Enamorado de mi módem juvenil

Se cumplen 25 años desde la presentación de la página web. Y los primeros en navegar en Aragón fueron los entonces alumnos y profesores de Físicas e Ingeniería de la Universidad de Zaragoza. No era tarea fácil: para conectarse había que coger el autobús 43 y cruzar los dedos para que no hubiera cierzo...

El Sun fue de los primeros ordenadores o 'estaciones de trabajo' conectados a la red en la Universidad de Zaragoza.
El Sun fue de los primeros ordenadores o 'estaciones de trabajo' conectados a la red en la Universidad de Zaragoza.
TONI GALÁN

Eran los tiempos en los que para entrar en internet había que coger el autobús 43 (que pasaba cada 30 minutos). En los que los días de cierzo la conexión fallaba. Y en los que tenías que ser alumno de Físicas o de Ingeniería para entender de verdad qué era eso de internet y para qué servía. El próximo 30 de abril se cumplirán 25 años desde que la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN) puso a disposición del público el protocolo de transferencias de hipertextos: la página web «y habría que remontarse a la imprenta para encontrar un hito semejante en la historia de la comunicación humana. Porque la web todo lo cambió. En los años 80 la comunicación entre investigadores era con carta y sellos, en 1989, con los primeros emails, fue más veloz. Pero la web, con enlaces para descargar, revolucionó la manera de compartir información», resume Javier Campos, catedrático de Lenguajes y Sistemas Informáticos de la Universidad de Zaragoza (UZ).

Los entonces estudiantes y profesores de Físicas y de Ingeniería fueron los primeros aragoneses en acceder a internet, enviar emails y descargar la primera página web. Como Elvira Mayordomo, que hoy es catedrática del Área de Lenguajes y Sistemas Informáticos y que en 1989 recibió su primera cuenta de correo electrónico de la Universidad de Zaragoza. «Y era algo mágico, el hecho de trabajar sin cartas y sellos, enviar tan rápido la información y recibirla... Parecía increíble», recuerda. O Alejandro Rivero, del Departamento de Física Teórica de la UZ y cuyo equipo fue de los primeros en ver una web en Aragón, «porque Físicas tenía dos ordenadores Next (el mismo que utilizó en el CERN Tim Berners-Lee para crear esa primera página web) e incluían un navegador».

Recuerdo ir a un congreso donde se presentó un trabajo que se había hecho íntegramente intercambiando emails. Nos parecía increíble
Porque la puerta de entrada en Aragón de esa red de redes fue la Universidad de Zaragoza, la tercera en España en conectarse a la Red Iris, con la que se accedía a ese universo desconocido. Era 1989, cuando apenas había 100.000 ordenadores conectados a internet en todo el mundo. «Recuerdo ir a un congreso donde se presentó un trabajo que se había hecho íntegramente intercambiando emails. Nos parecía increíble –sonríe Mayordomo–. Pero solo había internet aquí, en la universidad, ningún otro punto fuera daba este servicio. Y te puedes imaginar cómo estaba la sala de usuarios..., abierta las 24 horas del día. Decíamos que teníamos que contectarnos para trabajar, pero pasamos muchas horas jugando en línea».

Nadie sabía lo que internet iba a dar de sí. «Ni siquiera Tim Berners-Lee, el creador de la web. No hubo un visionario que dijo “voy a hacer una página con links y fotos, que será una revolución”. En realidad, lo que se buscaba era hacer más sencillo el trabajo que se venía realizando con internet», destaca Eduardo Mena, profesor titular del Área de Lenguajes y Sistemas Informáticos. «Desde 1989 se utilizaba ya internet, que funcionaba con un formato de texto: los datos estaban dentro de carpetas en directorios. Se podían crear carpetas, añadir archivos, descargarlos...». Y Alejandro Rivero añade que «la percepción era que se iban a arreglar implementaciones defectuosas. Es decir, que la web permitía subir y bajar mejor esas carpetas de texto. Cuando tienen lugar este tipo de avances no te planteas que puedan traer cambios sociales o o económicos, o que surja un nuevo modelo productivo. También nos pasa ahora, las novedades que nos llegan las adaptamos a lo que hacemos».

