​Los cazadores de retablos en Aragón

Anticuarios y grandes coleccionistas esquilmaron el patrimonio español entre el XIX y el XX. La situación de algunas de las piezas perdidas y la situación en sus nuevos emplazamientos se abordarán en el Congreso de investigación de arte de Tobed el próximo fin de semana.

El magnate William R. Hearst.
?Los cazadores de retablos en Aragón

Cuántos españoles y aragoneses desconocen en sus viajes a los Estados Unidos los retazos del tesoro histórico-artístico español que se exhibe -o pervive oculto- en museos y colecciones de aquel país. El secular interés de América por la cultura europea acabó siendo devastador para el patrimonio, cuando en las décadas de expansión y pujanza económica en América entre finales del XIX y principios del XX, se desarrollaba una fiebre compradora de arte que lideró toda una generación de grandes magnates que se hicieron mecenas y coleccionistas de arte.


El banquero John Pierpont Morgan, los multimillonarios del petróleo J. P. Getty o Rockefeller, el acaudalado William R. Hearst por sus emporios mediáticos, y otros muchos nombres como Charles Deering, Albert C. Barnes, George Blumenthal, Henry Clay Frick... Estos 'barones bandidos', como los designaron indignados historiadores del momento, deseosos de dotarse de corpus artísticos, a veces sin criterio estético y con cheques en blanco, llevaron a generar un entramado profesional en la España profunda a la caza de retablos, objetos eclesiásticos, techumbres de palacios, tejidos, muebles, capiteles, ventanas... Aquello se descubrió un filón y llegó un momento en que todo era susceptible de venta. "... Extranjeros rapaces, que insolentes / habéis hecho de España una almoneda!", se lamentaba Zorrilla en sus versos en 1840, cuando ni siquiera habían empezado los capítulos más sangrantes de aquella sangría.


No es en vano que el investigador del patrimonio emigrado aragonés Antonio Naval Mas y autor del reciente volumen 'Arte de Aragón emigrado en coleccionismo USA', afirma reiteradamente que con todo el arte aragonés que hay en Nueva York se podría hacer un museo.


Parte de aquella pérdida del patrimonio, de los nuevos sentidos que adquirieron estas piezas en sus opulentos destinos y el trauma y el vacío que se abrió en los territorios de origen serán algunos de los temas que se abordarán el próximo fin de semana en el Congreso Nacional de Investigación sobre el arte y gestión del patrimonio ‘De la identidad a la re identidad’ que se celebra en Tobed.


Y también de los mecanismos de actuación y los actores de una cadena que comenzaba en la desidia, incultura y abandono del patrimonio de pueblos e iglesias y terminaba en fastuosas mansiones del otro lado del Atlántico, para mayor satisfacción de sus pudientes propietarios gracias a una cadena de intermediarios, chivatos, chamarileros y anticuarios que ejecutaban la exportación. "Se dieron cuenta de que eso era una mina y todo el mundo intentaba vender algo, en el fondo fue un problema de falta de cultura, de no saber valorar, pero no ocurrió solo en España ni en Aragón, sino en toda Europa", apunta el investigador Antonio Naval Mas. Los pueblos aragoneses no se libraron de aquella rapiña y la documentación ha demostrado que los 'cazadores de retablos' se pasearon por el prepirineo como Pedro por su casa y husmearon en palacios, monasterios y sacristías de pequeñas ermitas y también de grandes catedrales.Coleccionismo: prestigio social y afán de posteridad

Los hispanistas afincados en España Arthur Byne y Mildred Stapley fueron un conocido matrimonio que participó en esta tarea de proveer de piezas a los grandes compradores americanos, como William R. Hearst o el hispanista Archer Milton Huntington, este último en su deseo vital de crear en Nueva York un "museo con alma española" que acabaría siendo la Hispanic Society of America, inaugurado en 1904 en la isla de Manhattan.


Byne y Stapley, conocidos por su buen conocimiento del arte español y también por sus amaños para vender piezas y sus estratagemas para acallar a las voces críticas, es responsable de la salida de miles de piezas, también aragonesas, como las techumbres de Teruel, Barbastro, Zaragoza o Tarazona que hoy decoran el complejo de palacios que levantó William R. Hearst a lo largo de 25 años en San Siméon (California). Las titánicas residencias que construyó el excéntrico inventor del amarillismo hacían necesario pertrecharse de miles de objetos para revestirlas, especialmente de techos, de los que se calcula que llegó a comprar hasta 150, unos 85 de ellos españoles.


