a convivir con un desordenado modelo de crecimiento urbano que vació los pueblos del interior de la Península. La elevada demanda de mano de obra y la confirmación de que las grandes concentraciones generaban grandes oportunidades, sirvieron para marcar el ritmo y la velocidad de un cambio hacia la modernidad que se construyó sobre un modelo radial. El ‘kilómetro cero’ de la Puerta del Sol ejemplificaba cómo se comprendía España y cómo se ordenaba administrativamente un país que no reparó en la necesidad del equilibrio.

La España de las autonomías supo poner foco en el territorio, pero no logró frenar un vaciamiento que terminó por aceptarse como una consecuencia más del crecimiento. El freno a la despoblación se entendió como un imposible y, más por estética que por convencimiento, se optó por espolvorear sobre los pueblos una relación de pequeñas inversiones para acallar la preocupación. Los años de la llegada de los fondos europeos y del crecimiento económico terminaron por darse de bruces con la existencia de un modelo de financiación autonómico que se demostró insuficiente y excluyente. La injusta planificación estratégica de las grandes infraestructuras y un irresponsable olvido de las principales urgencias condenaron al medio rural a convertirse en un país de segunda.

Asentar población pasó a ser un empeño imposible. Pese a la existencia de una arquitectura administrativa con capacidad suficiente para la adopción de medidas, continuó faltando sensibilidad política. La búsqueda de los votos, mucho más numerosos en el ámbito urbano que en el rural y mucho más rentables aún en las autonomías con mayor población que en las del interior, desplegó un manto de olvido sobre los pueblos.

Las Cortes de Aragón, en cualquier caso, demostraron esta semana que la sensibilidad no se ha perdido y que frente a la posibilidad de que Teruel volviera a perder un diputado autonómico por culpa de la despoblación se optó por el acuerdo.

Existen alternativas para defender el territorio, medidas ya exploradas con éxito en Europa y que se han demostrado tan valientes como efectivas, pero todas ellas han requerido de una gallardía política que exige la aceptación de riesgos.

Siempre ha habido guiños. La apresurada reacción del pasado viernes del Gobierno de Pedro Sánchez, claramente afectada por la proximidad electoral y por la marcha que hoy discurrirá por Madrid, podría entenderse como otro más. Confiar en la medición del impacto demográfico en las futuras licitaciones públicas resulta poco más que un gesto cuando se ignora que la mejor forma de abordar el desorden poblacional pasa por un nuevo modelo de financiación autonómica. Y de hecho el plan del Gobierno no ha convencido a los afectados.

La reivindicación de ‘La Revuelta de la España Vaciada’ traslada un grito angustioso, una última llamada de socorro que apuesta por evitar un fracaso colectivo y que requiere, necesariamente, un nuevo empleo de la escuadra y el cartabón con los que se han venido pintando los mapas en los últimos años. La manifestación de la España vaciada, definida con un participio que pretende dar un paso más al reclamar responsabilidades, denuncia años de olvido y un sostenido comportamiento político que, por acción o por omisión, no ha sabido calibrar la importancia del daño causado.

miturbe@heraldo.es

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