Perarrúa: un renacimiento bajo la protección de águilas armeras

Perarrúa confía en el potencial turístico de su patrimonio y en las nuevas iniciativas de turismo rural para relanzar el presente de un municipio asolado por la despoblación y la falta de niños.

José María Lacoma, en las afueras del pueblo, ante uno de los imponentes puentes medievales.
José María Lacoma, en las afueras del pueblo, ante uno de los imponentes puentes medievales.
Ángel Gayúbar

Como otros muchos municipios aragoneses, Perarrúa recuerda épocas recientes en las que las risas infantiles y el trasiego de los adultos por sus calles y plazas hablaban de pueblos vivos y pujantes. Hoy en día, apenas tres niños cogen todos los días el transporte escolar; el colegio local se cerró hace unos años y los pocos adultos residentes apenas tienen con quien hablar en los breves momentos de asueto que permite el ritmo laboral. Y es así, mes tras mes, hasta que la llegada de los meses estivales permite una efímera reactivación de la vida social; los veraneantes, esos hijos del pueblo que emigraron tras un trabajo que aquí no había, regresan a la casa de los ancestros y devuelven al pueblo una ilusoria sensación de plenitud.

José María Lacoma hizo hace ya casi tres décadas el camino contrario. Reputado actor, integrante de colectivos teatrales tan prestigiosos como Los Goliardos, es también dramaturgo, ceramista, pintor y escultor, destacado activista social y atinado analista de la vida en el mundo rural. José María asume que Perarrúa es uno de los muchos pueblos en serio peligro de desaparición, cuya existencia empieza a despertar conciencias en un mundo urbano "que ha saqueado hasta ahora sin cortapisas el espacio rural". Algo que, apunta, "ha originado que se genere un cierto interés político o público por el tema de la despoblación en zonas rurales".

No obstante, el artista piensa que no existe una voluntad fehaciente en "buscar o aplicar soluciones a este gravísimo problema". José María apunta que los núcleos que hoy componen el municipio de Perarrúa (la propia cabecera de municipio, El Mon, Besians y Arués) contaban a mediados del siglo XIX con 1.030 habitantes. "En Perarrúa apenas sobrepasamos hoy la treintena", comenta, recordando que desde que se instaló definitivamente aquí a principios de los noventa, el pueblo ha perdido el setenta y cinco por ciento de la población.

"A día de hoy somos un pueblo de viejos y jubilados que solo en verano recupera el pulso", señala entristecido, porque teme que el "drama" de la despoblación "no interesa más que para tener ocupados a los políticos regionales, provinciales o comarcales ya que es un problema que se pone encima de la mesa pero al que no se dan soluciones, no sé si porque no quieren o no saben".

Mientras, entiende que el territorio vive "adormecido, sin pulso, con una agricultura moribunda que solo depende de la PAC" y jóvenes "muchos de ellos con carreras universitarias que no les sirven para nada" que emigran a las ciudades "para trabajar de camareros, porque no hay otro trabajo". Con un deje de amarga ironía, señala que en época vacacional cualquier visitante puede pensar que Perarrúa es una localidad con vida, pero realmente "se parece más a una colonia de vacaciones que a un pueblo tal como lo conocemos".

Esperanza

A pesar de todo ello, José María ve síntomas de recuperación en Perarrúa gracias al turismo rural. "Está Casa El Pelaire, de Javier Díaz, joven y creativo profesional de la hostelería que ha decidido apostar por la buena gastronomía y por los encantos que ofrece esta comarca pirenaica". También está El Rincón, casas antiguas del pueblo restauradas y adaptadas a una hostelería de calidad, con un rendimiento del cien por cien en épocas vacacionales.

Por otra parte, desde hace unos años una pareja de jóvenes holandeses se ha asentado con sus tres niños que van al colegio a Graus con el transporte escolar comarcal, y una oferta hostelera enfocada especialmente hacia Holanda, algo que para José María "hace concebir la esperanza de que todavía es posible la vida en estos pueblos". Una idea a la que también se aferra el secretario municipal, Joaquín Saura, quien reconoce que Perarrúa "se moría" y ahora está resucitando con el impulso de los holandeses y de Javier Díaz, "que están dinamizando la zona". Joaquín espera que este impulso permita revertir la situación actual, con un municipio con apenas 110 residentes habituales que tiene que dimensionar sus servicios en épocas vacacionales para tres o cuatro veces esa población.

En un ameno paseo por las calles y plazas petrarrubenses, José María resalta su interesante conjunto urbano, las muestras de arquitectura civil y religiosa o las numerosas fachadas con símbolos heráldicos; muchos de ellos son águilas, algunas bicéfalas. "Hay 120 casas, en su gran mayoría bien cuidadas o recién arregladas", indica comentando que no hace tanto Perarrúa, con más de 600 habitantes, era el centro de una pequeña comarca, muy bien comunicado con la importante cabecera comercial que fue siempre Graus. Situado a orillas del río Ésera, el pueblo fue un lugar idóneo para el desarrollo de una importante industria maderera; la abundancia de madera de pino –procedente del Pirineo y transportada por vía fluvial– y la de los robledales de los montes próximos "favoreció el desarrollo de numerosos aserraderos y talleres de carpintería".

