Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Las cerezas del valle del Mijares se reinventan

En esta zona de Teruel surgen pequeñas iniciativas para recuperar uno de los cultivos frutícolas con más tradición, pero casi extinguidos.

Imagen de archivo de una poda de cerezos en Olba en el año 1969.
Imagen de archivo de una poda de cerezos en Olba en el año 1969.

En el valle del Mijares aún recuerdan los más ancianos la importancia que el cultivo del cerezo adquirió en los años sesenta del siglo pasado en esta pequeña franja del territorio turolense, cuando, sobre todo desde Olba, partían camiones cargados con el brillante fruto durante un corto periodo de tiempo, comprendido entre mayo y julio. «Salía un vehículo diario con tres o cuatro toneladas con destino a los mercados de Valencia», rememora Maximino Ibáñez, un agricultor de 70 años.

Para tratar de recuperar estas plantaciones, en la actualidad prácticamente extinguidas, han surgido diferentes iniciativas. Mientras que en Olba, un grupo de emprendedores pretende llevar a cabo un proyecto de cultivo de cerezas ecológicas; en Mora de Rubielos, el Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón (CITA) pondrá en marcha este mismo invierno un cultivo experimental con una variedad de cerezo de maduración tardía. Con esta actividad, los investigadores pretenden estudiar la posibilidad de introducir el cultivo en zonas de montaña, lo que permitiría recolectar el fruto en la primera quincena de agosto, semanas después de producirse en los principales focos de cultivo.

Las iniciativas, en definitiva, buscan el renacimiento de los cerezos en la comarca de Gúdar-Javalambre, árboles que ocupaban en el año 2000 un total de 42 hectáreas de superficie, frente a las 6 hectáreas de la actualidad. De estas, cinco se encuentran en terrenos de secano, y una, en regadío, principalmente, en Olba, Mora de Rubielos, La Puebla de Valverde y Manzanera.

El cultivo del cerezo ocupa, no obstante, el último puesto en el conjunto de los productos hortofrutícolas más destacados en la provincia de Teruel, como son, por orden de volumen, el olivar, el almendro, el melocotonero, el viñedo y albaricoquero. El primero, con 22.234 hectáreas cultivadas, es el que más peso específico tiene dentro de sector. Los cerezos, con 11 hectáreas, los que menos, y, según datos de la Oficina Comarcal Agraria (OCA) de Gúdar-Javalambre, el 54% de los mismos tiene más de 20 años de antigüedad.

Sorprende, sin embargo, que, sin gozar Teruel de tierras especialmente atractivas para las plantaciones de cerezos, el valle del Mijares haya acumulado una gran tradición en este fruto. Gabriel Pérez, técnico de la OCA de Gúdar-Javalambre, sostiene que se debió a la labor desarrollada en los años sesenta por la entonces denominada Agencia de Extensión Agraria de Mora de Rubielos, con curso de formación para la potenciación de especies frutícolas. Especialmente relevante es el caso de Olba, en donde los agricultores de la zona consideran que existe un especial microclima, que convierte a sus fértiles tierras en un vergel en medio del barbecho.

Los cerezos son ahora testimoniales. La emigración de los años setenta y los elevados costes de producción que mermaron su rentabilidad, y, por tanto, su competitividad frente a otras regiones frutícolas, son algunas razones por las que las tierras fueron quedando yermas. Maximino Ibáñez recuerda el colosal tamaño que alcanzaban los árboles frutales entonces. «Una cuadrilla de 4 o 5 jóvenes nos pasábamos en un solo árbol todo un día y podíamos recoger fácilmente 300 kilos de cerezas», explica, tras asegurar que la variedad albar -«la del terreno»-, era muy apreciada en los mercados valencianos por la dulzura de su sabor.

Un grupo de emprendedores, algunos de la Comunidad Valenciana, quiere ahora dar una nueva vuelta de tuerca a esta tradición frutícola y planea poner en marcha un campo de cerezas ecológicas, al tiempo que investiga la recuperación de las variedades autóctonas y las que mejor adaptación y rendimientos presentan.

Las plantaciones comenzarán en parcelas experimentales a finales del mes de febrero. «Empezaremos con 70 u 80 frutales para comprobar la viabilidad de las variedades, pero la idea es ir aumentando progresivamente el cultivo hasta alcanzar las dos hectáreas en un futuro», explica José Luis Ribera, uno de los socios. El municipio de Olba ha surgido, según dice, como un espacio mágico para su proyecto. «Tiene buenas tierras, mucha agua y un espectacular paisaje», concluye.

De la tradición cerecera todavía queda la costumbre de la venta directa del fruto en los soportales de la carretera de Mora de Rubielos, donde los agricultores muestran en julio sus cestas de mimbre repletas de bayas brillantes, rojas o amarillas.

Más información en el Suplemento Heraldo del Campo

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión