Por
  • Juanma Fernández

Neymar o mi madre

En verano, la sanidad se ralentiza
En verano, la sanidad se ralentiza

A principios de junio, como Neymar en el Mundial, mi madre se marcó un piscinazo tremendo en la plaza del Castillo de Casetas. Nadie la tocó pero se fue de bruces; llevaba una bolsa de la compra en una mano; imaginen las viandas rodando por la acera y ella en el suelo, pidiendo falta o, por Dios, que la levantaran. Los vecinos, que en el barrio son solícitos, la auparon mientras exigía penalti o que acabara ya esa vergüenza que pasa uno cuando se va a la mismísima. Transportada como Desmond Doss cargaba a los militares heridos en mitad de la batalla en ‘Hasta el último hombre’, fue mi tía Mariví (que tiene la ferretería en la plaza) quien le aplicó la primera cura. Ocurrió que lo que parecía una raspadura en la rodilla evolucionó a una inflamación que aquello parecía la pierna de Patricio, el amigo de Bob Esponja, de lo hinchada que estaba. El diagnóstico fue claro: rotura de rótula. Esto es: escayola y reposo; hasta ahí todo bien. Pero luego llegó agosto y se ve que la sanidad aragonesa no tiene medios para esas fechas; así que la paciencia esperanzada se convirtió en un tedio que trataron de paliar con una carta de disculpas anticipadas.

El caso es que se ha tirado agosto con la única indicación de que no doblara la rodilla; nada más hemos sabido, a pesar de que a finales de julio le indicaron que en dos semanas se le debía hacer otra radiografía. Así que mi madre y su maltrecha ‘pata’ han estado un mes solas, conociéndose, sin abusar de los servicios de Urgencias porque ni están para eso, ni las cosas van de remendar las miserias públicas comportándonos como malos ciudadanos. Y conste que la queja no va por los médicos y enfermeros, que siempre han sido correctos y no han dudado en aplicar toda medida que estuviera en su mano. La familia quedó maravillada de la cantidad de escayola que le llegaron a poner en el Clínico a tal punto, que el día que se la quitaron casi pedimos que nos la pusieran para llevar y así levantábamos un tabique.

La pena es por las carencias que vivimos en un país que todavía no ha convencido a sus ciudadanos de por qué es tan importante pagar impuestos. En Aragón, al menos, ser contribuyente es una responsabilidad que cuesta entender en un región que a veces parece que solo crea problemas a quienes confían en ella.