De ruta por los refugios de montaña de Aragón

La Federación Aragonesa de Montañismo gestiona 16 de los 18 refugios de montaña de Aragón que siguen batiendo récords de visitas año tras año.

Casa de Piedra, en el valle de Tena.
Casa de Piedra, en el valle de Tena.
FAM

Cada año son más los turistas que se decantan por esta opción vacacional que repunta con la llegada del verano, aunque hoy la gran mayoría se encuentra abierto todo el año. En Aragón hay 18 refugios de montaña, de los cuales 16 los gestiona la Federación Aragonesa de Montañismo (FAM). Tan solo en 2017, esta red registró más de casi 100.000 pernoctaciones, 4.600 más que el año anterior. A pesar de que solo se contabilizan las estancias de aquellos que hacen noche, los visitantes de día también aumentan año tras año.

Los refugios más visitados son aquellos que se encuentran próximos a macizos tan emblemáticos como el Aneto o Monte Perdido, pero cada uno tiene su historia y sus atractivos. Todos ellos proponen al viajero una amplia gama de actividades para evadirse de la rutina como senderismo, numerosas travesías, ascensiones, esquí, BTT, descenso de barrancos…

“Este año los cambios de clima nos pueden jugar una pasada con las buenas medias recabadas durante los últimos años”, lamenta Sergio Rivas, responsable del comité de refugios de la FAM. “Para nosotros el clima es muy importante porque condiciona la actividad en la montaña”, añade.

De los 16 refugios que gestiona la FAM, 14 se ubican en la provincia de Huesca: Ángel Orús (valle de L’Aigüeta de Grist, Benasque, con 98 plazas); Bachimaña (valle de Tena, Panticosa, con 80); Casa Batlle – Montfalcó (en el Montsec aragonés, con 44); Casa de Piedra (valle de Tena, Panticosa, con 96); Refugio de Estós (ubicado en pleno Parque Natural de Posets-Maladeta, Benasque, con 120); Escuela de Montaña de Benasque, (único centro especializado en tecnificación deportiva de Alta montaña (CETDAM), Benasque, con 100 plazas).

También la Escuela Refugio de Alquézar (Alquézar, con 75 plazas); Respomuso (en Sallent de Gállego, 105); Refugio de Riglos (Riglos, 80); el Gòriz, (Broto, 72); Lizara (Aragüés del Puerto, 75 plazas); Cap de Llauset (Montanuy, 30 plazas); La Pineta (valle de Pineta, 71 plazas) y La Renclusa, (valle de Benasque, 92). Ya en Zaragoza nos encontramos con el Albergue de Morata (Morata de Jalón, 72) y en Teruel con el refugio Rabadá-Navarro, ubicado en las faldas del Pico Javalambre (Camarena de la Sierra, Teruel, 78).

“El más antiguo es el de La Renclusa, que fue construido hace más de 100 años. El siguiente fue el de Gòriz, inaugurado en el 63”, explica Rivas. La red de la FAM nacería en los años 80 con algunos de estos enclaves, y poco a poco se irían sumando nuevos, el último en adherirse fue el de Cap de Llauset.

“El perfil de visitante es, en su mayoría, de fuera de Aragón. Los aragoneses tan solo representan el 15%, muy cerca de los catalanes. Además, en torno al 50% del total de pernoctaciones corresponde a personas con licencia federativa de montaña”, añade el responsable. “El perfil de todo el año es de gente deportista que sabe manejarse en la montaña, aunque durante el verano aumenta la horquilla con público familiar, gente de todas las edades e incluso colegios y grupos escolares”, asegura.

Precisamente al refugio más antiguo de Aragón, La Renclusa, ubicado en el corazón del valle de Benasque y cerca del pico más alto del Pirineo, el Aneto (3.404 m.), llegaría hace más de 45 años Antonio Lafón, cuando tan solo tenía 15. “No quería estudiar y me dijeron que me tocaba ponerme a trabajar”, recuerda. Hoy, a sus 63 años, ya retirado y entregado a la vida del campo y a su huerto de Benasque, recuerda con amor su vida entregada a la montaña y a quienes han pasado por ella –unas 10.000 personas al año- durante sus años en activo.

Una vida entregada a la montaña

Para acceder al refugio hay que hacer unos 15 km en coche y 40 minutos a pie. En invierno el acceso se complica y el trayecto puede aumentar hasta las dos horas y media. “Ha cambiado todo mucho. Cuando yo empecé los rescates los hacíamos entre los que estábamos, no teníamos los medios que tenemos hoy. Tenemos unos cuerpos de rescate que son un auténtico lujo”, reflexiona el guarda retirado.

Eso sí, en su opinión no todo ha cambiado: “La montaña supone esfuerzo y compañerismo. Eso no ha cambiado en 40 años. La gente que pasa por aquí viene a disfrutar y a compartir, y eso se nota y deja huella”. Y aunque hoy, por algunos problemas de salud, no puede subir tanto como le gustaría, Lafón asegura que lleva la montaña en la sangre. “Hoy es más fácil subir, incluso las mercancías. Hace años lo hacíamos a mano o con la ayuda de dos burros, hoy alquilamos un helicóptero particular que hace un viaje al mes y tarda 12 minutos en llegar”, explica el oscense.

También ha cambiado el número de visitas a lo largo del año. “Ahora sube mucha más gente en invierno que antes. Los medios eran los que eran y hoy tenemos todo tipo de lujos. Ni siquiera teníamos ducha y nos bañábamos en el río”, recuerda. Además, sus tres hijos han heredado ese amor que profesa a la montaña. “Todos ellos son montañeros cada uno en su estilo. Una de mis hijas vive en Canadá, los otros dos siguen mis pasos en la Renclusa. Para mí es un orgullo y una alegría. La montaña ha sido y es mi vida”, concluye.

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