El verano y la luna

El calor era sofocante, un calor fuerte y acuoso. Cuando la noche hizo el aire respirable, bajamos al casco. Pensábamos que el bochorno habría congregado a la gente en torno a máquinas de aire acondicionado, pero San Juan quería fuego y estrellas.

Las calles se habían llenado de música y malabares, y el barrio de la Madalena era un amasijo de gente que alicataba adoquines y asfalto.

Yo me ahogaba en mi claustrofobia y habíamos decidido salir del barrio, cuando una algarabía de metales y percusión dio paso a una comitiva que desfilaba al ritmo enloquecido de una extravagante orquesta.

El júbilo dio aire a mi ahogo y nos unimos al cortejo; llegamos hasta la plaza donde la Seo es un sueño, y allí la música se hizo prodigio, al amor de una barra libre y la alegría desbocada.

De regreso a casa, la luna había hecho de la calle Alfonso un río limpio y claro. El verano me bendijo cuando, rebosante de felicidad, nadé en aquella fantasía líquida.

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