La de Hearst fue una biografía del exceso y sus deseos irrefrenables de acumular arte y de grandilocuencia le llevaron a comprar sin límites ni sentido, llegó a hacerse hasta con monasterios enteros que hizo desmontar pieza a pieza y trasladar hasta Estados Unidos, además de retablos, sillerías de coro, muebles y todo tipo de objetos por los que pagaba miramientos y miles de los cuales nunca llegó a desembalar.


Sin esa desmedida, también se caracterizó por comprar a lo grande el banquero John Pierpont Morgan, conocido como 'el coleccionista de colecciones' por hacerse con corpus enteros que salían a subasta o le ponían en bandeja avispados y avarientos anticuarios, que también acabaron haciéndose muy ricos por saber colocar a estas sagas de compradores - bien pertrechados en lo material, dubitativos a veces en lo emocional - , sus codiciadas piezas. Saciaban su sed compradora, les vendían, en definitiva, su buscado prestigio social, su afán de permanencia a través de colecciones que llevarían su sello para la posteridad.


J. P. Morgan destacó por hacerse con valiosos libros antiguos que serían el germen de la Morgan Library de Manhattan, pero entre sus miles de piezas también se hizo con la extraordinaria predela de alabastro obra de Francí Gomar para la capilla del palacio arzobispal de Zaragoza. Hoy se exhibe en The Cloisters, la sección de arte medieval del Metropolitan de Nueva York.Rapiña del territorio


Investigaciones más reciente han arrojado luz sobre el papel que tuvieron otras sagas de anticuarios que resultaron letales para esquilmar el tesoro español, como el caso de los Harris, voraces compradores por cuyos negocios de Madrid y Londres pasaron piezas aragonesas como los retablos oscenses de Perarrúa, Riglos o de la iglesia de la Magdalena de Huesca, entre otras.


Más sangrante fue el papel de los Martínez Ruiz, pues se calcula que solo ellos contribuyeron a la venta de más de 21.000 objetos de arte español que rapiñaban en el territorio y vendían en las subastas de Nueva York, centro mundial del arte en la primera mitad del pasado siglo. Gracias a las investigaciones de Antonio Naval más sabemos que un techo del Patio de la Infanta, un tríptico de Casbas, un retablo de Bagüeste, tejidos de Tarazona, capiteles de Jaca, artes decorativas de Teruel, numerosas tablas sueltas y hasta un cubrecamas de Zaragoza fueron algunas de las piezas que se desperdigaron por el Nuevo Continente en sus transacciones.


El anticuario francés afincado en Madrid Émile Pares, los hermanos Montllor, Jacques Seligman, los Wildenstein o James H. Dunveen fueron otros grandes comerciantes de arte de la época. En algunos casos está documentado el paso de arte aragonés por sus negocios, y en otros no, aunque no es descabellado pensar que ocurriera ya que muchas veces la procedencia de las piezas se desconocía, u omitía. "Émile Pares fue de los primeros que exportó, aunque no fue el que más, pero pronto debieron darse cuenta de que era mejor evitar poner de dónde eran las piezas. En algunos catálogos se dice, en otros hay fotografías y permite deducirse por aproximación, pero otros eran solo listados", comenta el investigador Naval Mas.


Las formas de actuar en aquel contexto de expolio, tráfico de piezas y especulación marcado muchas veces por el anonimato en las compras y la información falsa y equivocada, supone que muchas obras se dispersaron sin identificar ni saberse su procedencia, quedando aún muchos interrogantes para el mundo de la investigación del patrimonio.


El catedrático José Miguel Merino de Cáceres, uno de los mayores expertos en el expolio del tesoro artístico español, abordará en el Congreso de Tobed del próximo fin de semana algunas expediciones increíbles llevadas a cabo para trasladar fragmentos arquitectónicos y partes de edificios hasta los Estados Unidos dentro de aquel furor comprador que no se acotó decididamente hasta bien entrado el siglo XX. Merino hablará de piezas aragonesas y de otras historias truculentas, algunas de las cuales aún no han encontrado respuestas pasada casi una centuria, como la del patio del palacio de los Condes de Ayamans de Mallorca. Se vendió, se desmontó, se embarcó en el paquebote Jaime I hacia Nueva York y ahí se pierde la pista. "Es un caso muy curioso, era un patio mallorquín complejo e interesantísimo, lo tengo pendiente porque se lo he prometido a una nieta suya", comenta Merino de Cáceres.

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