"No podía escapar, solo esperar a que el temblor parase"

Varios aragoneses relatan cómo vivieron el seísmo registrado en el centro de México.

Un potente terremoto vuelve a sacudir México
Un potente terremoto vuelve a sacudir México
Agencias

Muchos aragoneses vivieron desde cerca este martes el terremoto de magnitud 7,1 en la escala de Richter que sacudió el centro de México y que, por el momento, ha provocado más de 200 fallecidos.

A todos los pilló por sorpresa. A las 11.00 (16.00 GTM) habían realizado un simulacro conmemorativo del temblor de hace exactamente 32 años (19 de septiembre 1985), de magnitud 8,1, y que dejó miles de muertos en la capital. Tan solo dos horas más tarde, a la 13.14 hora local (18.14 GMT), "la luz que avisa de los terremotos se activó, esta vez, no era un simulacro", apunta Javier García, uno de los fundadores del centro aragonés en la Ciudad de México.

"No nos dio tiempo a reaccionar ni a seguir las recomendaciones en caso de temblor", este zaragozano, que vive en México desde hace ocho años, se encontraba trabajando en la oficina. Concretamente en la planta 16, "nos agarramos todos, unas 70 personas, para intentar no caernos al suelo, al lado de las paredes maestras, veíamos y notábamos cómo los edificios iban de lado a lado, no podíamos mantenernos en pie", relata García que se encontraba en el centro de la ciudad, concretamente en el lugar más afectado por el terremoto.

"No podía escapar, solo esperar a que el temblor parase", así vivió este zaragozano estos momentos de angustia, aunque no era la primera vez que vivía un seísmo de esta magnitud. "Esta vez fue diferente, no ha sido el de mayor magnitud que he vivido, pero en esta ocasión el temblor era mayor".

"Al salir a la calle, lo vimos enseguida, muchos edificios se habían caído". Gritos, llantos y pánico, esos son los sentimientos que vio en la calle García, que señala que al salir todas las personas fueron al "punto de seguridad". "Todos sabemos qué tenemos que hacer, a pesar de ello, existía un fuerte caos hasta que llegaron los servicios de emergencia".

A partir de entonces, empezó la búsqueda. "Intentas conectar con tu familia y allegados, pero las líneas no funcionan, una vez vuelven a estar operativas empiezas a saber que todos están bien". García, como fundador del centro aragonés en la Ciudad de México, asegura que "todos los aragoneses con los que comparte un chat se encuentran bien".

"Pero la búsqueda no termina ahí, comienza en las redes, hay personas que están debajo de los escombros que se comunican a través de ellas", señala este zaragozano que pudo volver a casa en coche gracias a que ese día aparcó en otro lugar diferente al habitual. "En el lugar donde suelo aparcar, se cayó la fachada de un edificio".

"Pensábamos que era una réplica del de hacía dos semanas"

Otro zaragozano de adopción, el salvadoreño Guillermo Aragón, también vivió la tragedia desde muy cerca. En este caso, desde el distrito de Collacán, también en el centro de Ciudad de México. "Estaba hablando con un compañero de trabajo y de repente me dijo que se estaba produciendo un terremoto, al ver el techo me dí cuenta, empezó de forma suave", señala este joven que lleva a penas nueve meses en el país.

"Fuimos a salir, estábamos en la tercera planta, pero yo me quedé el último y dos chicas se quedaron engarrotadas del miedo, no bajaban", apunta Aragón que tuvo que quedarse en el edificio, y buscar refugio junto a tres compañeros.

"Pensábamos que era una réplica del de hacía dos semanas, pero cuando dejó de temblar y salimos a la calle, vimos la destrucción que había provocado".

"No podíamos mantenernos en pie"

Una familia aragonesa, que también se encontraba en el país centroamericano, relata su experiencia. Se hallaban a 40 kilómetros de la capital, en Teluca. "Noté un movimiento impresionante y supe que teníamos que salir de la nave", narra Asier Unzueta, que trabaja junto a su mujer en esta población.

"No podíamos mantenernos en pie, era como si estuviésemos borrachos", apunta este padre de familia que lo primero que pensó al notar el temblor fue en sus hijos. "Estaban saliendo de la escuela, iban a coger el autobús, ellos pensaron que se trataba de otro simulacro", explica Unzueta, que vive en México desde hace dos años junto a su familia. "Por suerte, todos estamos bien".

Ahora, la solidaridad se está apoderando de las calles, apuntan estos aragoneses. La comida en los supermercados está agotada porque la gente ha comprado para donarlo, las compañías telefónicas han abierto las líneas para que la gente pueda comunicarse de forma gratuita y los taxis son gratis. "Cada uno ayuda con lo que puede", explica García, que a su vez apunta que "lo más duro comienza ahora".

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