La Iglesuela del Cid: la industria del jamón nació en el Maestrazgo

Con menos de 500 vecinos, pero con un paisaje imponente –ya vestido de otoño– La Iglesuela gana turistas día a día. No solo es por el agreste horizonte, también la gastronomía atrae visitantes.

Alejandro Centelles, en la puerta de su secadero de jamones. Al fondo, el gran palacio Matutano-Daudén
Alejandro Centelles, en la puerta de su secadero de jamones. Al fondo, el gran palacio Matutano-Daudén
Jorge Escudero

Aquí empezó todo. O eso defiende con orgullo Alejandro Centelles Escorihuela, tercera generación de una saga de jamoneros de La Iglesuela del Cid que se precia de haber puesto en marcha en 1940 el primer secadero de Aragón y, por tanto, de la provincia de Teruel, un territorio hoy volcado en el curado de perniles tras haberse convertido esta peculiar actividad en un pilar fundamental de su economía junto a Dinópolis, Motorland y el turismo en general.

Pero Alejandro quiere ser franco. "Estoy aún más orgulloso de llevar una empresa que inició mi abuelo y que ha continuado mi padre", dice mientras muestra los recuerdos de aquellos primeros años de funcionamiento de La Casa de los Jamones, nombre con el que fue bautizado el establecimiento –entonces una típica tienda de ultramarinos– y que aún hoy mantiene. Entre los vestigios, un calendario de los años de posguerra o un anuncio publicitario impreso de todo lo que vendía su abuelo además de jamones, como aventadores para separar el grano de la paja del trigo y máquinas de coser Alfa traídas del País Vasco. "Tuvo que aprender a arreglar esas máquinas para poder dar servicio posventa a los clientes y después mi padre, con solo 15 años, hizo lo mismo", explica el joven Centelles.

"Prepara la sal, que empieza la temporada", advierte a un proveedor que acaba de entrar por la puerta. Y es que en el secadero más antiguo de Aragón los jamones se siguen curando como hace un siglo se hacía en las masías del Maestrazgo, "con sal y ventanas abiertas; y solo durante los meses de invierno, de noviembre a febrero", subraya. La producción, claro, es un tanto limitada: 5.000 jamones al año. Toda se vende al por menor a particulares.

A sus 34 años y casado, Alejandro disfruta con su trabajo, pero no oculta que se siente "un poco esclavo". Los turistas son sus principales clientes y estos llegan los fines de semana, en los puentes festivos y en verano, justo cuando sus amigos y su pareja están de fiesta.

Como en otros municipios del Maestrazgo –ese vasto territorio montañoso necesitado de modernas carreteras cuyos habitantes luchan por frenar la despoblación–, los jóvenes se divierten acudiendo a las fiestas patronales de localidades próximas o bien quedándose en el bar del pueblo.

"El futuro aquí está complicado", afirma sin rodeos Alejandro. "Mucha gente joven ha emigrado a Castellón y a la capital turolense y nacen pocos niños –prosigue–. En verano, La Iglesuela se llena, pero en invierno estamos pocos. Muchas empresas han caído con la crisis, y la agricultura y la ganadería no despegan; no hay demasiado empleo para ofrecer a la gente".

Admite, no obstante, que el turismo ha crecido de una forma "espectacular" en la zona. Y es lógico, defiende este jamonero, pues cada vez más los territorios de interior están de moda, sobre todo por la alta valoración que hacen de ellos los amantes del senderismo y aquellos que se sienten seducidos por los encantos del medio rural.

Las palabras de Alejandro se hacen veraces en un breve paseo por el pueblo y sus alrededores, de los que, desde hace días, se ha adueñado el otoño tiñendo de marrón, rojo y amarillo los árboles y arbustos. Así, turistas cámara al hombro patean las calles y suben hasta los puntos más altos de La Iglesuela del Cid, como el Calvario, para captar la mejor instantánea.

La cercanía de la Comunidad Valenciana, con 5 millones de habitantes deseosos de montaña tras un verano de playa, resulta muy ventajosa para La Iglesuela. Desde este territorio vecino llegan cada fin de semana decenas de visitantes para disfrutar del paisaje y la gastronomía. "Esto se llena cada vez que en Valencia tienen fiesta", asegura Alejandro.

