​País de listos

Cuando Valeriano se coló en el tranvía no imaginaba que la situación se desbordaría hasta el extremo de acabar en los calabozos de Zaragoza. De haberlo sabido nada hubiera cambiado, pues su determinación por convertirse en un sinvergüenza, de esos al estilo de los políticos con fondos en Suiza o en Panamá, era completa. Todo cambió en el momento en el que su amor platónico, la tonadillera más famosa del país, fue condenada por blanqueo de dinero. Durante años lucho contra sí mismo, pero al conocer que el yerno del rey era imputado, éste monárquico de 57 años, misa diaria y vida honorable, no pudo más y se derrumbó. Su primera estafa iba a ser al servicio urbano, pero no contaba con que el revisor había sido inspector de hacienda y fue inflexible, aplicándole con todo el rigor la ley. Lo que nunca salió a la luz pública fue que el revisor tuvo que reconvertirse laboralmente al haber sido cesado por malversación de fondos en la Tesorería General del Estado.



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