“Tengo remordimientos por no tenerla en casa, pero en el centro está mejor”

Conchita Martínez, 75 años, es hermana de Marisol, de 77, interna en la residencia Sonsoles de Atades y usuaria del programa de envejecimiento activo en personas con discapacidad intelectual.

Conchita Martínez, hermana de Marisol, usuaria de Atades.
Conchita Martínez, hermana de Marisol, usuaria de Atades.
E. R. D.

Cuando nació, el cerebro de Marisol no recibió suficiente oxígeno y pensaron que estaba muerta, pero la comadrona logró reanimarla. También es epiléptica, tiene hipotiroidismo y un problema de corazón, y ahora está de neurólogos porque hace un año sufrió un desvanecimiento.

Ha sido siempre conflictiva, dice Conchita, su única hermana. “Es como una niña de 7 años, pero con la experiencia que le dan los 77”, explica, y añade que tiene prontos que la hacen “difícil de tratar”. Marisol siempre se consideró igual que los demás, pero lo cierto es que no aprendió a leer y escribir a la edad que lo hicieron sus compañeros, y de hecho nunca logró una comprensión lectora adecuada. “Pero tiene una capacidad especial para interactuar con los demás”, asegura su hermana pequeña.

Hasta los 47 vivió en el domicilio familiar. “Era independiente, en el sentido de que no dependía de ninguna norma. Hasta que nos dimos cuenta de que a veces se iba de casa y no sabíamos cómo localizarla. A veces nos la devolvían los vecinos, que se la habían encontrado caminando sola por el campo. Y ante el miedo de que algún día le pasara algo, la llevamos a Atades”. Ahora, Marisol vive en la residencia Sonsoles y, cuenta Conchita, “está encantada”.

“Es el mejor sitio donde podría estar, pero a veces tengo el remordimiento de no tenerla en casa. Y luego me doy cuenta de que tenerla en casa es misión imposible. Con los años todos vamos envejeciendo, yo tengo 75 años, y ya no puedo darle las atenciones que necesita. Por eso son tan necesarios estos centros”, resume Conchita. Antes, dice, se la llevaba a casa los fines de semana, pero dejó de hacerlo porque Marisol a veces se levanta por las noches y le da por hacer limpieza. Que, básicamente, consiste en encharcar el suelo con la fregona, o limpiar el baño a base de papel higiénico. “Así que yo no dormía en toda la noche por miedo a que se levantara y, más allá del tinglado que podía montarte, se resbalara y se hiciera daño. Ahora ya no duerme nunca en mi casa, y cada dos semanas más o menos me la llevo a pasar el día conmigo y con mis amigas, damos un paseo, y después la devuelvo a la residencia”.

En la unidad de geriatría de Sonsoles lleva unos tres años, y allí participa en talleres de envejecimiento activo que le estimulan la memoria y la mantienen en forma. “Le vienen bien los cursos para que no se olvide de firmar, o de escribir”, explica Conchita. La ventaja de estar en estos centros, a su juicio, es que su hermana puede hacer las mismas cosas que haría en casa, pero con cuidadores. “Son profesionales totalmente vocacionales. No es fácil trabajar allí”, se deshace en halagos. Ahora hay mucha integración en los colegios, y a un niño con discapacidades se le integra en un colegio normalizado siempre que sea posible. “Pero hace 70 años... Mi padre nunca admitió que su hija pudiera estar en una asociación como Atades, como si aquello fuera un baldón para la familia. Menuda tontería -recuerda-. Si no estuvieran estos centros, qué haríamos con ellos en casa”.

“¿Que si tengo un plan por si ella me sobrevive? Pienso que tendría que buscar un sitio donde se hicieran cargo de ella. Pero mientras pueda, me ocuparé yo”, concluye.

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