Manteca con pincel

No lejos de La Casa de los Jamones –llamada así, por cierto, porque el abuelo de Alejandro la iba levantando a medida que vendía perniles– se encuentra el secadero u obrador. El intenso aroma de la carne curada artesanalmente invade todo el local, en el que un empleado, David Tena, va recubriendo de manteca, uno a uno y ayudándose con un pincel, todos los jamones. "Más que el frío, lo importante es que no haya humedad en el ambiente", recalca el trabajador. Tras doce días en sal, cada pieza permanece colgada en esta sala durante un año y termina su proceso de secado en la tienda.

Alejandro y David coinciden, no obstante, en que cada pernil es distinto y necesita, por tanto, un tratamiento particular. "Si tiene más tocino y es más grande, hace falta más tiempo", advierten. En su opinión, estos últimos proceden de un cerdo "más cuajado" y están más buenos. La sintonía profesional entre ellos es total y para nada ejercen de jefe y empleado. Es más, los dos se van al bar al terminar el trabajo. Es la gracia de vivir en un municipio con 450 vecinos.

La piedra del monte, riqueza y castigo a partes iguales para un pueblo agrícola

Kilómetros y kilómetros de paredes hechas con piedra del terreno recorren los montes del término de La Iglesuela del Cid y cercan los huertos que aún perviven en el casco urbano de la localidad. Esta materia prima, con su color anaranjado, abunda en la zona y ha permitido crear una arquitectura típica, la de la piedra seca, declarada Bien de Interés Cultural y ahora elemento definitorio del patrimonio del municipio.

Pero como dicen los vecinos, la piedra es, por igual, beneficio y castigo en este municipio del Jiloca, pues si puede ser utilizada como material constructivo, también es cierto que salpica toda la tierra de labor, obligando al agricultor a retirarla a mano para poder cultivar en ella alimentos para el hombre y el ganado.

El declive de la agricultura permite ver la piedra en la actualidad con mejores ojos y valorar las construcciones que los antiguos hicieron con ella. No solo hay cercados, también hay casetas levantadas sin argamasa y cubiertas con bóvedas o falsas cúpulas. Incluso hay puentes cuyas barandillas se han realizado utilizando estas lajas de piedra con gran maestría.

En busca de la tranquilidad en un hotel de película pisado por Faye Dunaway

La Iglesuela del Cid tiene escenarios de película. Bien claro lo vio Manuel Lombardero cuando a finales de los 90 eligió la localidad para el rodaje de ‘En brazos de la mujer madura’, que narra la historia, situada en la época de la Guerra Civil española, de un joven que se inicia en el amor con una condesa prisionera de los anarquistas.

Las reticencias del Obispado de Teruel a prestar una ermita del municipio para la grabación de algunas escenas del film hicieron que el equipo de rodaje pusiera sus ojos en la Casa Matutano-Daudén, un palacio del siglo XVIII al que acudió la mismísima Faye Dunaway, una de las actrices con más películas en la lista de las 100 mejores de la historia del cine, entre ellas, ‘Bonnie and Clyde’.

El palacio, hoy convertido en hospedería, conserva su monumental escalera imperial de estilo rococó y su patio de suelo empedrado. Ana Altaba, responsable de la recepción en este hotel, explica que aún hay algún turista que quiere saber cómo se rodó ‘En brazos de la mujer madura’. Sin embargo, la gran mayoría de los huéspedes llega al hotel "en busca de tranquilidad y descanso", algo garantizado en este caserón situado muy cerca de la plaza Mayor.

LOS IMPRESCINDIBLES

Torres y mazmorras

La fachada de la Casa Consistorial data de los siglos XV y XVI. Tras el Ayuntamiento se encuentran la torre –Torreón de los Nublos– y las mazmorras del viejo castillo templario, utilizadas como dependencias municipales.

Las eras

La Iglesuela conserva las tradicionales eras en las que se aventaba el trigo para separar el grano de la paja. Situadas en lo más alto del pueblo, algunas de las construcciones agrícolas anejas se han convertido en viviendas.

El paso del Campeador

No hay documentos que lo acrediten, pero se atribuye al tránsito de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, por la localidad –camino de Valencia– el apellido del municipio. Varias leyendas hablan de su presencia en el pueblo.

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