Dábamos información, cursos, seminarios de cómo editar páginas web. Queríamos ser un espacio común con una agenda común. Una especie de red social con las herramientas de la época
Pero ya entonces, incluso antes de eclosionar la World Wide Web, internet se presentaba como una potentísima herramienta de intercambio de información. «A finales de los ochenta y principios de los noventa la Universidad tenía acceso a internet para transferencia de archivos, trabajo remoto y correo, con sistemas Unix de órdenes de acceso. Pero ya se veían sus enormes posibilidades –recuerda José Luis Briz, del Departamento de Informática e Ingeniería de Sistemas–. Aquí en el CPS se editaba en papel una revista cubana clandestina, otra nicaragüense... Poder transmitir de manera online contenidos sin necesidad de cartas o de disquetes era un avance impresionante para las organizaciones no gubernamentales, pero era muy difícil acceder a internet, ya que no era como ahora, no existían proveedores de acceso». Por ello, Briz y otros compañeros consiguieron que la UZ compartiera de manera solidaria su conexión a internet, hasta crear el Servidor Popular de Información Electrónica (SPIE), «y curiosamente, algunos compañeros de la Universidad Politécnica de Cataluña estaban haciendo exactamente lo mismo. Allí el servicio se denominó Pangea», señala. Y en él se incluía todo un abanico de organizaciones, entre ellas Cáritas. «Dábamos información, cursos, seminarios de cómo editar páginas web. Queríamos ser un espacio común con una agenda común. Una especie de red social con las herramientas de la época».

Para compartir

Porque si algo trajo internet y, sobre todo, la web, fue colaboración. «Todo se basaba en crear, en compartir. La web era democrática y gratuita, todos podían aprender fácilmente a utilizarla, incluso hacerlas –asegura Eduardo Mena–. En 1995 ya había sitios para hospedar tu web y con un simple editor de texto podías hacerte una. Y era colaborativa, la mayoría de contenidos se subían con el deseo de compartir esa afición con los demás:fotos, textos, documentos...». De hecho, en opinión de Mena, «la piratería surgió al principio de esa manera, sin pretenderlo: subías tu colección de música con la idea de compartirla con gente, con el deseo de difundir algo que a ti te hacía especial ilusión. Ya antes de la web y de los buscadores se podía navegar por carpetas y recuerdo bajarme guiones enteros de Star Wars, que alguien había subido precisamente porque eran difíciles de encontrar. Luego nos dimos cuenta de que eso era ilegal, claro». Como señala Elvira Mayordomo, «había una gran inocencia ante esa tecnología, un asombro que llevaba a compartir todo tipo de cosas. La Universidad de Zaragoza promovió que los profesores se crearan sus páginas web y subíamos nuestras aficiones, todo tipo de contenidos, sin pensar siquiera que internet tiene memoria y ahora pueden encontrarse esos archivos».

Uno de los primeros profesores de la UZ en contar con una página web fue Javier Campos. «La web surgió en 1993 y apenas dos años después ya teníamos nuestro espacio personal, con la idea de que fuese útil por cuestiones de trabajo: material de asignaturas, artículos de investigación... Desde la sala de ordenadores, los alumnos podían descargar los documentos en disquetes. Acceder a ese conocimiento de manera tan rápida fue fundamental para la investigación. Y para los investigadores: yo incluí en mi página un enlace a todos los artículos en los que había participado, lo que facilitó muchísimo que otros investigadores pudieran encontrarme y citarme en revistas. Apenas unos años antes, cuando escribía mi tesis, tenía que buscar en la hemeroteca para saber si alguien había estudiado el tema, escribir una carta al investigador y pedir por favor que me enviara una copia de su documento... La web convirtió ese proceso en instantáneo y ayudó a difundir muchos estudios. Estoy convencido de que para mí supuso tal impulso que me ayudó a ganar la acreditación de catedrático años más tarde, en 2004».

Si quiero consultar el archivo de mi tesis, ¿encontraré el Macintosh con la disquetera y el sistema operativo y programa necesario para leer ese archivo? Se puede perder mucha información
Eso sí, la inocencia de esos primeros meses no nubló la percepción de peligro que suponía internet y la página web «y eso se vio desde el principio. Por un lado, los alumnos enganchados, que literalmente pasaban allí horas y horas en la sala chateando y a los que tuvieron que abrir expediente. Y la piratería, claro. Pronto se convirtió en un problema», señala Mena. A lo que Mayordomo añade que «quizá el mayor chasco ha sido la difusión de mensajes falsos. Más allá de las ‘fake news’, existen infinidad de páginas que difunden teorías científicas que son falsas. Internet y la web surgieron para intercambiar información y los primeros en utilizarla fuimos las universidades, los contenidos eran científicos. Ahora se difunde una gran cantidad de información falsa». Además, el universo virtual trajo otro problema, como recuerda Campos:la dificultad de guardar todos esos datos. «En realidad es un problema respecto a la tecnología y los soportes de información. Si quiero consultar el archivo de mi tesis, ¿encontraré el Macintosh con la disquetera y el sistema operativo y programa necesario para leer ese archivo? Lo que guardábamos en los noventa, si no lo hemos trasladado a otro soporte en su momento, quizá ahora ya no lo podamos consultar. En internet también ha habido desde el principio mucha volatilidad, afortunadamente las grandes bibliotecas se dieron cuenta y han ido cambiando de soporte».

