Lo que el Ebro se llevó, un viaje al pasado industrial de la cuenca de Mequinenza

Un libro publicado por Miguel Calvo Rebollar da cuenta de las técnicas, las obras y los modos de vida que marcaron esta zona carbonífera en las últimas décadas del siglo XIX y en la primera mitad del XX.

Descargadero Fradera, en Fayón
Descargadero Fradera, en Fayón
Lo que el Ebro se llevó (Prames)

Miguel Calvo Rebollar, catedrático de Tecnología de los Alimentos de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Zaragoza, ha publicado recientemente el libro ‘Lo que el Ebro se llevó. Minas, trenes y barcos en la cuenca carbonífera de Mequinenza' (Prames), en el que da cuenta de las técnicas, las obras y los modos de vida que marcaron la cuenca de Mequinenza en las últimas décadas del siglo XIX y en la primera mitad del XX. La obra incluye además abundante material fotográfico sobre el transporte minero y fluvial durante esa época.

Calvo, apasionado de la geología y los meteoritos, es además autor de ‘Minerales y Minas de España', una obra sobre mineralogía topográfica de España que, hasta la fecha, es la más extensa que se haya publicado sobre cualquier otro país del mundo. Consta de nueve volúmenes, publicados entre 2003 y 2018, que suman más de 5.000 páginas en las que se describen los yacimientos en España (más de 10.000 localidades) de 1.230 minerales distintos.

“Aunque profesionalmente me dedico a la bioquímica de los alimentos, desde joven he llevado como aficionado una ‘segunda actividad’ investigadora sobre mineralogía topográfica, es decir, sobre qué minerales se encuentran en cada yacimiento en España y sobre la historia de las minas en las que se extraen. Además de ‘Minerales y Minas de España’, hace algunos años también escribí un libro titulado ‘Minerales de Aragón’ (Prames) pero en estos casos no estaban incluidas las minas de carbón, ya que el carbón se considera técnicamente una roca, no un mineral”, explica Miguel Calvo.

En su afán investigador, relata que “buscando información sobre minas, me encontré con que las de la zona de Mequinenza se habían explotado de una forma que prácticamente se puede considerar única en el mundo, especialmente en cuanto al sistema de transporte del lignito, que era el tipo de carbón que se extraía, y que había pocos trabajos publicados, especialmente teniendo en cuenta el elemento gráfico. Aspectos como el transporte por el río, con los procesos de carga y descarga, eran prácticamente desconocidos”.

El catedrático señala que el lignito de esta zona era de una calidad muy mala como combustible, con mucho azufre y muchas cenizas, y se encontraba en capas muy delgadas y en lugares desde los que era difícil de llevar a los centros de consumo, “principalmente Barcelona y alrededores. A cambio era fácil de extraer con pocos medios, y no contenía gases como el grisú, y tampoco cuarzo, por lo que no había riesgo de explosiones ni de silicosis. Aun así, en épocas normales no podía competir con otros carbones, especialmente con la hulla inglesa importada”.

A finales del siglo XIX, cuando el ferrocarril llegó a Fayón, en 1892, se pudo crear un sistema de transporte “peculiar, combinando ferrocarriles mineros tirados por mulas (posteriormente algunos utilizaron pequeñas locomotoras), con tubos inclinados por los que se dejaba caer el carbón entre dos tramos de ferrocarril, para salvar la diferencia de cota entre la mina y la ribera del Ebro. En la ribera del Ebro se cargaba en embarcaciones, ‘llaüts’, que lo transportaban río abajo hasta la estación de Fayón y una pequeña parte hasta consumidores como la Electroquímica de Flix”, cuenta.

A su regreso, los barcos remontaban la corriente arrastrados por mulas desde la orilla por caminos de sirga. “En Fayón se descargaba el lignito, primero a mano, con cestos, llevándolo en carros a la estación donde se cargaba en vagones del ferrocarril de Madrid a Barcelona. Al crecer la producción se construyeron descargaderos mecánicos de varios tipos, todos peculiares. -subraya-. Durante la Primera Guerra Mundial, con la falta de carbón importado, la minería del lignito creció de forma explosiva en la cuenca de Mequinenza, e incluso varias empresas catalanas compraron minas en la zona para asegurarse el suministro. También durante la Segunda Guerra Mundial y en los años siguientes, el carbón de la cuenca de Mequinenza fue muy importante para la industria catalana”.

Primer tramo de ferrocarril de la mina de Vallcarca

Todo esto creó unas estructuras y un modo de vida que ‘el Ebro se llevó’ cuando se construyó el embalse de Riba-roja, aunque se mantuvo alguna mina en activo hasta hace pocos años. Quedan las fotografías, de las que en el libro se reproducen más de un centenar, procedentes de distintos archivos y, como apunta Calvo, en la zona “aún quedan restos de patrimonio minero en bastante buen estado, como las instalaciones de minas como Vallcarca, en Almatret; o Andresita, en Mequinenza; los alojamientos para los obreros de la empresa La Carbonífera del Ebro, en Mequinenza y las fábricas de cemento de La Granja d’Escarp”.

Fayón y Mequinenza

Los vecinos de localidad de Fayón, en la comarca zaragozana de Bajo Aragón-Caspe, siguen sin olvidar su otro pueblo, el que se encuentra sumergido bajo las aguas del embalse de Riba-roja. Apenas quedan vestigios identificables del antiguo municipio más allá de la torre de la iglesia semisumergida, las antiguas viviendas de los trabajadores del ferrocarril y el cementerio.

Los fayonenses que vivieron en el viejo pueblo todavía recuerdan sus calles y las embarcaciones (‘llaüts’) que surcaban el Ebro llenas de lignito procedente de las minas de Mequinenza, Almatret y Fayón rumbo a la estación de tren, un lugar próspero que llegó a tener una población de 1.800 habitantes.

Sus vecinos se vieron obligados a desalojar el pueblo debido a la construcción del embalse. La Enher (Empresa Nacional Hidroeléctrica del Ribagorzana) proyectó allí los pantanos de Riba-roja y Mequinenza, una decisión que obligó a las últimas familias de Fayón a abandonar el pueblo para siempre en noviembre de 1967. El pueblo fue inundado sin previo aviso el 18 de noviembre de aquel año, cuando todavía se estaban negociando los convenios de expropiación con la Enher, y sin haber alcanzado un acuerdo sobre las indemnizaciones.

Habitantes de Fayón recogen precipitadamente sus pertenencias, el 24 de noviembre de 1967

En Mequinenza ocurrió algo parecido. Aunque las aguas no cubrieron el pueblo sí que anegaron parte de sus terrenos -la presa que inundaba Mequinenza y Fayón era la presa de Riba-roja-, por lo que finalmente se decidió indemnizar a sus vecinos y derribar el pueblo por completo. En la zona quedarían el edificio de las escuelas, denominado Grupo Escolar de María Quintana, hoy sede de su Museo de Historia.

Enher llegó a Mequinenza a principios de 1956 y los pleitos duraron hasta 1973, fecha en que se construyó el pueblo nuevo, a unos 2 kilómetros del original -'Lo Poble'-, pasando de la margen izquierda del Ebro a ubicarse en la margen derecha del río Segre. El pueblo viejo fue demolido casa por casa tras el comienzo de los derribos el 11 de abril de 1970. Los vecinos se vieron obligados a dejar atrás sus recuerdos y aquello marcó el fin de una economía que hasta entonces estuvo basada en la industria, la minería del carbón y la manufactura textil, apoyada en la navegación fluvial.

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