Una lavadora con forma de cafetera, la patente aragonesa más antigua que se conserva

Fue registrada en 1878 por su autor, el zaragozano Lucio de la Escosura.

Plano del invento, conservado en el archivo de la Oficina de Patentes y Marcas
Plano del invento, conservado en el archivo de la Oficina de Patentes y Marcas
Heraldo.es

Un cachivache de un metro de alto, dividido en doce partes y con una fisonomía que evoca una cafetera italiana es el invento registrado por un aragonés más antiguo de cuantos se conservan en la Oficina Española de Patentes y Marcas. Se trata de una lavadora -"aparato para colar ropas" la llama su creador, el zaragozano Lucio de la Escosura Fernández- que vio la luz el 18 de enero de 1878 y que tenía un funcionamiento más enmarañado de lo que su inventor pretendía en la solicitud manuscrita que recibió el visto bueno de las autoridades.


De la Escosura creyó haber dado un importante paso en la higiene doméstica y por eso no dudó en inscribir su idea. Recibió un privilegio de invención -el antecesor inmediato de las patentes- con una duración de un lustro y prometía, "sin echar mano de los procedimientos químicos (...) ni más ingrediente que la ceniza sola (...) hacerse una colada en el poco tiempo de tres a cinco horas, según el número de piezas de ropa y el tamaño consiguiente". En su escrito, al que ha tenido acceso HERALDO.ES, el zaragozano no dudaba de su aportación capital a la ciencia: "Dos procedimientos se han seguido hasta hoy para limpiar la ropa: el agua sola o el vapor solo; el primero, más comunmente usado, es largo y molesto en demasía; el segundo, aunque más breve, tiene poca aplicación, pues si con él se consigue dejar más limpia la ropa, la desgasta y destruye en poco tiempo. Combinar estos dos sistemas o procedimientos, obviando sus inconvenientes, contribuye al progreso y a una mejora que creemos haber conseguido".


El aparato se componía de tres cuerpos: un cubo, una pequeña caldera y un hornillo. Así lo explicaba su inventor: "El primero puede ser de barro o de madera, cuyo fondo agujereado es para colocar la ropa sobre la que se pone la ceniza colocada en un paño y sostenida por una regla de madera (sic). El segundo, la caldera, está dividido en dos partes desiguales que se comunican entre sí por un tubo pequeño que sirve para mantener la circulación dando entrada a unas cantidades de agua igual que la que asciende por el tubo central. El tercero, el hornillo, está dispuesto de manera que puedan quemarse en él toda clase de combustibles".


"Otra ventaja no menos apreciable -abundaba De la Escosura- proporcionará el uso del aparato que nos referimos. El agua que ahora, mientras dura una colada, tiene que ser constantemente echada por una persona, sube sola y cae sobre las ropas con la necesaria regularidad, sin (...) otra cosa que cuidar de que el fuego del hornillo no se apague".


Para el aragonés, "la conveniencia de este aparato para cualquiera familia por poco numerosa que sea es evidente; a lo breve que (...) es la operación y a su admirable resultado, mejora al de los sistemas hasta hoy empleados, tiene la ventaja de poder hacerse en cualquier habitación de la casa por reducida que sea y a cualquier hora del día o de la noche, puesto que para ello no hay necesidad de distraerse un momento siquiera de las habituales ocupaciones".


La manera de llevar a cabo la operación de limpieza resultaba sencilla en ojos del padre del ingenio: "Sobre el hornillo se coloca la caldera llena de agua y encima el cubo perfectamente ajustado. Encendido el hornillo, el calor que se desprende del agua de la caldera va (...) paulatinamente a la ropa por los agujeros practicados en el fondo del cubo y, cuando ya hirviendo, el agua sube necesariamente por el tubo central (...), se reparte (...) sobre la ceniza pasando por la rejilla de madera donde ésta está colocada a la ropa que, calentada ya por efecto del vapor desprendido de la caldera, (...) la alcanza. Y así, combinando los dos efectos, el del vapor por debajo y el del agua por arriba, se termina la operación en muy poco tiempo sin que la ropa padezca absolutamente nada".


El señor De la Escosura puso ese año su firma a otro invento, una máquina para la fabricación de cajas de cerillas fosfóricas, y diez años después, el 31 de marzo de 1888, hizo lo propio con "un procedimiento electrolítico para la preparación del cobre puro".

Los antecedentes

No resulta sencillo dirimir cuál es la primera patente que lleva la rúbrica de un vecino de Aragón ya que los archivos no son siempre precisos. Anterior al aparato para colar ropas hay otro registro, con fecha del 29 de noviembre de 1861, de un privilegio real solicitado por José Lostal de Tena, vecino de Zaragoza. Los responsables del archivo histórico de la Oficina de Patentes y Marcas (OEPM) explican que "sólo hay constancia de la solicitud, pero no se hizo efectiva y no se conserva ni la memoria ni los planos". Pretendía poner a su nombre una máquina con movimiento continuo.


El 26 de julio de 1865, Lostal de Tena llevó a cabo la misma operación ante el Gobernador de turno con un "aparato contador para el uso de los carruajes de punto". Tampoco queda mayor rastro de este aparejo. Por tanto, la precaria lavadora de Lucio de la Escosura pasa a ser la patente aragonesa más antigua cuyo plano y hojas descriptivas se conservan.


Aunque las mentes más inquietas siempre han procurado que se les atribuyeran los frutos de su discurrir (Isabel la Católica ya otorgó en 1478 un privilegio real a Pedro Azlor por un nuevo método de molienda de grano), la legislación no alcanzó a las patentes de manera firme hasta hace dos siglos. El 2 de octubre de 1820, se promulgó un decreto moderno sobre Certificados de Invención, Mejora e Introducción que regulaba la concesión de patentes. Estuvo en vigor tres años, los que duró el Trienio Liberal, hasta que el 27 de marzo de 1826 se aprobó un Real Decreto de Privilegios Exclusivos de Invención e Introducción a partir del cual los inventores siempre han estado protegidos en España.


El primer privilegio conservado en el archivo de la OEPM y que da inicio a una colección de cientos de miles fue requerido el mismo 27 de marzo de 1826 por el francés Jean-Marie La Perriere, antiguo intendente de víveres del ejército napoleónico, que había inventado un nuevo molino movido a brazo.

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