Haciendo un descanso en sus quehaceres, Emilio Pera confirma esta especial vinculación de las gentes de Perarrúa con la carpintería de ribera. Emilio es el último de los del gremio que resiste en el pueblo, y su jubilación –sin recambio generacional– supondrá el adiós a uno de los oficios tradicionales de la zona. En los siglos XVIII y XIX llegó a haber 16 carpinteros de ribera y frecuentemente trabajaban más de una docena en el pueblo con una notable importancia del sector en la economía local; tanto era así que el gremio costeó a sus expensas la capilla de San José de la iglesia parroquial", explica recordando que en esos tiempos los carpinteros solían trabajar durante buena parte del año en la localidad y, en determinadas temporadas, bajaban al llano a vender la producción. "Sobre todo –comenta– se vendían objetos de uso cotidiano como mangos de herramientas o timones de aladro, que tenía muy buena acogida".

Fue entonces cuando se construyó el aserradero de Besians; se alimentaba con el agua de la acequia que regaba los huertos de la zona. "Besians –puntualiza José María– siempre estuvo históricamente por debajo de Perarrúa en cuanto a número de habitantes, pero en los últimos años está demostrando una mayor vitalidad y afrontando con más éxito el problema de la despoblación".

Este caso es una buena piedra de toque para el presente y el futuro, muy distinto a la situación que vive el despoblado de Arués; antes de que estallara la burbuja inmobiliaria, se proyectaba allí una urbanización de lujo de escasa vinculación con los pueblos circundantes.

La lucha

José María nació en Barbastro; este montañero apasionado por la naturaleza, que huyó posteriormente de Madrid, acabó asentándose con su mujer Elena en Perarrúa, enamorados ambos por la estampa del puente medieval; las circunstancias hicieron que se convirtiera al poco de instalarse aquí en la voz crítica contra varios proyectos que suponían una agresión para el territorio. "Llegamos cuando se desestimó la construcción del pantano que debía inundar Campo,  pero al poco tiempo nos enteramos que el gran embalse había sido sustituido por otro proyecto, esta vez fuera del cauce pero demencial : el pantano de Comunet". Fue uno de sus más significados opositores, y lo siguió siendo en la posterior oposición al embalse de Santaliestra con el que se pretendía sustituir, de nuevo sin éxito por la movilización popular y la inconsistencia técnica del proyecto, al desechado Comunet. Lo hizo al frente de la activa Asociación Cultural para la Defensa del Ésera (Acude), que se convirtió en un referente en todo Aragón e, incluso, a nivel nacional. "Fueron situaciones que supusieron un tremendo desgaste y que, de alguna manera, están también detrás del estado de extenuación que vive la zona pero que generaron conciencia en un territorio hasta entonces resignado; nos demostraron que luchando juntos podemos tener futuro".

Un municipio rico en puentes, iglesias, casonas y fortalezas de especial plasticidad

Perarrúa en su pueblo bonito. Casonas blasonadas, evocadores rincones, plazas y plazoletas en armonioso conjunto. Eso sí, por encima de cualquier otra consideración, éste es un municipio de puentes monumentales; el semiescondido de origen romano en una barranquera que desemboca en el Ésera y los dos airosos medievales de piedra que comunican ambos núcleos con la margen izquierda del río y su camino natural entre Graus y Benasque. El de Perarrúa está organizado en torno a un gran arco central, dovelado y de arco notoriamente apuntado. El de Besians, un par de kilómetros aguas arriba, presenta características bastante parecidas. Ambos revelan la importancia económica que tuvieron estas tierras ya que una estructura de estas características tenía un importante costo de construcción y mantenimiento que había que amortizar con su uso y el cobro de los pontazgos.

Desde las alturas, el castillo del Mon de Perarrúa domina con su silueta el curso medio del Ésera. Se ubica en un espolón rocoso que se encarama sobre el río, dominando una porción de valle. Su torre (siglo XI), ligeramente troncocónica, era de las mayores y más fuertes del condado, aunque en la actualidad sólo conserva una mitad. Castillo debió haber también junto al solar que ocupa la interesante iglesia románica de San Juan Evangelista, en el Viejo Besians, o La Vila, primitivo poblamiento en alto de esta localidad que andando el tiempo se bajó al pequeño llano junto al río.

LOS IMPRESCINDIBLES

Casa El Pelaire

La impactante decoración en la fachada, Todo un dechado de diseño y color, da la bienvenida a este cuidado establecimiento hotelero en Perarrúa; su propietario y gerente, Javier Díaz, derrocha amabilidad y profesionalidad.

La Virgen de la Ribera

Pequeño templo en el cementerio de Perarrúa; fue la iglesia de un poblamiento desaparecido. Construcción en estilo del románico popular del siglo XII, presenta la singularidad de su planta de cruz latina, inusual en esta comarca.

Casas blasonadas

El paseo por las calles de Perarrúa permite descubrir esta particularidad; llaman la atención las águilas –animal real por excelencia– que aparecen en estos blasones y la existencia de varias bicéfalas, símbolo imperial de los Austrias.

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