Los múltiples rostros de Aragón

Se mire allá donde se mire, se vaya por donde se vaya, provincia a provincia, pueblo a pueblo, en esta Comunidad hay mucho que ver. Estas fotografías son la prueba e invitan a preguntarse: "Ah, pero...  ¿esto es Aragón?"

Hielo en la laguna del cañizar en Villarquemado.
Hielo en la laguna del cañizar en Villarquemado.
Antonio García

A la escritora Cristina Grande, que estrena un libro con sus columnas de los martes, ‘Nieblas altas’ (Olifante), una de las cosas que más le incomodan al hablar o pensar en Aragón es esa suerte de melancolía que nos lleva a fiarnos siempre de la Historia, o a consolarnos con lo que fue Aragón en el pasado. Otro lugar común, cada vez más desmentido por la realidad, es pensar que Aragón es tierra de secano esencialmente. Nada más lejos. Aragón es un país de contrastes, un territorio de paisajes muy distintos, casi abrumadores en su belleza y en su paleta de accidentes. La naturaleza es variada y sorprendente, y ofrece montañas y vaguadas impresionantes, colinas y lomas, sierras y serranías, bosques y humedales, bosques melodiosos, saladas, llanos secos y de regadío, accidentes fluviales y hoces, cordilleras que se despliegan y repliegan como un abanico hacia el abismo.

Aragón ha cambiado mucho con el tiempo. Lo hemos ido viendo de mil modos. José Luis Acín, fotógrafo y etnógrafo, siguió durante años las huellas del francés Lucien Briet, el artista en mula que firmó ‘Soberbios Pirineos’ y ‘Bellezas del Alto Aragón’, y probó casi sin intención cuánto se ha mejorado. Miguel Mena en ‘Un viaje aragonés’, que agrupa dos viajes en bicicleta en 1991 y 2016, constata cuánto se ha transformado la Comunidad en espacios, comunicación y carreteras. La propia Exposición Internacional de Zaragoza 2008, que cumple ahora una década, no solo fue capital para que mudase la línea del cielo de Zaragoza. Fue determinante en términos de modernidad: supuso una aceleración de infraestructuras, una aportación arquitectónica, artística y digital, y una recuperación de las riberas.

Aragón tiene muchos rostros. Hace ya algunos años, el inagotable Félix Zapatero demostró que es un plató ideal de cine donde es posible casi todo: películas históricas, de ciencia ficción, grandes aventuras de siglo XVIII o de XIX, cuentos de terror, biografías de místicos o de alucinados (como San Juan de la Cruz o Goya), relatos de zombis, narraciones románticas o grandes frisos de la Guerra Civil, como han realizado Guillermo del Toro, Vicente Aranda, García Berlanga, Ken Loach o Agustí Villaronga. Aragón es una certeza y también un espejismo de verdad. Estas fotos son la prueba. Son una certidumbre pero también esconden una ilusión: estamos en casa y a la vez podríamos estar en otra parte. O mejor aún: estamos en casa porque desde aquí queremos ir hacia un futuro mejor.

Ahí está el río Ebro, que a veces parece volverse oceánico. Se sale de su cauce con un furor incontenible y anega las riberas, y entonces el río tan amado se convierte en el río tan temido. Esa arteria central de vida e historia lo tiene casi todo: meandros, rápidos, pozos secretos y esas espumas blancas y voraginosas que parecen el mar que Aragón soñó tantas veces a lo largo del tiempo. La ruta de la seda para este territorio, más que un Canfranc abierto y transido, habría sido hallar una vereda directa a la costa.

Fernando Alvira, Pepe Cerdá, Jorge Gay, José Beulas o Teresa Ramón, entre otros, han mirado el paisaje y lo han fijado en sus lienzos. Con sus surcos, con sus ondulaciones de fuego, con su cromatismo destilado. Si uno observa Movera, con la iluminación solar de una mágica postal, puede pensar que está en el Medio Oeste norteamericano. O en películas como ‘Un paseo entre las nubes’ de Alfonso Arau o ‘Entre copas’ de Alexander Payne. Si Aragón es tierra cervantina (por Pedrola y Alcalá de Ebro, la Aljafería, Zaragoza o Tronchón, entre otros espacios), don Quijote hubiera tenido la sensación de que no se había alejado de La Mancha y sus gigantes al pasar por el molino de Malanquilla.

Hay instantes en que Villarquemado, próximo ya a Teruel, adquiere unos brillos que se cuelan entre los árboles aún desnudos y que resbalan por un suelo de cristales y de nieve: el conjunto, casi un trampantojo de las estaciones, nos lleva directamente a Laponia o Alaska. Y esos caballos de La Zoma podrían andar por los bosques de Canadá o en aquella película que tanto nos hacía soñar hace algunos años: ‘Dersu Uzala’ de Kurosawa. «Oh, capitán, mi capitán». Alhama posee atmósfera y ambientación romántica, pero a veces, bañado por una claridad indecisa, evoca paisajes italianos, cantados por Pedro Bosqued en ‘Pieles de Italia’, o islas griegas.

Si John Ford hubiese conocido los farallones de piedra de los Monegros quizá no hubiese dudado en rodar por aquí algunos de sus ‘westerns’. Ahora lo ha hecho, en clave de comedia, el joven Ignacio Estaregui con ‘Miau’. Por tener tenemos hasta cementerios que parecen célticos o irlandeses, como el de Castelserás, o nuestro propio Tíbet en Panillo. Aragón toma impulso en la leyenda y se lanza al porvenir.

Los artistas de la mirada, esos cazadores de luz, buscan y encuentran. A veces nos ayudan a entender que, sin necesidad de sentirnos únicos e incomparables, ni los mejores del universo ni descendientes de una casta especial, aquí se está y se puede estar casi como en ningún sitio.

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