miravete de la sierra

Miravete se apaga entre monumentos

El municipio, que saltó a la fama con la campaña publicitaria ‘El pueblo en el que nunca pasa nada’, agoniza a pesar de su rico patrimonio con solo 8 residentes permanentes.

Miravete de la Sierra
Juan Manuel Pérez –a la izquierda– y Fernando Sangüesa pasean por una calle de Miravete con la iglesia parroquial al fondo.
Jorge Escudero

Tras el destello de popularidad que conllevó la innovadora campaña publicitaria ‘El pueblo en el que nunca pasa nada’ en 2008, Miravete de la Sierra se ha apagado poco a poco en los medios de comunicación y ha continuado con una regresión demográfica que amenaza la misma supervivencia del pueblo. El monumental municipio tiene un censo de 35 habitantes, de los que solo ocho residen permanentemente. Solo un establecimiento resiste abierto, el Multiservicio rural, que aglutina bar, tienda y restaurante y en el que solo de tarde en tarde entra algún vecino a tomar un café y recoger el pan.

El pequeño hotel acondicionado por el Ayuntamiento en la Casa del Cura con una inversión de 500.000 euros acumula ocho gestores en poco más de una década. Juan Manuel Pérez, del puñado de residentes permanentes de Miravete, cuenta que el penúltimo gestor llegó a principios de 2018 ilusionado, pero “a su familia no le gustó el lugar, vieron que apenas había negocio y se marcharon”. Ahora solo abre los fines de semana si hay reservas cerradas.

José Manuel Pérez, un pastor jubilado, recuerda con nostalgia los tiempos de su infancia, cuando había en la escuela 40 niños entre chicos y chicas. Desde hace décadas no hay colegio por falta de escolares y, en invierno, el vecino más joven es José Manuel, de 49 años, que se encarga del Multiservicio. Le sigue el propio Pérez, con 60 años. La docena de masías habitadas de mediados del siglo XX en las que vivían un centenar de personas está vacía y solo quedan tres de ellas en pie porque el abandono ha convertido al resto en montones de escombros.

Otro vecino, Fernando Sangüesa, se acerca al Multiservicio mientras hace tiempo para la visita del médico a sus padres, de 94 y 96 años. Reparte su vida entre Miravete y Madrid, donde emigró y trabajó como auxiliar sanitario. Admite que no ve “ningún futuro” para el pueblo, a pesar del esfuerzo inversor llevado a cabo por el Ayuntamiento con el acondicionamiento de calles, la restauración de la iglesia parroquial o la habilitación de un hotel y dos casas rurales, entre otras actuaciones. Tampoco le ha servido de mucho haber sido pionero en la lucha contra la despoblación con la campaña “¡Salvemos Teruel!”, lanzada desde Miravete en 1977 y precedente de Teruel Existe.

Sangüesa se marchó del pueblo con 17 años, primero a Barcelona y luego a Madrid. Cuando salió de Miravete había un centenar de vecinos, una tienda y dos bares. “Aquí vivía mucha gente, había agricultura y ganado, pero los jóvenes nos marchamos y solo se quedaron los mayores”, recuerda. Las casas están bien conservadas pero solo se ocupan en verano, como segundas residencias.

José Manuel explica que entre semana en el Multiservico solo sirve un par de cortados los dos días en que llega el reparto de pan –”once barras”, precisa– procedente de Villarroya de los Pinares. Los vecinos que todavía pueden andar y salir de casa recogen su pan y se toman una infusión. En agosto, con el pueblo lleno de veraneantes, hace caja para “sobrevivir con apuros” el resto de año.

Algunos fines de semana llegan grupos de visitantes atraídos por el rico patrimonio artístico del pueblo y por el experimento publicitario de ‘El pueblo en el que nunca pasa nada’ –un regalo de la agencia Shackleton–, que, como dice el hostelero, se ha consolidado como la “etiqueta” de Miravete.

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