Se va a quemar a Lorenzo en Roma. El emperador Valeriano pretende sofocar a fuego una fe que recorre el imperio.

De entre la multitud, un hombre se adelanta. No teme a la guardia. Se dirige a Lorenzo y le habla en el latín de su tierra oscense. El santo se siente confortado. Otros jóvenes siguen su ejemplo.

Esos hombres rodean al santo. Una mirada de complicidad, e instintivamente sacan las espadas y se enfrentan a los legionarios, para liberar al santo. Los oscenses van ganando la contienda, pero Lorenzo, ya moribundo convierte sus armas en palos para que no hieran a los soldados romanos. Armados con fustas, se defienden con coraje. Los cristianos, caen. Van a ser ejecutados.

El santo alza sus ojos al cielo y pide por esos cristianos valientes. De repente, los legionarios caen de rodillas, convertidos. Esos hombres, unidos ya por una misma fe, prometen contar su historia. Mostrar el milagro en su tierra, cada 10 de agosto.

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