"De joven, quería irme de España en un camión y recorrer mundo"

En junio del año pasado, HERALDO publicó su última entrevista con Emilio Gastón.

Emilio Gastón, político, poeta y Justicia de Aragón.
Emilio Gastón, político, poeta y Justicia de Aragón.
Oliver Duch

La casa de Emilio Gastón (que comparte con su esposa, la poeta Mari Carmen Gascón Baquero) lo tiene todo: su despacho de abogado y los libros de leyes, una inmensa biblioteca distribuida en varios cuartos, su pinacoteca (que incluye cuadros suyos y muchos ajenos) y el taller de escultura. Sigue leyendo libros de poesía como siempre -«los leo, los anoto, aplaudo y critico los versos, deshago los libros», dice- y escribe todos los días.

¿Por qué la escultura?

Me gusta todo el arte: la pintura, el dibujo, la escultura, pero con ella, pura materia, siento que el arte es ilimitado. Y además elijo el hierro porque tengo un amigo herrero y en Hecho hay una estupenda herrería. El hierro es más dúctil que la piedra, que me exige una fuerza que no tengo.

¿Más dúctil?

A mí me encantan el corte y la fundición, trabajar como si fuera un collage. Soy un recortapega de los fierros, aunque también puedo trabajar con otros materiales.

Está claro que cada vez se vuelca más hacia el paisaje.

Soy zaragozano hasta la médula: ejerciente, viviente, juergueante y cafeteante, como mucha de la gente de mi generación. En Zaragoza me formé, pero lejos, en mis paraísos, tenemos ríos y riberas, sotos y montes maravillosos, o selvas excepcionales, como la Selva de Oza, espacios que se destrozan, y yo intento defenderlos.

Bueno, usted siempre ha sido ecologista y deportista.

Es verdad. He sido nadador y campeón de Aragón. A mis 82 años hago tres días a las semana 1.000 metros en la piscina. Intento que la vejez no sea condena, sino afirmación: me propongo retos, excursiones, aventuras.

¿Qué lugar ocupa la poesía en su vida?

Es insustituible. No la dejo por nada. Siempre he escrito. Incluso cuando mis padres me dejaban castigado, escribía. Escribo en voz alta. Es como si la voz y la música de los versos me ayudasen a componer, a redactar.

Publica ‘La sonrisa de La Nada’ (Comuniter) y lo subtitula ‘Poema cinético teatralizable’. Es un libro alegórico y simbólico…

Las dos cosas. Me gustan los símbolos y las alegorías, y en mis libros hay muchos. Ambos están ahí y también una idea de movimiento y un homenaje al cine. El cine me volvía loco de niño y aún me vuelve hoy. Soy feliz de haber nacido en los tiempos del cine.

¿Qué quería decir?

Tengo que cambiar siempre. Buscar nuevos caminos y expresiones. Es una especie de pieza teatral en tres actos con algunos personajes que bien podrían ser mis yoes. Y esos yoes dialogan con La Nada, que aquí no es exactamente el vacío o el desamparo sino la esperanza de empezar de nuevo, de crear, de mejorar el mundo. Es la ausencia de limitaciones.

¿Es un poemario surrealista?

Sí, claro, cómo no. El surrealismo fue una necesidad, una vía de escape de la época de normativas exageradas: las de la opresión y la represión. No vivimos en el mejor de los mundos, pero ya no es así. Le digo una cosa: jamás he publicado un poema del que me hayan censurado algo. Y ahora me gusta escribir en libertad.

¿Por qué ha elegido como protagonista a un Humanoide Camionero, al que luego llama «camionero introspectivo»?

Cuando era joven tenía un sueño: quería ser camionero e irme de España. Me quitaron hasta el pasaporte. No es que quisiera ser conductor: quería irme de España en un camión, recorrer mundo y hallar otra profesión.

Hay otras criaturas: Diosa Greco-Romana, la Musa Científica, el Explorador Incansable…

En el fondo, como le digo, son personajes que se parecen a mí, que evocan a mi padre, que nacen de mis sueños, o que me interpelan en el libro. Me llaman por mi nombre: Emilio . Ellos representan algunos de mis intereses humanos e intelectuales. Creo que cultivo la utopía. Este también es un libro en el que están amigos que se han ido -Sopeña, Labordeta, de mi edad, García-Badell- y también los que están. ¿Sabe usted que ahora mi gran cómplice es el poeta Fernando Ferreró, que ya tiene 90 años y sigue escribiendo? Nos divertimos mucho.

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