La muerte de un hijo

Los niños también se mueren. Son pocos, afortunadamente, porque vivimos en un país del primer mundo, pero aún así cada año hay críos que fallecen por culpa de un accidente o una enfermedad.


Los tumores son la primera causa de muerte entre los menores españoles. Y aunque las tasas de curación del cáncer infantil son muy elevadas (hasta el 80% en las leucemias, por ejemplo), siempre hay casos que se resisten a los tratamientos y que acaban con la vida de esos pequeños pacientes.


Hace apenas un mes, la DGA ha anunciado que a mediados del año próximo estará en marcha una unidad de cuidados paliativos pediátricos que atenderá a todos los niños que lo necesiten –unos 150 cada año en la Comunidad– y a sus familias. Esta magnífica noticia tiene, sin embargo, una cara b: ahora mismo, no hay equipos de paliativos que atiendan a los menores que mueren en su casa.


Algo que nadie cuestiona en el tratamiento de los enfermos terminales adultos no existe para los más pequeños. Y ellos –y sobre todo sus padres– deben afrontar en soledad una de las experiencias más duras que puede vivir un ser humano.


¿Imaginan lo que es ver agonizar a tu hijo sin contar con la ayuda de nadie? ¿Sin saber si le estás ayudando o si podrías hacer algo más para aliviarle en esos últimos momentos? Hay familias aragonesas que pasan por esta situación. Y aunque podrían acudir al hospital, donde la asistencia está garantizada, aguantan y se quedan en casa, porque saben que el mejor lugar para morir es el hogar, donde el niño está rodeado de sus cosas y sus seres queridos, sin extraños ni batas blancas alrededor.


En los meses que quedan hasta que los nuevos equipos empiecen a funcionar morirán varios niños en Aragón. Ojalá sean las últimas familias que se sientan abandonadas en un momento así. Una sociedad desarrollada no puede consentirlo. Es una cuestión de humanidad. Y de decencia.