Salvador Baena: "Interpretar el lenguaje de los huesos, eso es antropología"

Salvador Baena Pinilla (Zaragoza, 1962) es jefe de sección del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Aragón.

La palabra forense da un poco de aprensión, respeto, casi yuyu…

Forense viene de foro, de aquello que se estudia en la administración de Justicia. Trabajamos a las órdenes del juez y en colaboración con las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado.


O sea, no para de diseccionar. De follón en follón, de lío en lío...

De todo toca… Estudiamos cadáveres en mal estado, restos esqueléticos, momias, grandes catástrofes, genocidios…


¿Qué les suele preguntar el juez?

El juez pregunta sobre la imputabilidad. En autopsias, la principal conclusión es la naturaleza de la muerte. Si es natural, judicialmente tiene escasa trascendencia; pero si es violenta, deberemos determinar la etiología médico-forense (causa) homicida, suicida o accidental.


También analiza vivos…

Alrededor del 80% de los casos son vivos. Por ejemplo, los lesionados de tráfico, accidentes laborales, violencia contra la mujer, agresiones sexuales, enfermos mentales, detenidos, presos...


¿Qué le dijo su familia cuando les comentó que quería ser forense?

Mi mujer y mis padres me miraron un poco raro. El mundo forense es ahora mucho más conocido. Antaño era prácticamente desconocido por la sociedad. Ya llevo 26 años como forense. Mi primer destino fue Tarragona. A Zaragoza llegué en 1995, ejerciendo primero en los partidos judiciales de La Almunia y Caspe. A Zaragoza capital vine en 2003.


Cerquita de La Almunia nació su caso más famoso: el cráneo del Papa Luna.

Así es. En 1999, por mi gusto y afición me fui a Sabiñán. El cráneo estaba en el palacio de los Condes de Arguillo. A mí no me permitieron estudiarlo. El caso es que al año siguiente lo robaron.


¡El extraño caso de la sustracción del cráneo de Benedicto XIII!

El robo fue en abril 2000. Se recuperó en diciembre de ese año.


No paró hasta confirmar que era el Papa Luna...

Hicimos de todo. Buscamos descendientes, pero el ADN no dio resultados. También teníamos retratos matizados artísticamente sin conocer su fiabilidad antropológica. Mandamos una muestra a Florida para Carbono 14. Y un día, leyendo en mi casa, se me pusieron los pelos de punta...


Cuente, cuente…

Leí que el busto relicario de San Valero, patrón de Zaragoza, que se halla en La Seo, fue financiado por Benedicto XIII y es el rostro exacto del Papa Luna. Solo quedaba cotejarlo con el cráneo.


¡Qué interesante!

Comencé a superponer las imágenes en dos y en tres dimensiones. Solo había algo que no coincidía.


¿El qué?

La gran nariz aguileña del cráneo no coincidía con el busto relicario: el artista retocó la nariz.


Mira que era coqueto el hijo más ilustre de Illueca…

Y de los más ilustres de Aragón. Es el único Papa aragonés.


Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor, el antipapa.

Demostramos su identidad. Incluso el cráneo ha sido declarado Bien de Interés Cultural (BIC) por el Gobierno de Aragón.


¡Hasta han hecho una película!

El documental ‘600 años sin descanso. El Papa Luna’.


Otros casos analizados por usted no han acabado en película, pero sí en portadas de telediarios…

Hay casos singulares, como el de Ricla. Es la primera vez en la historia de la Justicia en Aragón en que se condena a alguien por un homicidio en el que no apareció el cadáver, desmontando la argumentación del acusado.


El crimen de Cadrete también tuvo miga…

Descubrimos en el esqueleto cómo había sido asesinada la víctima y posteriormente descuartizada. Hay que saber interpretar el lenguaje de los huesos. Eso es la antropología forense.


¿Lo más duro que le ha ocurrido en su trajín cotidiano?

Hay situaciones dramáticas. Es durísimo hacer la autopsia de un ser querido. Pero lo peor, sin ninguna duda, es la autopsia de un niño. Es tan duro, que no hay palabra que lo defina.


Es cierto: no hay palabra ni eufemismo que anestesie ese dolor.

Existe la palabra huérfano, viuda o viudo… Pero en ningún idioma hay un término que refleje el dolor de un padre cuando pierde a su hijo. El lenguaje es natural, asociativo. Y nuestro cerebro es incapaz de diseñar una palabra así porque sería contra natura.

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