El pontón
El rio Ebro, silencioso, pasaba eterno sin pausa a pocos metros de su casa.
Esa mañana, el agua se adentraban en la calzada empedrada, la riada anunciada había hecho acto de presencia.
Como en otras ocasiones comenzó a subir a lo alto las herramientas del taller.
El ritual continuó y sacó al exterior un pontón, uno de los que el fabricaba, y lo amarró a una argolla en la puerta de su casa.
Las ondulaciones oscuras del agua invadían ya totalmente la calzada, y el pontón se balanceaba con los envites del rio.
Era el pontón que utilizaba para las excursiones veraniegas con toda la familia aguas abajo.
El que ponía a navegar el Dia del Pilar para contemplar los fuegos artificiales acuáticos cerca del Puente de Piedra.
Y el que utilizaba cuando el rio entraba a saludarles a su casa, y debían salir en busca de cobijo.
Con la ropa y la comida necesaria, subieron al pontón y se despidieron de su casa hasta que el rio como siempre volviese a su cauce.