Chernóbil: una nueva vida

La catástrofe nuclear de Chernóbil ha traído hasta Aragón a un millar de niños ucranianos en familias de acogida. Hoy, muchos de ellos son ya parte de nosotros.

Máscaras de gas y una muñeca abandonadas, en la ciudad ucraniana de Pripiat, a 3 km de la central nuclear. Máscaras de gas y una muñeca abandonadas, en la ciudad ucraniana de Pripiat, a 3 km de la central nuclear.
Máscaras de gas y una muñeca abandonadas, en la ciudad ucraniana de Pripiat, a 3 km de la central nuclear. Máscaras de gas y una muñeca abandonadas, en la ciudad ucraniana de Pripiat, a 3 km de la central nuclear.
Javier C. Escalona/efe

Con una voz dulce, pero firme, Maryna explica cómo tuvo que esperar hasta los 10 años para encontrar a su verdadera madre, María José. "Ella lo es todo para mí. Hace de padre, de madre; tengo tíos, tías, primos y también abuelos, a los que quiero muchísimo. No tengo ningún contacto con mis padres biológicos, ni me gustaría, esa mujer solo me dio una vida.


"Mi verdadera madre es la que tengo a mi lado". Y lo cuenta con algún silencio, evitando lo poco que quiere hablar de ello. Maryna Cherevychna tiene 20 años y hasta los 5 años vivía con sus padres y su hermano menor en Tarashcha, una ciudad de la región de Kiev. No recuerda tener una mala vida, pero "con la crisis, el paro... mis padres comenzaron a beber, llegó un momento en el que no podían mantener a la familia y nos llevaron al orfanato". Y ese fue el primer momento en el que su vida comenzó a cambiar. El segundo fue cuando conoció a María José García Mendiola, una maestra que siempre sintió la necesidad de hacer algo por niños como Maryna. "Ella ha sido un regalo de la vida, de esos que no esperas. Me aporta ternura;me siento querida, y soy útil para alguien más".


Maryna es uno de los más de 1.000 niños a los que ha ayudado desde hace 20 años la Asociación Asistencia a la Infancia (www.alainfancia.org), creada para el acogimiento temporal no preadoptivo de niños necesitados de Ucrania. Una asociación que nació cuando, diez años después del terrible accidente nuclear de Chernóbil, originado un 26 de abril de 1986, "el Gobierno ucraniano lanzó una petición de ayuda a toda Europa", explica Eduardo Puente, su presidente. "Ese año, en 1996, a través de una asociación de Madrid vinieron varios niños a Aragón y las familias que los acogieron decidieron crearla". Todos los menores que vienen tienen carné de afectados de Chernóbil, "porque, aunque no estaban allí, sí sus padres, abuelos; o son de zonas próximas al área del accidente", indica, explicando que apenas saben qué es lo que pasó hace treinta años. Todos, también, proceden de familias desestructuradas que encuentran aquí el afecto que tanto necesitan, estabilidad emocional, una verdadera familia, un futuro más alentador, y donde establecen vínculos afectivos que duran toda la vida.Acogidas

La asociación viaja todos los años a la zona y visita orfanatos y casas de acogida con los que trabaja desde hace tiempo, en contacto con las autoridades de Kiev. Se hacen dos acogidas anuales, en verano y en Navidad, aunque son muchos los que intentan alargar sus estancias y hacerlas casi permanentes para que puedan estudiar aquí, mediante un complejo proceso legal que les permite estar durante los meses lectivos. La autorización es por curso escolar, de septiembre a junio, y se debe renovar cada año la documentación, tanto en España como en Ucrania. Algunos, incluso, esperan a la mayoría de edad legal para adoptarlos, porque intentar hacerlo cuando son menores resulta casi imposible, "porque si haces la petición a Ucrania, el niño entra en adopción internacional y puede ser solicitada desde cualquier país de mundo". La madre de Maryna optó ello y traerla a estudiar. "Acabé en Ucrania el equivalente a Educación Infantil, mi vocación, y a los 19 años vine. Hago un grado superior de Animación Sociocultural y Turística", indica Maryna, quien expresa su deseo de que hermano menor, también en acogida en Zaragoza, donde viene desde los 4 años, logre poder quedarse a a estudiar, ahora que está a punto de cumplir los 18, "porque lo echo mucho de menos".


