Invencibles

La azada levanta terrones húmedos. Buena sazón, piensa mientras los amontona para esculpir los contrafuertes del último caballón.

El olor dulzón de la alfalfa fermentada le recuerda la amenaza. La empalizada, construida con somieres estropeados, alambre oxidado y sillas desculadas, de nada servirá. La huerta está sentenciada.

Deja a un lado la azada e imagina las miles de reses chinas que se alimentarán con la alfalfa aragonesa que la multinacional cultiva en la comarca. Una sola de esas vacas, es más importante que él. Al menos eso parece significar “interés general”, en el expediente de expropiación que guarda bajo la panera.

El sabor agrio del lejano almuerzo le devuelve a la realidad. Solo queda trasplantar los plantones y la defensa estará terminada. Cuando mañana lleguen las excavadoras, serán recibidas por treinta hileras de acelgas, tomateras, repollos y calabaceras con las hojas al viento como estandartes. Treinta batallones en formación. Majestuosos. Desafiantes. Invencibles.

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