María Torres-Solanot: “Europa ha perdido su humanidad”

La fotoperiodista zaragozana refleja en el corto documental ‘La Dignidad’ la difícil situación de miles de refugiados a las puertas de Europa.

Desembarco de refugiados en la isla de Lesbos
Desembarco de refugiados en la isla de Lesbos
María Torres-Solanot

La fotoperiodista zaragozana María Torres-Solanot acaba de presentar el corto documental 'La dignidad', una trabajo en el recoge testimonios de refugiados que buscan un nuevo camino para sobrevivir en una Europa obstinada en cerrar sus fronteras a miles de personas que emprenden un viaje a ninguna parte, huyendo de la guerra y la muerte.


María Torres-Solanot refleja en 'La Dignidad' la realidad de quienes tienen que abandonar su país y a su vez sufren la pasividad y el abandono de la comunidad internacional. La obra de Torres-Solanot se presentó el 15 de marzo en La Casa de las Culturas (José Palafox, 29) junto a una exposición de fotografías que documentan la situación de los refugiados en la isla griega de Lesbos, en el marco de la Semana contra el Racismo, celebrada en este centro del 14 al 19 de marzo. La muestra puede visitarse hasta el día 31 de este mes.


Durante seis años trabajó como fotógrafa de HERALDO hasta su salto como fotoperiodista 'freelance', que la ha llevado a viajar y documentar diversos rincones del mundo y a mantener su compromiso con iniciativas como Opencameras, un proyecto de cooperación con niñas huérfanas en Sucre y de denuncia del abandono infantil, que comenzó en 2011.


-¿A quién da voz en 'La Dignidad'?

-El corto documental cuenta, principalmente con tres testimonios. El primero de ellos es el de Adil, un refugiado recién llegado a Lesbos que quiso ocultar su rostro ante la cámara por miedo a represalias hacia su familia, que todavía está en Siria. Es traductor profesional y ahora mismo está en Alemania. Le conocí cuando llegó a Lesbos porque él estaba en un campamento muy cerca de una de las playas a donde llegan bastantes desembarcos. Había sido activista en su ciudad de origen en contra del gobierno y me contó varias cosas. Por una parte, la situación que había allí, en la parte del gobierno y en diferentes frentes, que no son solo dos. Es una locura. Sobre todo lo que me llamó mucho la atención, y lo que quise reflejar en el documental es el proceso que tienen que pasar con la mafia turca. Me contó cómo llegó a Estambul, el contacto con un traficante, cómo es todo ese proceso de espera en la playa y ese viaje tan peligroso.


-Las imágenes de los desembarcos también son un testimonio en sí mismas.

-Están intercaladas con otras del campo de refugiados de Moria, en Lesbos. Por una parte está Moria, que es el campo adonde tienen que llegar para registrarse y también está otro campo 'hermanado' con Moria pero mucho más humano que se llama Better Days for Moria, creado por activistas. Es abierto, con columpios, con muchísimo voluntariado y da una visión un poquito más suave de lo que es Moria, que en realidad estaba creado como un centro de detención y registro. La verdad es que las primeras imágenes, cuando ves toda la alambrada, la fila de personas que hay para registrarse... son bastante duras.


-Uno de los protagonistas de su documental es un refugiado sirio cuya imagen dio la vuelta al mundo al ser agredido por una periodista húngara...

-Me interesaba conocer a Osama Abdul Mohsen, que ahora es entrenador la Escuela Nacional de Entrenadores de Fútbol (Cenafe) de Getafe. Quería saber cómo era esa ciudad de la que él tuvo que escapar junto a su hijo Said y cómo había sido su proceso de llegada hasta Lesbos, cómo había vivido, no ya tanto la anécdota de la periodista húngara de la que él ya prefiere no hablar sino como había sido su huida y la de todos los refugiados con los que estaba por los Balcanes, por Hungría. Que le llamaran desde Madrid y le llevaran a Getafe fue un sueño cumplido pero también un shock para él porque su mujer, su hija y su hijo mayor están todavía en Turquía y no hay manera de conseguir una reunificación familiar.


-¿No pueden salir de Turquía?

-En la embajada no les hacen caso, no les escuchan, les dicen que hacen falta papeles y les ponen muchas trabas. Osama Abdul Mohsen tiene todo el apoyo y toda la estabilidad aquí en España pero la mitad de su familia está en Turquía en la pobreza. Eso le provoca mucha angustia porque le dijeron que iban a tardar un mes, han pasado seis y la cosa está muy parada. Su familia está en Turquía malviviendo como puede.


-Una parte de 'La Dignidad' transcurre en Zaragoza...