Slavick tiene la suerte de tener cerca a uno de sus hermanos, Valeri, de 21 años. "El vive en Monzón, y yo en Barbastro", explica. Tiene 18 años y acaba de ser adoptado por la familia que le acogió cuando tenía 5 y con los que vive de manera continuada desde los 12. "Mis primeros recuerdos no son buenos, lloraba y echaba de menos mi vida en el orfanato –el mismo en el que estaba Maryna–, hasta que mis padres hablaron con hermanos míos que estaban aquí y me explicaron lo bueno que esta vida tendría para mí". De un pequeño pueblo cercano a Kiev, es el menor de 6 hermanos, a quienes la muerte de su padre y el abandono de su madre les llevó a vivir en una situación de absoluta precariedad junto a una de sus abuelas, "pero mi vida cambió por completo gracias a que mi otra abuela decidió llevarnos a un orfanato. Allí fui feliz y pude venir a España. Siempre le estaré agradecido. Sigo manteniendo contacto con ella, y con quien era el director del centro, que hizo mucho por mí". Simpático y locuaz, solo tiene palabras de agradecimiento y profundo cariño para los Cerezo Mata. Estudia un grado medio de Instalaciones Eléctricas y Automáticas, "y continuaré con el grado superior de la misma rama. Después, quizá, Ingeniería Eléctrica, o intentar ganarme la vida". Reconoce que sigue la situación de Ucrania y fue de los que hace un año se movilizó con fuerza contra la posibilidad de que chavales como él fueran llamados al Ejército para ser introducidos en la zona de conflicto. "El alcalde de mi pueblo me advirtió de que si volvía en el verano de 2015 tenía la obligación de cumplir el año de mili y me podrían llevar a filas. Eso aceleró el proceso de adopción por parte de mis padres, que lo tenían decidido desde hacía mucho". "Sinceramente los primeros años me alegraba regresar a Ucrania porque no me gustaba separarme de mis hermanos, pero conforme crecía mis sentimientos cambiaron, quería cada día más a mi familia y la echaba mucho de menos. Comprendí que mi futuro estaba ligado a ella y se me hacía muy duro regresar allá".Otra vida

Tetyana Kyryakova tiene 27 años, es de un pueblo cercano a Kiev y empezó a venir a España con 9. Vive con su novio en Zaragoza y dice que gracias a la Asociación "he conocido a una familia maravillosa, los Carrera Palacín, que me han dado otra vida, otra manera de pensar, de sentir. Gracias a ellos estudié y tengo el título de Estética y ahora estoy acabando el de Peluquería". Además, trabaja los fines de semana y festivos en una fábrica. Apenas sabe de Chernóbil y explica cómo fue su llegada por primera vez a Sena, el pueblo de Huesca donde vivían; cómo todo era extraño y difícil, pero cómo, también, todo el amor que sentía le hacía cada vez más difícil regresar a Ucrania. "Yo les decía, “diremos que estoy mala y así no me voy”", recuerda. Tiene dos hermanas en Ucrania a las que ayuda, "porque ellas no tienen culpa de la vida de mis padres", que la abandonaron con 7 años y tuvieron problemas de alcoholismo.


"¿Reprocharles algo? No tengo relación con ellos", dice. "Aquí he conocido a mucha gente maravillosa, familias que me han dado mucho amor, lo que en Ucrania me faltaba, porque yo no conocía ni sabía lo que era que te quisieran. Por ello, quiero agradecérselo a todos los que han hecho y hacen algo por mí, porque me han dado lo mejor que hay en la vida".


Iryna Zakarchenko dice que sería maravilloso que pudieran acogerse a más niños aquí y poder darles otra vida. Tiene 22 años y desde hace 4 vive independiente, "porque mis padres lo han hecho todo por mí, y creo que soy yo quien debe ahora salir adelante sola. Les quiero mucho". Vivía en una casa de acogida cerca de Kiev junto a otros 13 niños, muchos de ellos también en Aragón y con los que suele quedar. Su madre les abandonó y a su padre le retiraron la custodia por su alcoholismo. Vino con 6 años, junto a su hermana mayor, a la misma familia, y ahora está aquí su hermana pequeña. "Cuando vienes, vienes sin querer; los primeros días son muy difíciles, como los primeros viajes, pero luego todo cambia y no quieres irte. Recuerdo las despedidas en el aeropuerto, todos llorando". El primer año que vine a estudiar lo pase mal, hay que adaptarse a todo, a tener amigos, al idioma que no dominas. No te sientes de ningún lado, ni de aquí ni de allí. Pero ahora mi hogar está aquí" y explica que trabaja desde hace dos años en un bar en la Plaza del Pilar y que su sueño es poner uno "que se llame ‘Ucramaña’, porque así me siento yo, donde daría comidas de aquí y de allí", aunque sigue poco lo que sucede en Ucrania, "prefiero no saber, porque las cosas allá son complicadas".

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