Julián Gállego, un renovador de la docencia

El profesor Julián Gállego (Zaragoza, 1919-Madrid, 2006) cambió la forma de interpretar la pintura de nuestro Siglo de Oro y abordó la recuperación crítica del arte español del XIX, sembrando con su docencia universitaria una valiosa semilla.

Gállego subrayó el carácter simbólico de la pintura española del siglo XVII.
Gállego subrayó el carácter simbólico de la pintura española del siglo XVII.

Con el madrugador acicate de los bellísimos textos que tanto Guillermo Fatás como Juan Domínguez Lasierra han dedicado al ‘mítico’ Julián Gállego en HERALDO, con motivo del centenario de su nacimiento en enero de 1919, redacto este retazo (todo conocimiento del otro es fragmentario) sobre él, a modo de esbozo a vuela pluma.

Vaya por delante que, dejando aparte mi inquebrantable amistad con el llorado profesor Santiago Sebastián, que ni en lo personal ni en lo académico tiene parangón, siempre he visto como referente primordial la obra de quienes considero, por clarividente sugestión de mi catedrático y director de tesis don Francisco Abbad, los tres grandes maestros de la historia del arte español de los últimos tiempos, con cuyos libros he cimentado mi formación como historiador crítico del arte: Enrique Lafuente Ferrari, Juan Antonio Gaya Nuño y Julián Gállego.

Antes de mi primer encuentro académico con Julián había leído con delectación algunas hermosas monografías de pintura francesa contemporánea, lujosamente ilustradas, de la editorial suiza Skira. Recuerdo cuando, recién editado, llegó a la rala biblioteca de la cátedra de Historia del Arte de nuestra universidad su libro ‘Visión y símbolos en la pintura española del Siglo de Oro’, en la versión original francesa (Kleinsieck, 1968), que el profesor Abbad puso selectivamente en mis manos para que tuviese el privilegio de ser su primer estudioso aquí.

El libro, editado en español por Aguilar (1972) y Cátedra (1984), fruto de diecisiete años de trabajo y sosegadas lecturas en los ricos fondos de la Biblioteca Nacional de París, a la que Julián acudía de modo regular cada día (todo el tiempo que le dejaban libre sus apasionadas visitas a exposiciones de arte y museos parisinos), es y seguirá siendo el mayor hito historiográfico del arte español, ya que transformó la visión de nuestra pintura del Siglo de Oro de realista en simbólica, tesis de la que han vivido cuantos se han ocupado del tema después, españoles e hispanistas, lo hayan reconocido o no.

No resulta, pues, sorprendente que la Universidad Autónoma de Madrid, recién creada junto con la Universidad Autónoma de Barcelona, asimismo en el año 1968, decisivo en la trayectoria del futuro profesor Julián Gállego, le ofreciese un contrato de catedrático de Arte Moderno y Contemporáneo, junto a Joaquín Yarza, que se ocupó del Arte Medieval.

Aunque la importante dimensión docente universitaria de Julián no ha trascendido apenas, o no tanto como sus otros perfiles profesionales, ha tenido un peso similar e incluso mayor en el contexto de una docencia universitaria cuyos anticuados programas y explicaciones en el aula concluían siempre en el siglo XVIII con la figura singular de Francisco de Goya. Los siglos XIX y XX quedaban como ‘terra ignota’, con secular retraso respecto a las escuelas alemana y francesa de historia del arte y de las traducciones de sus mejores obras.

Tan solo el impagable volumen de ‘Ars Hispaniae’ dedicado por Juan Antonio Gaya Nuño al arte español del siglo XIX, publicado en 1958, había supuesto un primer avance. A la docencia inexplorada y a la recuperación crítica de este arte español del siglo XIX, en plena madurez intelectual, con cincuenta vigorosos años y durante dos décadas, iba a dedicar sus clases universitarias Julián Gállego. Como atesoraba un sólido conocimiento directo de la cultura y del arte francés del siglo XIX, es decir, de las vanguardias contemporáneas, podía siempre situar su mirada en horizontes europeos mucho más amplios.

Un profesor universitario y, en general, cualquier maestro o profesor, no puede augurar sobre qué tierra, yerma o cultivada, va depositando la semilla del conocimiento crítico, pero siempre espera como máximo galardón o recompensa que alguno de sus alumnos la acoja, la transforme, la haga fructificar y la lleve más lejos. El genuino orgullo y el mejor pago de un profesor es que alguno de sus alumnos le supere; pero eso no depende de la diligencia bien hecha, sino del azar generacional y de otros factores. El docente, el profesor universitario Julián Gállego sembró con diligencia en el aula esta nueva visión del arte español decimonónico. Su saber gozó de una inteligente recepción por varios de sus discípulos. Seleccionar solo a uno de ellos siempre me ha creado problemas entre los colegas, pero no escarmiento (ni quiero). Por ello dejo constancia de quien, a mi juicio, es su mejor continuador y amplificador en este perfil: el profesor Carlos Reyero, cuya docencia e investigación son las de mayor calado y alcance sobre el tema sembrado con tanto fruto por Julián, en esta faceta menos conocida de su rica personalidad.

Gonzalo M. Borrás Gualis es profesor emérito de la Universidad de Zaragoza