Por
  • María Pilar Martínez Barca

María Antonia

Martín Zorraquino, en los pasillos de la facultad de Filosofía.
Martín Zorraquino, en los pasillos de la facultad de Filosofía.
Guillermo Mestre

Los pasados 21 y 22 de junio, la Universidad de Zaragoza, la Institución ‘Fernando el Católico’ y la Diputación Provincial, compañeros docentes, doctores por ella dirigidos, discípulos y amigos, rendíamos homenaje a nuestra entrañable maestra María Antonia Martín Zorraquino.

Nuestra primera clase en la Facultad, un cálido recibimiento en el Aula Magna I. Nos dio la bienvenida y, acto seguido, le faltó tiempo para invitarnos a disfrutar del trato con otros compañeros, no solo de nuestra disciplina.

Gozar de nuestra juventud y aprovechar al máximo la enseñanza. Se nos quedaron las palabras, el suave y vigoroso aleteo de sus manos al subrayar los ejes principales del sintagma. Irradiaba armonía y sencillez.

Morfología, Semántica, Fonología, Fonética… Comentario de Texto, adaptándose siempre la profesora a los alumnos. 1982-87, su década no siempre más dichosa, haría germinar la semilla en nosotros, generosa y fecunda. Su melena abundante y sus blusas, con volantes y detalles exquisitos, daban un toque de serena elegancia.

Me examinaba con la máquina eléctrica. -Señorita, no es necesario que lo escriba usted todo. Con enumerarme cada caso yo ya veo que se lo ha estudiado -yo continuaba escribiendo. -Ya veo que es usted de Aragón.

Eugenio Coseriu, Emilio Alarcos, Tomás Navarro y el María Moliner. Continué con el doctorado y, en una de mis visitas a la Facultad, conocí a su esposo: -¿Es buena profesora?, me preguntó. -¡Muy buena! (recostaron sus cabezas uno en otro, se sonrieron).

‘El corazón en vilo’, ‘La manzana o el vértigo’… Y es que se desvivía por cada uno. Lo mismo que por sus maestros: sus padres, su marido, Juan Rivero Lamas, y D. Félix Monge.

En septiembre, cuando estrene su nuevo cometido de profesora emérita en la antigua Facultad de Educación -por la remodelación de Filología-, seguirán en nosotros sus palabras: «Que aprovechéis cada lustro para volver a veros. Y ojalá pueda yo seguir acompañándoos hasta que lleve bastoncico…».