Alarba: Reparto de pan y medicamentos a pie de calle

Los vecinos se reúnen habitualmente para recoger el alimento básico de toda comida en los bajos del ayuntamiento; la auxiliar de farmacia tramita las recetas en el bar o, si hace bueno, al aire libre.

Charo Tirado hace el reparto de pan a los vecinos de Alarba en los bajos del Ayuntamiento.
Charo Tirado hace el reparto de pan a los vecinos de Alarba en los bajos del Ayuntamiento.
Jesús Macipe

El invierno con aire es inflexible en Alarba, y no perdona. Si hay sol se puede estar bien, pero a la sombra pocos resisten. Así, cerca del mediodía, cuando impactan los pocos rayos de sol que llegan hasta el porche del ayuntamiento, se puede ver a media docena de vecinos la llegada del pan; lo traen desde el horno de la vecina localidad de Acered. Poco antes de las 12.00, la furgoneta blanca hace su aparición en el número 28 de la calle Baja. En esta ocasión efectúa la tarea Charo Tirado, quien se tiene que remangar para coger la caja con las barras.

"Hoy me ha tocado venir a mí a traer el pan aquí y a Castejón, porque mi marido está enfermo", explica. Así, detalla que "siempre es él quien viene a hacer el reparto". Antes, cuando había tienda en la localidad, no se encargaban ellos, pero "desde hace cinco o seis años lo despachamos nosotros. Al cerrar la tienda dijimos que nos tendríamos que marchar porque no teníamos sitio para dejarlo, pero la gente del pueblo fue la que nos buscó un local para hacerlo a coste cero", indica Charo. Acercar el pan a poco más de cinco kilómetros de su obrador es algo de una larga trayectoria. "Nosotros llevamos 24 años en el negocio, pero antes ya lo hacían mis suegros; no serán menos de 60 años en total", reconoce Charo.

Hasta allí cargan el pan y también varias piezas de repostería, muy apreciadas y demandadas por los vecinos. "Los miércoles y los viernes traemos tortas, magdalenas, mantecados... también los sábados, porque viene gente de fuera. Todo por encargo, aunque siempre echamos algo de más por si acaso". Lógicamente, el roce hace el cariño, y Charo no se ahorra la explicación al respecto. "Nosotros estamos muy contentos, y creo que la gente nos aprecia; eso es una satisfacción. Te cuentan muchas cosas, por ejemplo, si alguna mujer va a manualidades y la conoces de mucho tiempo, te explican que han pintado un cuadro o fabricado una teja".

Aprecio genuino

"Siempre les he comprado el pan, que te los puedes comer hasta sin nada dentro de lo bueno que está, pero entre el azúcar y el colesterol ya casi ni comemos de barra en casa", reconoce Concepción Pineda, quien a sus 70 años es la actual alcaldesa del municipio. "De vez en cuando sí que les cojo magdalenas, porque me encantan y están riquísimas", confiesa desde el despacho del secretario, esperando que el médico no se lo tenga muy en cuenta.

Concepción, que ha trabajado como sastre y también fue artista en la orquesta Acapulco –conocida en la zona y fija hace años en la peña Nogara de Calatayud– explica que el del pan es "un servicio estupendo, porque son personas muy cariñosas y muy atentas". Eulalia Langa, de 67 años, lo corrobora. "Estamos muy felices de que nos lo traigan, y además aprovechamos y nos vemos todos, porque si no en esta época del año no ves a nadie, solamente algún gato por ahí".

Poco a poco, a cuentagotas pero sin pausa, vecinos y vecinas se van acercando por cada calle hasta las escaleras del Ayuntamiento, esperando pacientes su turno en el interior del salón. Ramón Ballano, que supera ya la barrera de los 90 años –de hecho, cumplirá 92 en agosto– aclara que a él le toca "venir todos los días a coger la barra, porque si no vengo, ¡no como!". También recuerda que no hace mucho tiempo también le tocaba llevar la cesta hasta el horno. Entre los presentes está Noemí Piqueras, de 39 años- "Vengo todos los días a por el pan, y a por magdalenas para la chica, porque le gustan mucho. Aquí nos encontramos todos".  Miguela Layunta, de 81 años, también se muestra muy contenta con el servicio que le dan.