-Para completar un poco la visión de todo lo que pasa con los refugiados quise contactar con uno que llevara tiempo aquí, en concreto en Zaragoza. En este caso, conté con el testimonio de Kossi Siméon Atchakpa, un periodista refugiado político de Togo, a diferencia de los de Adil y Osama Abdul Moshen, que son refugiados de guerra. El director de la revista donde trabajaba Kossi Siméon desapareció en extrañas circunstancias. Él escribió dos artículos cuestionando la versión oficial y empezó a recibir amenazas de muerte, de tal manera que tuvo que huir de sus país.


-La integración también es un aspecto importante en la asistencia a los refugiados.

-Quería conocer el mundo emocional de un refugiado cuando ya lleva un tiempo aquí y cómo es ese proceso de integración porque creo que es algo de lo que se habla poco. Le llaman el duelo migratorio. Una vez que han conseguido una estabilidad y un cierto arraigo en otra tierra tienen que pasar este proceso, porque al fin y al cabo han dejado su tierra natal, sus amigos y su familia. No saben si los volverán a ver y además tienen que adaptarse a una nueva lengua, costumbres, amistades... En el caso de muchos refugiados y emigrantes lo que ocurre es que tienen un retroceso profesional. En el caso de Kossi Siméon, es periodista con amplia experiencia y aquí, de momento, no ha podido ejercer el periodismo.


-¿En qué momento de su carrera decidió involucrarse en la cooperación y el periodismo social?

-Enfoqué mi trabajo en derechos humanos a partir de 2011 con el proyecto Opencameras, en Bolivia. Ahí entré en contacto con las realidades más vulnerables y a partir de entonces me focalicé en crónicas y retratos de personas que estaban en una situación de vulnerabilidad, cercanos a un conflicto tanto de guerra como social. Empecé con los refugiados en septiembre de 2015 cuando me encontré en Budapest, en la estación de Keleti, con miles de personas retenidas. Las autoridades no les dejaban viajar. Tenían un billete comprado y les retuvieron sin poder entrar en la estación, sin ningún tipo de asistencia humanitaria. Eso me impactó muchísimo.


-Nadie esperaba ver algo así.

-Estamos hablando de Hungría, que se supone que es un país europeo. Vi que los derechos humanos no se respetaban en absoluto, se les humillaba constantemente, no había ningún tipo de asistencia por parte institucional. Siempre tengo que decir que, al final, la sociedad civil se ha adelantado y que se formó un grupo de ayuda en Budapest en los bajos de la estación con ciudadanos que se pasaban las 24 horas ayudándoles. Tolo lo contrario que las autoridades, con un despliegue de antidisturbios, un maltrato psicológico muy fuerte y cero asistencia. Después, en diciembre me fui a Lesbos porque quería ver cómo llegaban desde Turquía y lo que estaba pasando allí.


-¿Por qué decidió grabar imágenes en movimiento además de capturarlas con su cámara?

-Hasta ahora siempre había hecho imagen fija, también hace tiempo que empecé a redactar porque al ir sola necesitaba completar todo el proceso. No voy con un redactor, con lo cual, poco a poco me he ido formando y redactando mis propios reportajes fotográficos. Estando en Lesbos, tuve la necesidad de grabar porque en los desembarcos era tan emocional y tan fuerte lo que estaba viendo y escuchando que pensé que se tenía que completar. Pensé que también era importante darle forma a todo esto y hacer un corto documental con los testimonios e imágenes que había visto para darle forma a una historia. Creo que son lenguajes que se complementan, no se tiene por que prescindir ni de la imagen fija ni en movimiento. Ni de la palabra. Todo está interrelacionado y es bueno utilizar los tres para contar historias.


-¿Lo ha hecho todo sola?

-En la edición me ha ayudado Rubén Vicente, un amigo fotógrafo que está más en contacto con el mundo de vídeo y sobre todo el montaje. Le di un guión, lo hemos ido construyendo y me ha ayudado sobre todo en la fase de montaje. Hemos formado un estupendo equipo. Quería que fuera un corto documental porque, aunque tenía material para mucho, el proceso se habría alargado y creo que había que dar a conocer esta realidad ya.


-¿Qué piensa del acuerdo entre la UE con Turquía?

-Se nos ha caído el mito de que la Unión Europea estaba formado por el conjunto de países que más respetaba los derechos humanos en el mundo. La manera de gestionar este tema con Turquía no tiene nada que ver con la parte más humanitaria. Hay una dejadez por parte de las instituciones turcas que permiten que haya unos traficantes y una serie de mafias muy bien organizadas que se aprovechan de los refugiados. A mí no me parece que sea la solución. La mejor manera sería hacer corredores humanitarios para no esquilmar económicamente y anímicamente a los refugiados y desde luego no tratarlos así, porque se están cargando principios de la Unión Europea como el derecho a asilo y se está traficando con vidas humanas. Creo que estos principios no estaban en los orígenes de la creación de la UE.


