Hace una década que Mario Juan, uno de los más de 1.000 cubanos que actualmente hay en Aragón, abandonó su patria con el fin de "prosperar como persona". Su núcleo familiar (madre, hermana y dos sobrinas) residían en Albalate del Arzobispo, y hacía este pueblo turolense viajó para ejercer como repartidor primero y cocinero después. Oficios que le han permitido ganarse la vida "dignamente" y permanecer más tiempo del que había imaginado.

"Llegué con el fin de reunirme con mis seres queridos y probar una nueva aventura, pero no esperaba permanecer tantos años. Tengo 54, y ahora no veo el momento de volver", explica, y recuerda las circunstancias de su salida: "El país no estaba tan mal como la gente pueda pensar. Había la misma pobreza que en otros muchos lugares. Yo, personalmente, marché por voluntad propia, aunque sé que hay personas que lo pasaron peor".

De aquella Cuba que dejó, Juan ensalza la sanidad y la educación como "los grandes logros de Fidel Castro". Siempre sin olvidar leyes como la que castiga con dureza el consumo de drogas o la que prohíbe las armas. "Es fantástico poder ir al médico gratuitamente. También que la enseñanza llegue a todos los niños. Parecen cosas sencillas, pero después ves países ricos como Estados Unidos, donde hay que pagar por que te atiendan cuando estás enfermo, y te das cuenta de su valor", indica, sin olvidar los aspectos "malos" de la dictadura.

"Hubo una época -década de los años 80, sustancialmente- en la que primaban las restricciones. No se podía ir en contra de la revolución, ni tener tus propios pensamientos políticos o religiosos", añade, aunque entiende que "con el paso del tiempo esa represión ha ido a menos".

Así, al confrontar las luces y sombras del legado de Castro, Juan no duda: "Me quedo con lo bueno. Ves puntos de África en los que no tienen ni siquiera para comer y otros en los que se suceden las guerras y dices 'hay que valorar lo que es Cuba en su justa medida'.