Treinta años del atentado de ETA en los Panetes

Una furgoneta con 50 kilos de amonal y 100 kilos de metralla causó dos muertos y 28 heridos en el autobús de la Academia, y 16 peatones resultaron afectados.

Antonio Mayo, víctima del atentado, muestra la metralla que se le incrustó
Treinta años del atentado de ETA en los Panetes
A. Navarrro

Hace treinta años, mañana se cumplen, era viernes y llovía. El autobús de la Academia General Militar trasladaba la mitad de los pasajeros habituales (30 de los 55 que lo llenaban todos los días) porque la víspera había sido San Valero y algunos militares tuvieron un día de fiesta. Una furgoneta estaba aparcada con dos ruedas laterales encima de la acera e inclinada delante de la iglesia de San Juan de los Panetes. El etarra Henri Parot se encontraba a unos 50 metros del lugar, probablemente cerca del Mercado Central. Al ver que llegaba el autocar, orientó el aparato emisor que portaba hacia la furgoneta y accionó el dispositivo.

La explosión provocó "una onda expansiva por el muro de piedra de la iglesia" y "se proyectó sobre la parte delantera del autobús castrense. Tras la explosión el etarra emprendió la huida subiendo al turismo que le esperaba", en cuyo interior estaba su hermano Jon Parot.

"No se veía bien desde el Mercado Central, desde donde el asesino no pudo medir bien la curva que trazaba el autobús en los Panetes porque si llega a explotar en medio habríamos muerto todos", asume el entonces teniente Antonio Mayo, que era secretario del director de la Academia General Militar.

Aun así, el coche bomba mató al conductor civil del autocar, Ángel Ramos Saavedra, que llevaba una semana en ese puesto, y al comandante Manuel Rivera, que estaba sentado justo detrás. Este último había cogido el autobús (había tres viajes) por los pelos.

En estas tres décadas, han fallecido ya diez de los heridos.

Antonio Mayo estaba sentado en el lado derecho y vuelto hacia atrás hablando con la única mujer del vehículo, Bernardette Cañada, profesora de idiomas en la Academia. "Oí la explosión y me tapé la cara. Tenía heridas en todo el cuerpo y hasta me entró metralla en el trasero, que guardé de recuerdo". Mayo muestra un trozo de hierro, parte de los cien kilos que lanzó el artefacto.

La Guardia Civil y la Policía habían vigilado durante un año los recorridos de los autobuses de la Academia General Militar, pero no se había detectado ningún riesgo. El comando itinerante francés, integrado por los hermanos Parot (argelinos nacionalizados franceses y de padres vascofranceses), recibió la orden del jefe de ETA Francisco Mujica Garmendia, ‘Pakito’, de colocar el coche bomba al paso de un autobús militar cerca del Mercado Central, como dice el fallo de la Audiencia Nacional. Recibieron los itinerarios y horarios, que ellos mismos comprobaron, y concretaron el plan de ejecución en la plaza de César Augusto, frente a la iglesia de San Juan de los Panetes, porque estaba menos frecuentada. A los 28 heridos del autocar se sumaron otros 16 peatones y unos 50 comercios afectados.

Los vehículos del atentado (la furgoneta Avia, cargada con el explosivos, y el Peugeot 505 para escapar) los recibieron los etarras en el cementerio de Torrero; eran robados en el País Vasco y tenían las placas falsas dobladas.

"Me llevaron a las monjas del Pilar al principio para atenderme. Tenía heridas por todo el cuerpo y los oídos destrozados. Luego, nos trasladaron al Hospital Militar y llenamos Urgencias", recuerda Antonio Mayo, que estuvo 70 días hospitalizado y tuvo que ser operado. "Al volver a la Academia fui en coche. Y regresé al lugar del atentado para superarlo. Hasta me pusieron una multa", agregó. Cuando volvió el pasado viernes para la foto de este reportaje, se sorprendió del nuevo monumento contra la violencia sobre las mujeres, que se solapa con la inscripción relativa al atentado. Las víctimas recordarán mañana a las 19.00 el aniversario del ataque con una misa en la iglesia de los Panetes.

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