Zaragoza de puertas para afuera

Zaragoza es lo que son los zaragozanos, pero también cómo nos ven. Tópicos casi siempre amables que forman parte de nuestra cultura popular de puertas para afuera.

Vistas de Zaragoza desde la Basílica del Pilar.
Vistas de Zaragoza desde la Basílica del Pilar.

"¿Sabes cuál es la única ciudad de España acentuada en todas las sílabas?" Eres de Zaragoza si alguna vez te han contado este chiste o si te han pedido que cantes una jota y has tenido que poner sonrisa de circunstancias. Eres de Zaragoza si se te pone morena la axila de tanto saludar a paisanos en Salou o Cambrils o si un tío lejano y de fuera te ha dicho, acompañado de un codazo cómplice, lo de "yo hice la mili ahí". Zaragoza es lo que son los zaragozanos, pero también cómo nos ven. Tópicos casi siempre amables que forman parte de nuestra cultura popular de puertas para afuera.

ENEMIGOS DE LA ESDRÚJULA Y 'CO' POR DOQUIER

Por Mónica Tragacete.

Vivo en Zaragoza desde 2011. Gardel decía que 20 años no son nada, así que imaginen a lo que se reducen seis. Sobre todo para algunos miembros de mi familia. Ocho de cada diez veces que vuelvo a Madrid, mi tío Pedrito me pregunta si sé cuál es la ciudad con todas sus sílabas acentuadas. Por cortesía sigo haciendo que me río. Algo parecido le pasa a mi primo Santi: los primeros minutos de parloteo con él siempre discurren a una velocidad de entre cuatro y cinco 'cos' por frase. Cree que todos en Zaragoza hablan así y solo le perdono porque pasó la adolescencia escuchando a Violadores. Si con el que coincido es con Vicente, el vecino de mis padres, me entona un sonoro 'la virgen del Pilar diceee'. Una y mil veces las jotas, los adoquines, el 'mañaaa' de nefasta interpretación en la voz de un madrileño. Me he acostumbrado a todo ello y a volver a casa con 'deberes': las vecinas de mi pueblo de Toledo, esas que nada más llegar ya me preguntan cuándo me voy, siempre me piden que ponga unas velas de su parte en la basílica del Pilar.


Una jotera en el certamen de 2016. | Maite Santonja/HERALDO

EL SONIDO QUE MÁS UNE Y EMOCIONA

Por Mariano García.

Con la jota no existe término medio: o te da dolor de cabeza o te enardece la sangre y limpia las arterias. Escuchada en casa, a los cinco minutos te puede cansar; oída fuera del hogar, te conmueve hasta la lágrima. Aragón es tierra de pasiones encendidas y de humor esquivo pero contundente. Y todo ello, gracias al Cielo, se acaba trasparentando en la jota.

Poco importa que en tiempos pretéritos fuera utilizada políticamente; o que hasta no hace mucho se abusara de ella hasta provocar hastío. La jota, hoy, sigue siendo santo y seña de Aragón. Y en la capital aragonesa han nacido algunas de las más grandes figuras de este arte, desde 'El Tuerto de las Tenerías' al 'Royo del Rabal', pasando por Cecilio Navarro, Jacinta Bartolomé, Juanito Pardo, José Oto, Felisa Galé, Josefina Ibáñez, Justo Royo 'el Cebadero' o Begoña García.

Quién tuviera voz para salir a la calle hoy y cantar, a toda garganta: Camino de Zaragoza / siempre lo paso cantando, / y cuando vuelvo hacia atrás/ siempre paso suspirando.


Corte de pelo a la llegada al cuartel del último reemplazo de reclutas que hizo la mili obligatoria. | HERALDO

UN SIGLO DE CUARTELES Y ESTACIONES REFERENCIALES

Por Paco Giménez.

Zaragoza fue, durante todo el siglo XX, especialmente entre los años treinta y noventa, punto neurálgico de dos sectores fundamentales del entramado social y demográfico de España: los vinculados con el ámbito militar y con el ferroviario. Dos sostenes económicos, dos resortes referenciales de la vida cotidiana española en ese momento concreto de la historia moderna del país. La ubicación estratégica de la capital de Aragón en el mapa favoreció la implantación, el crecimiento y el mantenimiento de ambos durante décadas.

