​El parque Grande

Me han recetado andar, y para pasear, nada como el Parque Grande de Zaragoza.


Entro en la avenida de los Bearneses, la que más disfruto. Es una cúpula en libertad, que filtra caprichosamente las estilizadas escaleras solares hacia el cielo. O... ¿por qué no?, lanzas doradas de amor divino, que a modo de terapia, se clavan en los cansados corazones de los paseantes en esta azarosa y corta vida.


El canalillo que lo acompaña está a tope de agua, será la hora de riego.

Hay bancos y bancos, bancos solitarios, abandonados, desnudos, humillados, y bancos disimulados, escondidos, atractivos, furtivos casi. Son los que me hacen guiños, mohines, insinuaciones para que me deje abrazar en su sombra sensual. Algunos ya han cazado intelectuales con su lectura, arrullados por el suave rumor de los aspersores, o simples mamíferos humanos con la mirada clavada en el infinito de su incertidumbre.


Al final cedo y me siento bajo la pérgola enroscada de rosal; aquí fueron mis primeros besos…

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