-¿En qué condiciones viajan los refugiados?

-Adil, y la mayoría de los refugiados con los que he hablado, me contaba que en muchos casos los traficantes decían: “En la barca irán 30 personas”. Y cuando llegaban a las playas para embarcar había el doble de gente, el doble de peso para una embarcación que en cualquier momento se puede convertir en un ataúd. Si alguien protesta o dice algo en contra es amenazado con un arma por los traficantes, porque van armados. Sacan metralletas o pistolas delante de los niños, de las familias, delante de todos, y obligan a la gente a subir al bote. En todo ese proceso en el que les llevan de Estambul a Izmir, y de allí hacia las playas no les tratan como seres humanos. Les golpean, les gritan, están, en palabras de Adil, “en manos de ellos hasta que llegan a Grecia”. Por eso muchas veces nos decían: “Lo peor no ha sido Siria, sino Turquía”.


-¿Cómo se actúa cuando llegan?

-En los desembarcos se producen dos situaciones: por un lado, una explosión de dolor increíble, también por las cuatro horas y media que les cuesta hacer 12 kilómetros y por todo lo que han vivido en Turquía; pero luego, por otra parte, también hay una explosión de alegría cuando piensan que han llegado por fin a la tierra de acogida. Pero tú sabes que no, que es un paso más, pero muchos sí que creen que por fin se ha acabado el infierno.


-¿Por qué Europa y las potencias internacionales no hacen nada por resolver el conflicto sirio?

-La verdad es que no lo sé pero en ningún momento han pensado en la población civil. Supongo que hay muchísimas cosas que no sabemos, que nos cuentan por parte de medios de comunicación o de portavoces oficiales pero lo único que vemos son las consecuencias, que ahora mismo son miles de personas en Idomeni en una situación que es de vergüenza y que la UE permite. Lo que podemos ver son las consecuencias y lo que no está haciendo la Unión Europea: no preocuparse por estas personas. Ya no estamos hablando ni de bandos ni de quién es de un lado o de otro. ni de si una persona tiene o no la condición de refugiado haya o no haya una guerra en su país.


-La guerra es el principal motivo pero no el único…

-Muchos se han escapado porque estaban perseguidos en su país motivos políticos, religiosos… Separar a refugiados por clases o migrantes económicos es perverso. Estas personas arriesgan su vida e invierten todos sus ahorros porque no les queda otra salida. Entre ellos hay muchos bebés, niños… pero lo que te impacta profundamente es ver a personas mayores discapacitadas, de 70 y 80 años, saliendo de un bote con los pies mojados en sillas de ruedas o con muletas. Eso te da la dimensión de que realmente la huida es lo único que les queda. Que la Unión Europea no vea eso y prefiera hacer una serie de estrategias con unos y otros no te cabe en la cabeza. Las razones yo creo que no podemos saberlas, no nos llegan a nosotros pero desde luego sí que se ven las consecuencias: una pérdida de humanidad.


-En este sentido, la ciudadanía ha tomado la delantera a los gobiernos.

-En Aragón se creó un grupo de Ayuda a Refugiados porque se esperaba que llegaran refugiados, pero no han llegado. Que solo haya 18 refugiados en España desde que ha empezado todo el éxodo es increíble, siendo que hay miles a las puertas de Europa. España ahora está calladísima, no dice nada pero realmente también se les podría ayudar desde aquí. Realmente ha habido mucho material que gracias a Ayuda a Refugiados en Zaragoza ha llegado a Lesbos y eso ha sido increíble, muy importante, aunque cueste mucho transportar el material. Ahora en Lesbos hay muchísimas organizaciones pero creo que a lo mejor la ayuda es más urgente en Idomeni.


-La imagen de Aylan, ¿ha ayudado a que se tome conciencia de lo que está pasando?

-Hubo mucha polémica con esa imagen. A mí me recuerda al libro de Susan Sontag 'Ante el dolor de los demás', que analiza el poder de la imagen en situaciones de conflicto y si contar el drama, la tristeza y el dolor de los demás sirve para algo o no, si nos estamos haciendo espectadores y acostumbrándonos a ver eso como una pantalla o si realmente sirve. Lo que dice Sontag es que al final es importante que estas imágenes sigan llegando porque si no, no habría memoria y eso es muy peligroso. Si está pasando algo que realmente atenta contra los derechos humanos, no se cuenta y no hay imágenes, la impunidad va a ser mucho mayor.

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