En pocos minutos el trabajo de Charo ha terminado. "Ahora vengo todos los días, porque ya no valemos para otra cosa", apunta entre risas Amado Peiró, de 83 años. Reconoce que "es una forma de salir de casa y echar una mano a mi hija y su marido". A su lado está Francisco Gracia, de 81, otro asiduo en el reparto diario, quien no deja pasar la ocasión para hacer un apunte. "A los pueblos nos tienen tirados, es un desastre que no nos favorezcan en nada".

A la caza de los remedios

Frente al bar, cerca de las 14.30, se reúne otro grupo de vecinos: los que esperan la llegada de los medicamentos. Hoy hay suerte: el aire respeta y el sol asoma. Daniel Romeo acude a por pastillas para la tensión y el ácido úrico; en el caso de Jacinto Berbegal, también para la próstata: "Aquí acabamos viniendo todos, cada uno a lo que le toca".

La encargada de hacer el reparto dos veces a la semana es Aranzazu Pérez, auxiliar de la farmacia de Acered. "De normal lo hacemos en el bar, pero hoy se puede hacer aquí en la calle. Esto es un mundo totalmente diferente, porque si no tienes algo, quedas para otro día", reconoce.

Kimile y Dhzemal preparan pinchos, tapas y bocadillos detrás de la barra del bar local

Desde hace casi cinco meses, el bar de Alarba (el antiguo cine) tiene nuevos inquilinos. Son Kimile Hamidova Kiselova y su marido, Dhzemal Aliev Kiselov. Aunque es ella la que está al pie del cañón entre semana, su pareja le echa una mano sábados y domingos, cuando la afluencia se multiplica. Sus hijos, de tres y cinco años, van al colegio en  Calatayud. "La gente es muy maja y están muy contentos", afirma Kimile. Allí ofrecen pinchos, bocadillos y tapas. Llegados desde Bulgaria, para la familia es la primera experiencia en un pueblo. "Mi marido vino a trabajar en el campo y ya nos quedamos con el bar". Depende de la época del año, pasadas las dos de la tarde son pocos los que quedan para echar la partida o el café; en invierno las horas de luz son escasas y hay que aprovecharlas. Entre los habituales están Gabriel y Justiniano Muel, quienes defienden que "hay que acercarse para salir de casa". Ambos aprueban la gestión del bar porque "lo llevan muy bien, limpio y tienen genio para la tarea". También está satisfecho Ángel Lavilla, de 82 años, de los más veteranos en acudir.

Dos peñas que resisten contra viento y marea en  invierno: El Candil y el Jorunto

Un lugar donde refugiarse y resistir durante los fines de semana del invierno; eso es lo que acaban siendo dos de las peñas –para el verano hay diez en total– que aguantan el bajón de afluencia en los meses fríos; es el caso de El Candil y El Jorunto. "Cada vez nos preparamos una cosa: entrecot a la plancha, pescadilla... de todo un poco", explica Clara Lavilla, de 55 años. También se puede encontrar en El Candil a Candi Peiro, de 57 años, y José Aranda, de 59. Según apunta Candi, "es un aliciente para salir todos los sábados, porque merendamos en el local y luego vamos al bar a echar una partida al rabino".

"Nos juntamos cuatro o cinco matrimonios, incluso alguno más si vienen desde Zaragoza. Después de merendar, vamos al bar, nosotros echamos el guiñote, un cubata o una cerveza y ya para casa", comenta José desde el local de su peña. "Es el momento para hablar de lo que hemos hecho durante la semana, del campo o de la caza, según toque", indica.

En el caso del Jorunto, Claudia Guerrero indica que la dinámica en su peña es muy similar, y que el placer culinario también es un motor. "Nos hacemos asado, rancho, lo que nos apetece", apunta.

LOS IMPRESCINDIBLES

El agua

El líquido cristalino que mana de la fuente, construida en el siglo XVI, es uno de los reclamos de Alarba. Llega gente a aprovisionarse desde los pueblos vecinos y Calatayud. La fuente forma conjunto con un pilón y un lavadero reformado.

Iglesia de San Andrés

Además del colorido remate de su torre (foto), destaca la pintada que ha resistido más de 30 años en su fachada, y que reza ‘vivan los quintos del 86’. La iglesia se levantó en el siglo XVIII sobre la planta de otro templo anterior.

Nuestra Señora del Castillo

Está en la parte alta del casco urbano, junto al gran frontón cubierto en el que se dispone el escenario de las verbenas veraniegas. Es un edificio del siglo XVI, de mampostería. Sirve como museo y sala de exposiciones.

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