Por
  • Marisancho Menjón

No todo pleitos

Los pleitos no son siempre el mejor camino.
Los pleitos no son siempre el mejor camino.
ISM

Dice la voz popular: pleitos tengas... y los ganes. Es sabido lo que significa esa expresión: se refiere al desgaste, el coste y, a menudo, el sufrimiento que puede llegar a provocar un proceso en los tribunales, incluso aun cuando se salde con una victoria. En el caso de la recuperación del patrimonio de Sijena, los procesos seguidos en los juzgados han logrado, para nuestra alegría, el retorno de casi un centenar de bienes que fueron vendidos ilegalmente hace veinte y treinta años, y también, cuando la sentencia devenga firme, el de las pinturas murales. Han sido dos triunfos jurídicos que han causado honda y lógica satisfacción. Pero cuando oigo o leo a los contrarios a esa devolución afirmar que los aragoneses «lo hemos conseguido gratis», me doy cuenta de que no se valora el coste material, humano e intelectual que ha sido necesario invertir a lo largo de varios años.

Bien está lo que bien acaba, pero existen otras fórmulas para seguir adelante. Porque hay que seguir. El artículo 22.2 del Estatuto de Aragón consagra el deber de nuestros poderes públicos de «hacer realidad el regreso a Aragón de todos los bienes integrantes de su patrimonio cultural, histórico y artístico que se encuentran fuera de su territorio». Y no todo ese patrimonio, ni tampoco el de Sijena que todavía se halla disperso, tiene que recuperarse por vía judicial. Existen la negociación y los acuerdos, así como las compras. Cuando es preciso acudir a los tribunales, se acude, pues estamos en nuestro derecho. Pero hay elementos de nuestro patrimonio que deberían volver a casa y que salieron en su día de manera legal, aunque moralmente supusiera un atropello para los pueblos a los que se despojaba. Y esos hay que recupearlos por otras vías.

Pongo dos ejemplos de Sijena, que ya saben que es mi tema favorito: uno es la tabla de su antiguo retablo mayor que se encuentra en el Museo del Prado, con la escena del Nacimiento. Salió de Sijena, probablemente (aunque en esto no hay acuerdo) antes de 1921, y pasó al mercado del arte. Su rastro se perdió hasta que apareció en una subasta en 2003. Adquirida por el Estado, fue destinada al museo madrileño, un museo inmenso que no necesita esa tabla para acrecentar sus fondos, pues le sobran; ¿por qué no establecer con él una negociación para que se traslade, en forma de depósito indefinido, a Sijena? Lo mismo podría intentarse con el Museo de Santa Cruz de Toledo, donde en 1959 el Estado ingresó dos tablas de ese mismo retablo que había adquirido en una subasta en Londres (decisión contra la que protestó Huesca, aunque de poco le valió). No tienen sentido esas piezas en el museo toledano y sí lo tienen, completo, en su lugar de origen.

La investigación no se detiene y nuevos datos permiten seguir avanzando. Por ejemplo, Juan José Nieto ha aportado hace poco el dato de que la arqueta de Sijena que se halla en el Museo Marés de Barcelona salió del monasterio después de 1929. Aunque lo relevante, si se quiere plantear su reclamación por vía judicial, sea el hecho de que se enajenara después de 1923, fecha en que Sijena fue declarado Monumento Nacional, es cierto que existe la posibilidad de reclamarla mientras no se tenga constancia de que su enajenación se produjo con todos los permisos necesarios. Ocurre lo mismo con las dos obras que conserva el Museo de Zaragoza en sus reservas: el cuadrito de las Once Mil Vírgenes y el fragmento de alabastro del retablo de Santa Ana, obra de Gabriel Joli, sobre la que se ha hablado estos días en la prensa y sobre la que algunos imaginan un nuevo ‘casus belli’. Las reclamaciones, no lo olvidemos, no tienen por qué realizarse obligatoriamente en los tribunales. Cabe la opción de negociar, que es más sencilla y barata, y también más satisfactoria porque nos evita enfrentamientos y amarguras. Aragón se define por su Derecho, sí; y también por ser tierra de pactos.

Marisancho Menjón es historiadora