Escenarios que atrapan a padres e hijos por Navidad

Hace años, la cita con el belén era ineludible; hoy, las grandes superficies comerciales copan buena parte de ese protagonismo.

Aunque reconoce, abiertamente, que no es muy "belenero", el escritor y periodista Sergio del Molino se ha acercado hasta el Belén de la plaza del Pilar para charlar con Alberto Zapater, el capitán del Real Zaragoza, que está más en su salsa, a pesar de que, por el momento, como sus hijos son muy pequeños –Óliver, de 2 años, y Alejandra, de 3–, "o lo ponemos de plástico", se ríe Alberto, o correría la misma suerte que el árbol de Navidad: "Óliver se pasa el día quitándole las bolas, le encanta". "Pero en casa de mis padres y mis tíos, en Ejea de los Caballeros, se ponía siempre". Y no es que Sergio no proceda de la misma tradición, "mi madre –cuenta–, le daba mucha importancia a la Navidad, para ella tenía un gran valor sentimental. Recuerdo mi infancia con toda la liturgia navideña, muy barroca: árbol, belén... Lo que pasa es que, luego, con los años, te distancias y en mi casa no hemos vuelto a tener una tradición navideña hasta que llegaron los hijos". Ahora es Daniel, de 5 años, el que decora un árbol pequeñito, "un bonsái de Navidad", precisa.

En la Comunidad aragonesa existe una arraigada tradición belenística, con cerca de un centenar de belenes distribuidos por todo el territorio. La más conocida, la Ruta del Belén de Aragón, que agrupa este año 21 belenes de 16 poblaciones, la mayoría oscenses, espera superar los 150.000 visitantes de la pasada edición.

Sentimiento de culpabilidad

Y, sin embargo, puestos a elegir –aunque si pudiera evitaría ambos–, Sergio es de los que prefiere, "con diferencia", ‘perderse’ por un centro comercial que entre las figuritas de los belenes. "Es muy agobiante –comenta–, pero pasas un rato entretenido, sobre todo, si vas con críos". Por supuesto, existen razones de mayor peso. El escritor opina que "dramatizamos mucho con respecto al tema del consumismo"; que existe un puritanismo tal que nos hace sentir culpables ante el exceso; que estamos pervirtiendo el auténtico significado de la Navidad, cuando "vivimos en una sociedad laica y los afectos son personales". Por esto, y por mucho más, Sergio reivindica las bondades del consumismo, del acto de regalar; igual, así, gracias a ese derroche que tanto denostamos "recuperamos parte del origen de aquellas saturnales romanas, aquellas bacanales desmedidas...". "Paradójicamente, tal vez, a través del consumismo, estemos recuperando el espíritu festivo de la Navidad". En resumidas cuentas, que la moralina y ese "mensaje tan demonizador" que existe en nuestra sociedad sobre el consumismo, hacen que "el centro comercial me caiga hasta simpático", concluye.

En la fila de Papá Noel

"Pues, ayer, precisamente, hice la fila de Papá Noel con mis hijos en un centro comercial. No íbamos a eso, pero no hubo forma de evitarlo", interviene el capitán del Real Zaragoza, que se declara "más de Reyes". Alberto cree que en estas fechas impera el consumismo puro y duro, sobre todo, en los grandes centros comerciales, que despliegan toda su parafernalia marquetiniana –la mayoría tienen programaciones temáticas completísimas– para fascinar a los más pequeños y ‘atrapar’ a los padres, claro. "Yo quiero que mis hijos aprendan a valorar las cosas –dice Alberto–. Y eso es muy difícil de conseguir, cuando todavía tienes regalos sin abrir del año pasado. Sé que es duro y yo soy blando con ellos, pero hay que aprender a decirles que no". "¡Yo, de pequeño, no tenía tantas cosas!", exclama. Y es que Alberto recuerda con nostalgia aquellas Navidades en Ejea, con toda la familia reunida en El Sabinar, en casa de su tío Ismael; la cabalgata de Reyes y aquellos maravillosos días de parque con el balón, siempre con un balón, "los machacaba", matiza.

Sudaderas, como portería

"Yo era de los que siempre bajaba con el balón, y eso que tenía mi Nintendo, pero me gustaba más jugar con mis amigos al fútbol, con un par de sudaderas como portería". Pero, ahora, los chavales prefieren la consola y estar bien calentitos en casa; "¿pensar en una pachanga de fútbol entre niños?, imposible", dice Alberto, que sostiene, además, que a los chavales de hoy se les apoderan las nuevas tecnologías. "Antes, para no perderte un episodio de ‘Oliver y Benji’ estabas media hora antes plantado delante del televisor; ahora, desde el móvil, puedo descargarle a mi hija cualquier capítulo de la temporada que ella elija de sus dibujos favoritos".

Dicen que el paso del tiempo lo suaviza todo; y en ese trajín de la vida, con tanto vaivén, Sergio del Molino reconoce que ha ido perdiendo el "desapego" y que las Navidades, "una época un tanto fastidiosa que había que pasar", conforme sus padres se han hecho mayores y con la llegada de los hijos, han cambiado de significado para él; y esas dos o tres comidas familiares –entonces mero trámite de juventud– se han convertido en algo "entrañable". "¡Odio esa palabra! –exclama–. Pero, ¿quién me lo iba a decir?, las disfruto mucho", afirma. Y otra confesión: fueron sus propios padres, los que "tuvieron que intervenir", para que descubriera el secreto mejor guardado por los Magos de Oriente. "Aunque ya era ya bastante mayor, recuerdo que fue una decepción enorme, tanto que, incluso, tuvieron que convencerme".

A pesar de haber pasado temporadas en Italia, Portugal y Rusia, por sus compromisos deportivos profesionales, Alberto siempre ha vuelto a casa por Navidad, por lo menos en Nochebuena. Son días para pasar en familia, con sus penas y sus alegrías. "A pesar de que ya no estamos todos –falta mi padre–, los hijos te devuelven la ilusión perdida, esa que deberíamos tener siempre todos", asegura Zapater, que este año le pide a los Reyes Magos salud, "conforme vas cumpliendo años –dice–, te das cuenta de lo importante que es", y por supuesto que el Real Zaragoza vaya bien, "porque, estoy convencido, de que podemos hacerlo mucho mejor".

Esa bandeja llena de turrón...

En cuanto a las cosas del comer, tanto Alberto como Sergio se declaran bastante tradicionales. El capitán del equipo maño suspira cuando piensa en el rape con salsa verde, que todavía prepara su madre, y en esa bandeja de turrones –es muy, muy, laminero–, que permanecía en casa de sus padres siempre llena y bien a mano, desde el principio de las Navidades hasta después de Reyes. "Levantarte por las mañanas y ver allí aquella bandeja...". Sergio, por sus raíces madrileñas y valencianas prefiere otro tipo de platos, como la pularda. Diametralmente opuestos se reconocen ambos en el tema musical, ese es otro cantar. Si hay algo que le gusta a Alberto Zapater es recorrer la avenida principal de su pueblo, Ejea, escuchando villancicos, por la noche, con sus luces y su ambiente navideño; Sergio del Molino está prácticamente convencido de que suenan para incordiarle: "¡No puedo con ellos!", asegura tajante, y eso que es un enamorado confeso e incondicional de la música.

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