Un paseo por las ermitas rupestres de Sobrarbe

La riqueza natural, paisajística y artística convierten a Sobrarbe en un enclave de gran interés turístico.

Ermita de San Lorenzo: restos del muro de mampostería.
Ermita de San Lorenzo: restos del muro de mampostería.
Javier Romeo/Prames

Sobrarbe es una de las comarcas más conocidas de Aragón, gracias al Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido y su enorme impronta en nuestra historia, al ser el territorio donde se ubicó uno de los antiguos condados medievales que acabarían dando lugar al reino de Aragón.

El Pirineo central, con sus tresmiles y valles glaciares, los propios glaciares relictos que quedan agarrados a las cumbres, la cuenca del Cinca, con sus afluentes Ara, Cinqueta, Bellós, etc., y grandes masas forestales de tipo mediterráneo y atlántico, son protagonistas paisajísticos y medioambientales de la comarca.

A la mencionada riqueza natural y paisajística, que hace que sea objeto de un gran interés científico, hay que sumar el rico patrimonio histórico-artístico (sobre todo de construcciones románicas y casas fuertes) y antropológico. En este contexto se propone la aproximación a tres ermitas rupestres que unen el interés de su entorno a los valores constructivos simbólicos y referenciales.

La Espelunca de San Victorián

En Fosado (término de La Fueva) se localiza esta ermita, situada en los farallones calizos de la cara sur de sierra Ferrera, cerca del monasterio de San Victorián de Asán, dominando un extenso paisaje de La Fueva y del sur de Sobrarbe. Su cronología oscila entre la fundación legendaria del siglo VII y los datos de construcción actual (siglo XVI).

Su acceso presenta una dificultad media. Desde la N-260, en las cercanías de Aínsa, hay que dirigirse hasta el monasterio de San Victorián, donde se aparca y se toma la senda señalizada que lleva, hacia el este, a la ermita en 1 hora y 30 minutos o en 2 horas de caminata ascendente.

La ermita de la Espelunca se sitúa en un lugar sorprendente, único, excepcional, de ineludible y casi imperdonable visita. Es un escondido enclave de peña Montañesa, ese escarpe rocoso, que parece casi inaccesible, donde abre su boca la cueva rupestre que acoge a esta ermita cuya denominación describe a la perfección, en aragonés, su formación: una oquedad, una cueva.

Mayor interés contiene su interior, que permite la instalación de las zonas de culto con holgura. Por su techo se pierden una serie de chimeneas que tendrán su salida en algún punto de la parte superior de la montaña. Un interior que todavía conserva unos arcos adosados a ambos lados a modo de capillas y los restos barrocos de su altar mayor, aunque -eso sí- muy deteriorado.

Ermita de San Visorio

Localizada en un apacible paraje del monte situado al oeste de San Vicente de Labuerda, desde donde es visible, su construcción data del siglo XVIII, aunque la tradición remonta su origen al X.

El acceso hasta ella es fácil. Desde Aínsa, por la A-138 en dirección a Francia, se alcanza Labuerda, donde hay que tomar un estrecho vial que arranca entre casas, a la izquierda, para llegar al pequeño núcleo de San Vicente (2 kilómetros). Una vez aquí, se sigue por una senda que parte desde la iglesia hacia los montes del oeste, donde se ve la ermita (45 minutos).

San Visorio, reconocible en medio de la vegetación por la mancha blanca de su fachada, es un interesante eremitorio rupestre, de esos en los que se aprovecha una oquedad en la roca para ubicar la nave, siendo necesario levantar únicamente la fachada.

Una vez que se traspasa el umbral de la construcción se entra al sencillo interior. Sencillo en cuanto a formas y estructura, que no en lo tocante a su decoración. Y ello se debe a que en la cabecera de este santuario rupestre fechable hacia el siglo XVIII se conservan unas deliciosas y populares pinturas murales.

Ermita de San Lorenzo

Se sitúa en Revilla (término de Tella-Sin). Tras superar el mirador donde se disfruta, desde un vertiginoso desplome, de la potente surgencia del Escuaín que aparece al fondo, así como del vuelo del quebrantahuesos, el sendero sube por una faja estrecha, pero accesible.

La ermita aparece cobijada por un pequeño saliente rocoso. De posible origen románico (entre los siglos XI y XII), presenta abundantes reformas posteriores. Las fechas de sus inscripciones se concretan en el siglo XVII y posteriores.

Es sencillo llegar hasta ella. Para acceder al deshabitado Revilla hay que tomar la carretera que arranca en el eje del Cinca entre Aínsa y Bielsa, que lleva -entre otras poblaciones- a Tella, Arinzué, Lamiana y a este lugar.

Poco queda de esta pequeña y medio rupestre ermita. Tan solo permanecen unas cuantas hiladas de sus muros  todo ello dispuesto en  piedras perfectamente dispuestas.

Hemiciclo absidial que apoya directamente en la pared rocosa, constituyendo ésta el muro norte, en cuyo desarrollo semicircular se apreciaba en tiempos un friso de piedras dispuestas verticalmente a modo de baquetones. Interés de los restos que subsisten, al que se añade el que presenta los numerosos grabados existentes en la roca sita junto al muro del hastial.

Más información en Unpaísdemontañas. 

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