La guerra invisible

En aquel momento las webs apenas tenían contenidos, «eran una especie de carpeta almacenadora de fotos y texto, sin cohesión temática. Cuando apareció la revista online ‘Contracultura', en 1995, fuimos el primer medio en español en adaptar un contenido de papel a ese nuevo formato», destaca Raúl Minchinela, ingeniero industrial, que en esa primera mitad de los noventa estudiaba en el entonces llamado CPS (Centro Politécnico Superior). «Ponerse a recordar siempre resulta conflictivo, porque te sonrojas de cómo éramos. Recuerdo en 1998 un tertuliano en la radio que decía que había que “cerrar internet” porque había una página web de apoyo a ETA. Lo que no conocían, lo que veían como algo sospechoso, había que cerrarlo. Todavía nos pasa, aún hay mucho temor a esa llamada ‘red oscura’, que no es sino un espacio donde se incluyen contenidos fuera del radar de las instituciones». Eran un suplemento de papel de la revista del Colegio de Ingenieros, «solo cinco personas, pero vimos en la web un soporte que nos permitía hacer mucho más, así que nos decidimos a dar el salto online. Internet nos parecía el invento del siglo y decidimos ser parte de esa revolución».

La velocidad era muy limitada. Descargarse un pdf de 200 páginas de Estados Unidos llevaba toda una mañana y, al comienzo, un correo electrónico podía tardar dos días
Antes de la web, se navegaba sin imágenes ni maquetación. Ya en 1993, en la UZ se utilizó el primer navegador gráfico, Mosaic, «aunque la imagen solo se veía cuando estaba completamente descargada, y había que tener paciencia. Netscape (1995) te la iba cargando poco a poco, y nos parecía que iba más rápido, aunque en el fondo era lo mismo», sonríe Mena. La velocidad era muy limitada. Descargarse un pdf de 200 páginas de Estados Unidos llevaba toda una mañana y, al comienzo, un correo electrónico podía tardar dos días. Poco a poco, la red fue ganando en velocidad, aunque en España siempre un poco a rebufo, debido al enorme poder de las empresas de telefonía. «Telefónica adaptó en España el sistema Minitel francés: lo contratabas y podías conectarte a ciertos servicios. Se llamaba Infovía y solo podías acceder a lo que había en ese servidor. Lógicamente, la expansión de internet acabó por derribar Infovía, la gente no quería limitarse a unos pocos contenidos. Pero esa idea de limitar, de tener que pagar para estar en la red, sigue muy presente, y por eso hay asociaciones que luchan por conservar la neutralidad en internet», incide Alejandro Rivero. Las telefonías parten de unos protocolos muy rígidos, ya que su objetivo es facturar por cada dato. Cada tecnología que aparece, por ejemplo el 5G, se retrasa hasta que esas empresas encuentran una manera de facturar, de no perder su control. Y luego está la otra cara, la comunidad internacional abierta(formada por investigadores, proveedores, operadores, diseñadores de redes...), que tiene estándares laxos y solo pide un protocolo para enviar datos. Gracias a ellos nació la web. De haber tenido que surgir desde las telefonías, entre reuniones, dudas y demás, habría tardado mucho más».

Los aniversarios permiten echar la vista atrás y comprobar cuánto hemos cambiado, «aunque no tanto, porque todavía no somos capaces de atisbar todos los cambios que se avecinan –continúa Rivero–. El 5G supondrá una revolución en las telefonías, y actualmente tenemos ya una simetría de datos (velocidad de subida y de bajada)que es un cambio enorme:si podemos subir a gran velocidad, podemos tener en casa nuestro propio servidor para hospedar nuestra web, lo que nos da una gran libertad. ¿Serán pequeños cambios o toda una revolución lo que presenciemos con estas novedades? Es imposible saberlo».

Desde aquellos días de abril en los que el cierzo interrumpía la conexión entre el Centro de Cálculo de la plaza de San Francisco y el Campus Río Ebro, han pasado 25 años. Eduardo Mena, además de profesor titular, es miembro de Retroacción, asociación nacional sin ánimo de lucro que se encarga de la gestión técnica del Museo de Informatica Histórica (MIH) de la Universidad de Zaragoza. Es un paseo de nostalgia y sonrisas, donde contemplar aquel mítico Sinclair Spectrum, los primeros MacIntosh que formaban la red Appletalk en la UZ..., «hay un componente nostálgico con los ochenta, más que con los noventa –reconoce Mena–. Quizá porque había menos medios, porque no éramos simplemente espectadores de la tecnología, teníamos que aportar aprendiendo, añadiendo conocimiento... En los noventa ya se facilitó todo tanto, se compraba tanto y era tan fácil sustituir, que dejó de guardarse y apreciarse. Tenemos cada vez más herramientas para crear, pero curiosamente internet nos ha hecho también meros espectadores».

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