Cabra de Mora sobrevive como núcleo de segundas residencias

Tomás Monleón, Arantxa Ordax y la decana, Antonia Fortea.
Tomás Monleón, Arantxa Ordax y la decana, Antonia Fortea.
J. Escudero

"Todas las casas están arregladas, la mayoría por descendientes del pueblo que viven en Barcelona y Valencia". El alguacil de Cabra de Mora, Tomás Monleón, muestra orgulloso las calles bien cuidadas y las viviendas conservadas con esmero, a pesar de que, en lo más crudo del invierno, solo viven aquí cuarenta personas –el censo oficial es de 68–. Sin embargo, en agosto, con las fiestas patronales, el número de residentes se multiplica por 11, hasta los 450.

La emigración se cebó con el pueblo en el siglo XX y redujo un padrón de 563 vecinos en 1900 a los 108 de 2001. Entre las secuelas del éxodo, destaca el cierre de la escuela hace 12 años –fracasó un intento de mantenerla abierta con nuevos pobladores que trajeron niños pequeños–. El último nacimiento se remonta a hace 16 años. A pesar del varapalo demográfico, Cabra conserva un mínimo equipamiento de servicios con un supermercado, un bar y alojamientos turísticos.

La responsable de la oferta hostelera, Arantxa Ordax, explica que la época con más trabajo para ella es, paradójicamente, el invierno, coincidiendo con la temporada de esquí en la cercana Valdelinares. Buena parte de las posibilidades de futuro de Cabra se centran en el tirón turístico derivado de su patrimonio natural y monumental –destaca la réplica de la Escala Santa de San Juan de Letrán, en Roma– y de la cercanía de Mora de Rubielos y de la estación invernal de Aramón. El alguacil reconoce que en el pueblo "no hay trabajo" y, sin empleo, es difícil asentar población.

La vecina de más edad, Antonia Fortea, con una sorprendente vitalidad para sus 98 años, recuerda que cuando era joven había "mucha vida" en el pueblo con dos colegios, uno de niños y otro de niñas, pero la gente empezó a marcharse "a todas partes", hasta dejar la población bajo mínimos.

Monleón cuenta que, aunque entre semana, en invierno, el pueblo es "aburrido", en verano se llena de vida con la llegada de cientos de veraneantes oriundos del Cabra que reabren las casas y, durante unos meses, hacen olvidar la galopante despoblación.

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