"A mí me salvó la vida dos veces. Gracias a él soy el que soy"

A Yeray le diagnosticaron aplasia medular con 16 años. Miguel, vecino del joven, se animó a ser donante por él y finalmente resultó ser compatible con otra persona.

Miguel Callejas, donante de médula ósea y Yeray Gilaberte, receptor (pero no de Miguel).
Miguel Callejas, donante de médula ósea y Yeray Gilaberte, receptor (pero no de Miguel).
Guillermo Mestre

Yeray Gilaberte tenía 16 años, iba a 4º de la ESO, vivía en Épila (Zaragoza) y tenía la vida corriente de cualquier chaval de su edad. Pero todo cambió el 23 de abril de 2015 cuando le diagnosticaron aplasia medular, una enfermedad en la que la médula ósea roja desaparece y se dejan de producir glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas. Su búsqueda intensiva de un donante animó a Miguel Callejas a formar parte de esta red solidaria. Aunque sabía que no sería compatible con Yeray, le quedaba la esperanza de serlo para otra persona y así fue. El diagnóstico de aplasia medular de Yeray fue "bueno dentro de lo malo".

Entre todas las enfermedades que podía tener, ésta podía combartirse con algunos tratamientos y el trasplante de médula ósea era la última opción. Únicamente se haría si todo fallaba. Y todo falló.

"Probé varios tratamientos y no dieron resultado. La única posibilidad que quedaba era el trasplante", señala el joven, que ahora tiene 19 años. Contra todo pronóstico, su hermano no fue compatible y solo quedaba buscar el donante fuera. Además de hacerlo desde el hospital, su familia inició una campaña en Facebook para animar a la gente a donar y así tener más posibilidades de encontrarlo. Poco podía imaginar que hallaría a su ‘media naranja medular’ a más de 2.000 kilómetros. "Solo sé que era un hombre joven y que vivía en Polonia", comenta Yeray. El trasplante fue en Barcelona y, desgraciadamente, un virus se instaló en su cuerpo y no permitió que su médula avanzara. "Me tuvieron que meter células madres. No es lo mismo que un trasplante pero tenía sus riesgos", comenta el receptor. Y otra vez su donante aceptó. "A mí me salvó la vida dos veces. Gracias a él sigo vivo y soy el que soy", admite con sinceridad el joven.

Por su parte, Miguel Callejas vivía en la misma localidad que Yeray. Era lo único que les unía hasta que el joven empezó a buscar alguien que fuera compatible con él. Ese fue el empujón necesario para que Miguel decidiera hacerse donante y unos meses después le llamaron para comunicarle que una persona necesitaba su médula. "Es de estas cosas que te acuerdas de dónde estabas y qué hacías", apunta Callejas. Afirma que tiene un recuerdo muy especial del proceso, pero que prefirió no saber si su receptor tuvo algún problema tras el trasplante.

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