Espacio en blanco
No era la primera vez que subía al Pirineo. Tampoco la primera que pisaba la nieve o esquiaba. Diez años desde que había calzado unas botas. ¡Qué incómodo recuerdo! Casco, sudor, esquís, peso, humedad , mezclado con la sensación de velocidad, adrenalina, naturaleza y cansancio satisfactorio después de una larga jornada. Sonó el despertador. El sol brillaba. Equipados, llegamos a pie de pista. Torpe, lenta y nerviosa sonreía. Al principio la gente a mi alrededor me adelantaba. Pánico, autocontrol. Después, velocidad, hielo, miedo, caídas, superación. En el telesilla, la montaña se extendía ante mis ojos. Inmensidad, blancura, infinita tranquilidad. Abría la boca, no sentía la necesidad de decir nada. La cerraba. Recuerdo la última pista, el viento soplaba y la nieve se levantaba levemente. Me sentí insignificante, frágil y feliz al mismo tiempo. La montaña nos envolvía. Una carcajada frotó de mi garganta y un segundo después comencé el descenso.