Admiro y envidio profundamente a los amigos de José Luis Iranzo, el ganadero de Andorra asesinado junto a dos guardias civiles por Igor el Ruso. Sin duda tuvo que ser una persona extraordinaria para haber sembrado semejante cosecha de lealtad y compromiso. Hoy en día los muertos no suelen ser acreedores de débitos tan inquebrantables. Una cosa son los homenajes en caliente y en público, otra muy distinta este combate sordo e inexpugnable que han desplegado sus amigos, que demandan una y otra vez algo tan sencillo como imposible, al parecer: explicaciones de lo que pasó, de lo que se hizo para prever la seguridad de los vecinos de la zona de Teruel por la que campaba el asesino serbio.

También debía ser un hombre excepcional Manuel Lázaro, el pastor de Codos que murió intentando poner a salvo a sus ovejas. Lástima que quienes tanto critican la actitud de algunos ganaderos desalmados durante la crecida del Ebro olviden su ejemplo.

Los aragoneses, que a veces somos cenizos y tercos, ofrecemos a cambio hijos extraordinarios y soberbios. A fin de cuentas, San Jorge es una metáfora del valor.