Del regalo compartido a la lluvia de juguetes

Los juguetes que los niños reciben por Navidad han crecido en número y en sofisticación tecnológica. El muñeco tradicional se híbrida con lo digital y se vuelve interactivo.

El juego prepara para el futuro. De niña, Elia Lozano hacía bailar a sus Barbies, mientras José Antonio Mayoral experimentaba con el deseado Quimicefa.
El juego prepara para el futuro. De niña, Elia Lozano hacía bailar a sus Barbies, mientras José Antonio Mayoral experimentaba con el deseado Quimicefa.
Oliver Duch

En la carta a los Reyes Magos de hoy en día hay drones, mascotas interactivas, videojuegos, ‘tablets’..., también muñecas, sí, pero que bailan con efecto de holograma. La tecnología convive con familias de conejos o ardillas, juegos de mesa o construcciones.

Todos guardamos en la memoria (o en el altillo) aquel juguete de la infancia que nos deslumbró. En los años sesenta, "todos los niños queríamos un Scalextric. Fue un ‘boom’: ¡poder hacer carreras de coches en tu casa...!". El que los Reyes dejaron bajo el árbol, en el zapato de José Antonio Mayoral y de su hermano, fue "uno de los pequeños". Lo habían pedido durante años y por fin llegó, para los dos. "Fue ‘el juguete’, el sumun. Un Scalextric de verdad, no el de cuerda que le habían regalado a su hermano Javier unos años antes y que aún conserva.

Porque "la tecnología se fue imponiendo poco a poco, y pasamos de jugar con cochecitos de cuerda al Scalextric eléctrico y ahora con las Play Stations", señala el rector de la Universidad de Zaragoza. Pero, al final, "se sigue jugando a hacer carreras de coches o al baloncesto. Es lo mismo pero de otra manera. Los gustos han evolucionado menos que la tecnología".

De hecho, los juguetes para los menores de 6 años, las muñecas y los juegos de mesa y puzles siguen siendo los juguetes más vendidos en nuestro país, según la Asociación Española de Fabricantes de Juguetes. Incluso, en contra de lo que pudiera pensarse, las ventas de juguetes electrónicos han descendido en los últimos años, tras el auge vivido en los ochenta y noventa. Con hitos como la llegada de la videoconsola, con las icónicas Game Boy desde 1989, que derrotarían a las Atari o Sega.

A la bailarina Elia Lozano le cuesta entender que a sus hijas, de 11 y 13 años, les haga tanta ilusión pedir un móvil nuevo de última generación. "Intento ponerme en su lugar, pero soy de otra generación. Me parece tan aburrido estar tanto rato quieto... La tecnología no me engancha; sí lo físico, lo emocional, la música, moverme, salir...". Cuando era niña, "para mí la satisfacción estaba en escuchar música, en inventar, en crear..." y en no perderse ni una de las funciones del Ballet de Zaragoza, donde bailaba su hermana Elena. Aunque la danza inundó desde muy pronto todo su mundo y no fue una niña caprichosa, deseó intensamente la Barbie que recibió un año como regalo de Navidad. Le gustaba "porque era flexible y la podía manipular para crear pasos de ballet", aunque siempre terminaba rompiéndole las piernas "porque me empeñaba en retorcerlas ‘en dehors’".

Una ilusión recuperada

Esbelta y rosa, la encontró al despertarse un día de Navidad de su infancia al lado del belén que ponía su madre a regañadientes de su padre. Él "es ateo y mi madre es religiosa pero tampoco mucho, así que, ahora que lo veo como adulta, me da la sensación de que no se ponían de acuerdo". Elia sabía que venían unos regalos, sus padres no les decían que era cosa suya, pero "tampoco tenía el imaginario de pensar que los traía Papá Noel o los Reyes Magos".

Así, ha sido a través de sus hijas como ha descubierto, "maravillada, la ilusión que les hace, pues yo no había sentido esa emoción tan profunda. Su padre y yo hemos mantenido la tradición de Papá Noel y los Reyes muy a gusto".

José Antonio Mayoral mantuvo con su hija Ana la costumbre de regalar el 6 de enero, "aunque siempre había también un pequeño detalle para Papá Noel porque el resto de sus amigas lo tenían; nos gusta conservar una tradición más nuestra frente a todo lo anglosajón que nos viene". Lo aragonés sigue teniendo también protagonismo "casi obligatorio". Comen con su madre en Villamayor de Gállego el día 25. "Sigue cocinando muy bien y sabe que cardo y ternasco tiene que haber. Si no, no sería Navidad".

Las celebraciones navideñas de Elia se volvieron cosmopolitas muy pronto. Cumplió los 16 en Lausanne (Suiza), ensayando para el concurso cuyo premio la llevaría al Ballet de la Ópera de Stuttgart. Hasta los 23 años, sus Navidades transcurrieron en Alemania, donde la gente va al teatro esos días y a los bailarines, "que somos nómadas", les toca trabajar. Al estar fuera, los cinco españoles de la compañía hacían piña y cenaban juntos. "Carlos cocinaba col lombarda y la tortilla de patata, que allí era sinónimo de España, y Clarette, la brasileña, hacía ‘feijoada’". Lejos de casa, todo adquiría un nuevo valor. "Cosas como la tortilla de patata o el jamón que traía mi madre empezaron a hacerme mucha ilusión. Lo pasábamos muy bien".

Ahora, desde Zaragoza, ve "cómo nos invade una manera distinta de celebrar, más banal, muy americana, que hace que los niños de hoy estén mucho en lo externo".

Un juguete y un tebeo

El rector recuerda que el de Reyes "era ‘el regalo’, a veces común para los dos". Luego, como mucho había un tebeo, un cuento, "a mí me gustaba mucho leer". Él pedía Astérix; su hermano Javier, Tintín. "No era la abundancia de ahora; los niños no tienen tiempo de jugar con 12 cosas a la vez".

En 2016, los niños españoles recibieron una media de nueve juguetes y los españoles gastaron 186 euros por niño en juguetes. Buena parte, para Navidad. El mes de diciembre suele reunir cerca del 50% de consumo de juguetes de todo el año. Solo la última semana representa el 10,2%, según datos de NPD Group.

Como padres, ambos han vivido el estrés de buscar ese juguete de última hora. Incluida "alguna visita al Toys R Us de Utebo como último recurso aunque pagaras algo más", dice José Antonio. Elia persiguió sin éxito un Furby que le había pedido su hija pequeña. "No hubo manera"; ahora "con internet es una comodidad poderlo encargar". "Hay cierta locura por estos productos de moda y mucha presión de los propios niños, que se ponen muy pesados", señala.

Para el rector, "la televisión y el contacto con otros niños marcan los juguetes estrella de cada Navidad". No todo el mundo tenía tele en los sesenta, pero igualmente hubo juguetes que fueron un bombazo. Como el Quimicefa que, con 12 o 13 años, les dejaron los Reyes. "Era un regalo compartido, pero me enganché yo más". Con él, "hacía pólvora, ahora está prohibido, los juegos de química son más ‘light". Más seguros "pero más aburridos; de niño buscas emoción".

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