Una moción de censura de pesada digestión, como la que se va a consumar este viernes por primera vez en la democracia española, requiere de sobremesas mucho más largas de lo que establecen los cánones. Como la de la comida-cena de Rajoy y sus más estrechos colaboradores (Cospedal y Báñez en el reservado, Soraya ocupando con su bolso el escaño del jefe ausente en el hemiciclo)  en el restaurante Arahy de Madrid.

Ocho horas y, dicen, dos botellas de güisqui. A escasos metros de la Puerta de Alcalá, viendo pasar  su tiempo político para abrir el de Pedro Sánchez, que va a ser  presidente sin haber ganado  una elección y tras perder estrepitosamente dos. “Una jornada histórica”, dijo la última vez que consiguió hundir hasta el horno de los infiernos existenciales el suelo del PSOE, sin saber si todavía  puede atravesar ese umbral.

Sobre eso debió versar el ágape con el peor trago de Rajoy. Me voy, pero lo hago matando, debió pensar el hombre que aprendió a domar los relojes del tiempo político y se especializó en el arte de esperar a que las cosas se arreglen por sí solas… Hasta que es imposible. Lo dejo   –debió aceptar Rajoy-, pero se queda Sánchez en un gobierno con  84 votos y necesitado de  92: el más débil de la democracia. Nuevo hito, mal récord, que a priori no augura nada bueno ni duradero.

Finalmente debió relajarse pensando que, dependiendo de Torra y del independentismo catalán; sometido al nacionalismo vasco y a Bildu, que pronto harán estallar en España un segundo ‘procés’; sin mayorías para sacar nada adelante;  con la obligación de meterse en un avispero parlamentario a todas horas para lograr el más mínimo acuerdo….  No solo no se puede llegar muy lejos, sino que puede devolver al PSOE a la puerta del crematorio político.

Camino de la nada, como ya le ocurrió al socialismo italiano, al griego y al francés. El hombre que dormía a los relojes debió calcular, finalmente, que en este ínterin el PP aún tendrá margen de ir a un congreso extraordinario de refundación, elegir un sucesor, renovarse y llegar a tiempo para volver a tomar las riendas. El tiempo dirá.

No fue la única comida cena con menú de censura en España. En Aragón, en Zaragoza, en el Pignatelli… El presidente Lambán también se sentó con los suyos a la mesa a eso de las tres de la tarde, poco después de que Rajoy le pusiera en el punto de mira de su propio partido al invocar a los barones que bajo ningún concepto querían el apoyo del  independentismo para llegar al gobierno, y se levantó  a eso de las ocho. La derecha poniendo en valor a un socialista constitucionalista es un flaco favor, todo el mundo lo sabe.  Eso no se hace.

¿Y qué más le preocupaba a Lambán? Simplemente, que la calculadora de Rajoy haya hecho bien las cuentas y el PSOE sucumba a la vuelta de la esquina, empezando en las elecciones autonómicas y municipales de 2019. Es decir, empezando por él mismo, que no en vano y bajo el poder de Sánchez va a seguir siendo -quiera o no, hable u otorgue-  uno de sus referentes críticos por excelencia. Ni le ayuda a él ni le ayuda a Aragón, que ya ha perdido posiciones en el orden de obligaciones y prioridades de La Moncloa.

No hay más que escuchar a Baldoví pedir de antemano contraprestaciones por el voto de Compromís en la negociación de la nueva financiación autonómica. Si antes de que prospere  materialmente la moción hay que empezar a descontar los pagos y favores a valencianos, vascos, catalanes o canarios, apañados estamos. Para rato tenemos liderato en déficit y deuda.

Rajoy debió conciliar el sueño con la benzodiazepina de lo inevitable. Lambán debe seguir sin pegar ojo, dando vueltas a lo que está por llegar. Cuando ni siquiera ha empezado.