Hablemos de expolio

Las ventas se hicieron a espaldas de las administraciones, de manera ilegal.

En las últimas semanas, a raíz del traslado a Sijena de 44 obras de este monasterio compradas por la Generalitat en 1983, se ha hablado mucho de "expolio". Políticos, medios de comunicación y responsables de museos han calificado así a lo sucedido: lo que ha ocurrido, para ellos, ha sido un expolio. Al museo. Al patrimonio cultural catalán.

Es, sencillamente, el mundo al revés. Las protestas se han levantado airadas, durante todo el tiempo que ha durado el litigio, cada vez que desde Aragón se utilizaba este concepto. No podía hablarse de expolio, argumentaban, porque las piezas habían sido compradas, no robadas. El hecho, sentenciado por los tribunales, de que esas ventas fuesen nulas, ilegales, no parecía importar. Pero, más allá de que las obras salieran de Sijena por un procedimiento o por otro, ¿alguien puede negar que lo ocurrido con el rico patrimonio que un día atesoró el monasterio no ha sido un expolio? Vean hoy ese monumento. Vean las fotografías de las décadas pasadas, en todo su largo abandono franquista. Y vean las fotografías anteriores a la Guerra Civil. Consideren lo que fue, evalúen la riqueza que atesoró, y díganme si lo ocurrido con Sijena no ha sido un expolio desgraciado y sangrante. Un expolio que se inició, lentamente y por goteo, con las primeras ventas efectuadas por las monjas a mediados del siglo XIX; que se frenó durante unos pocos años felices tras la declaración del monasterio como Monumento Nacional en 1923; y que se consumó violentamente, de cuajo, con la guerra.

Las dueñas de Sijena se esforzaron por su recuperación. Son muchas las cartas que se conservan, dirigidas a las instituciones de la dictadura, instándolas a que restauraran el edificio, a que dedicaran atención a ese maltrecho monumento, que había sido uno de los más destacados de Europa por su valioso tesoro artístico, especialmente por sus maravillosas pinturas murales. Lograron, tras varios años de insistencia, que el obispo de Lérida les devolviera parte de las obras rescatadas del incendio, unas por los propios vecinos, otras por milicianos. Vivieron las monjas entre las ruinas durante 25 años sin que nadie, desde la Dirección General de Bellas Artes o de la Comisaría de Defensa del Patrimonio en Madrid, se conmoviera por ellas. Habrían podido vender parte del patrimonio que aún conservaban para remediar su situación, pero no lo hicieron; y el dinero para restaurar el conjunto monumental no llegó nunca mientras ellas estuvieron allí.

En 1960, con su consentimiento pero sin permisos oficiales, se produjo un segundo arranque de pinturas murales, las más importantes de las cuales, el conjunto de pinturas profanas, fueron presentadas en Barcelona como procedentes de "un castillo arruinado cercano a Lérida", por lo que siempre han sido estudiadas como obras catalanas.

A finales de esa década se decidió rehabilitar la hospedería donde se alojaban las religiosas. Para poder llevar a cabo las obras, la comunidad tuvo que trasladarse a Barcelona. Y fue entonces cuando se produjo el vaciamiento definitivo de lo que quedaba, llevado por el obispo a Lérida (donde se unieron a las obras que no fueron devueltas tras la guerra), por los técnicos del MNAC a Barcelona (donde se unieron a las vendidas antes de 1923 y a las pinturas arrancadas en el 36) y por las propias monjas a esta última ciudad. Tampoco entonces ellas vendieron nada. Las ventas se produjeron, por la priora de Valldoreix, tras la muerte de la última priora de Sijena. A espaldas de las administraciones, por alguien que no era dueña de las piezas y, por tanto, de manera ilegal.

Ahora, sin embargo, nos enteramos de que el expoliado es el Museo de Lérida. El día 22, el pleno de Barcelona, a propuesta de ERC, acordó "denunciar el expolio que ha significado para el patrimonio catalán", "una agresión premeditada a la cultura catalana en su conjunto". Si ustedes pueden entender esto, por favor, explíquenmelo.