Fue Zaragoza una ciudad que creció, de manera rápida, progresiva y también desmesurada, gracias entre otras cosas a estos dos sectores. Miles y miles de familias, de aquí y de todo el mapa hispano, tomaron contacto, puntual o definitivo, con ella a lo largo de esas décadas que transformaron nuestras vidas del blanco y negro al color, del cine mudo al 'sensurround' y la 'panavisión'. "Pues mi padre hizo la mili en Zaragoza", ha oído cualquier nativo de esta tierra en cualquier rincón de España en boca de gentes de allá y acullá, de todos los orígenes regionales posibles. Y donde la frase dice "mi padre" cabe incluir cualquier otro parentesco. Tres de cada cuatro españoles tiene alguien en su árbol genealógico que cumplió el servicio militar, o algo más en filas, en Zaragoza.

Algo similar ocurre con el mundo de los trenes. "Mi padre estuvo de ferroviario en Zaragoza". La ciudad fue, desde el nacimiento del ferrocarril, un nudo de comunicaciones clave en la red española. Una escuela perenne de ferroviarios y, por derivación del sector, la matriz de construcción durante largo tiempo de los convoyes que surcaron las vías de todo el país, en la fábrica de Carde y Escoriaza.

Los vagones, los trenes nacían en gran medida en Zaragoza. En ese tiempo, los reclutas, los pelones, evidentemente también los mandos y oficiales, vivieron y trabajaron en cuarteles, algunos de gran tamaño (auténticos pueblos), como San Lamberto, el CIR –Centro de Instrucción de Reclutas–, Castillejos, Pontoneros, la Base Aérea, Automovilismo, Intendencia, Sementales, Ingenieros, Ferrocarriles (este, en las Delicias, unió a estos dos núcleos de población a través de los incontables reenganches laborales de los licenciados tras la mili )... Por supuesto, la Academia General Militar era emblema. ¿Cuántas decenas, centenas de miles de españoles pasaron por aquí vestidos de caqui o de azul?

En Zaragoza, en los tiempos del vapor, convivieron las estaciones del Norte (Arrabal), Campo Sepulcro (Portillo), Caminreal (Delicias), Utrillas. Otras también relevantes como Miraflores o Casetas. ¿Cuántos miles de sueldos se ganaron en esos lugares de olor a carbonilla y balastro? Es historia de Zaragoza. Expandida, por relación y derivación directa, por toda España. Herencia de algo ya mutado.


En agosto en Salou no cabe una sombrilla más. | Jaume Sellart/HERALDO

TRES INTENTONAS Y UNA TRADICIÓN FAMILIAR

Por C. Peribáñez.

Veraneamos un año en Suances. El agua estaba a menos quince grados. Los niños tiritaban y su piel adquirió una tonalidad morada. Tardamos cerca de un año en desarrugarlos por completo. El siguiente agosto viajamos a Zarautz. Llovió y llovió y llovió. A los niños les salió algo parecido a moho entre las orejas. Ante la imposibilidad de pisar la playa, nos pareció una brillante idea apuntarlos a clases particulares de 'trikitixa'. Los fabricantes de tapones de oídos tienen desde entonces un filón en esta familia.

Al tercer intento recalamos en Salou y sí, por fin, sol. Puede que incluso arena, pero la playa estaban tan atestada que solo pisamos las toallas del vecino. No del vecino de tumbona, sino de nuestro portal del piso de Compromiso de Caspe. Ahá. Ahí estaba toda la 'troupe' de los Fernández, pero también Mari, la del bar; Ricardo, el frutero; Juan Luis, el de la tienda de bicis, y los tíos de Binéfar, que nos propusieron ir a Cambrils y La Pineda para visitar a la familia política. Sin duda, el mejor plan para unos días de asueto.

Una mañana, aprovechando un claro en el bosque de felpa, microfibra y vetusto rizo, los niños intentaron hacer un castillo de arena. Oh, maldición: les salió un castellet. ¡Un castellet 'amb nens' coronándolo! Para compensar tuve que desplegar mi sombrilla sutilmente decorada con motivos pertenecientes al retablo de la Inmaculada de Sijena. No fue una provocación. Estilo, aún en bikini, se tiene o no.

A la vuelta de vacaciones ya hemos convertido en tradición familiar ir al Pilar a ponerle una velica a la Virgen confiando en que Ryanair anuncie vuelos 'low cost' a Maldivas, Cancún o Bahamas. Desde Garrapinillos, por supuesto, porque no, en Zaragoza no hay playa por más que le arañen espacio al Ebro y le echen capazos de arena.

- Ir al especial 'De Zaragoza de toda la vida'.

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