Orfidal a los 14 o la psiquiatrización de la vida reportaje

El 14% de los adolescentes ha tomado alguna vez sedantes, un dato preocupante que se asocia a una sobremedicación para afrontar problemas cotidianos.

Vivir duele, a veces. Y hay que entrenarse para afrontarlo. Porque si no, suele ocurrir que la química, vestida de pastilla, somnífero o, por qué no, de droga dura; se convierte en una peligrosa muleta desde edades cada vez más tempranas. Así lo refleja la última encuesta sobre uso de drogas en enseñanzas secundarias en España, que dice que el 14% de los adolescentes aragoneses de entre 14 y 18 años han tomado alguna vez hipnosedantes como Orfidal, Lexatin, Valium o Tranquimazin.


La cifra va en descenso (ha pasado de rondar un 17% en 2010 al 14,4% actual) y es menor que la media española; pero los expertos coinciden en que hay razones para preocuparse. ¿Cómo consiguen estos adolescentes la medicación? ¿Sufren todos patologías psiquiátricas? ¿Qué lleva a un chico de 16 años a tener Valium en la mesilla?


Hacerse con la pastilla que ayuda a dormir o a no pensar tiene su camino. Los hipnosedantes necesitan receta y pueden prescribirse en la consulta de cabecera. Sin embargo, médicos de familia consultados por HERALDO consideran que "es completamente atípico" que un colega los recete a un paciente menor de edad. "Tal vez si hubiera una contractura grave y muy dolorosa podríamos plantearnos recetar Valium a un adolescente", explica una facultativa que, tras décadas de oficio, asegura que nunca le ha sucedido. Es cierto que la encuesta no detalla cuáles fueron los problemas para los que se recetaron estos fármacos, que muchas veces se usan como relajantes musculares, como el Diazepan.


Sin embargo, se da por hecho que, en muchos casos, el consumo no fue motivado por un tema muscular, sino psicológico. Si a esto se suma que, según el estudio, un 6,5% de los que reconocen haber consumido estas sustancias alguna vez en su vida lo hizo sin receta, el escenario es aún más complicado, porque es muy difícil que a un menor de edad le vendan en la farmacia un Tranquimazin sin receta. El hogar es, entonces, un lugar donde buscar respuestas.


"El consumo de hipnosedantes ha crecido mucho, y no solo a estas edades. Hay una sobreprescripción y seguramente una medicalización de los problemas de la vida sobre la que la crisis también ha pesado", explica Luis Gascón, jefe de servicio de Promoción de la Salud y Prevención de la Enfermedad de la DGA. Aunque en Salud Pública esperan que la tendencia siga a la baja, no obvian una hipótesis que es compartida por los médicos de cabecera: con demasiadas pastillas en los hogares, pueden darse situaciones que lleven a los padres a dar ‘un poco’ a un hijo demasiado nervioso o con problemas para dormir. También puede ocurrir que el adolescente eche mano, a escondidas, de las pastillas, aunque solo sea para probar.


Recurrir a ellas sin una indicación es peligroso, por su poder adictivo y porque la mayoría son "problemas y no enfermedades" normales en la vida que, a juicio de los psiquiatras, pueden resolverse con tiempo, ejercicio físico, diálogo, actitud positiva o menos pantallas (en el caso del insomnio). Y cuando, a pesar de todo, cuesta salir, sí que podrían mejorarse las herramientas del sistema. Pedro Ruiz, jefe de Sección de Psiquiatría Infanto-Juvenil del Clínico, cree que los sedantes "son una opción terapéutica válida en la adolescencia con control médico si son bien utilizados", pero que habría que invertir más en la red comunitaria de atención a la salud mental de niños."Dos cachetes a tiempo"

A falta, a menudo, de una enfermedad real detrás de estos problemas, algunos psiquiatras apuntan a desencadenantes como el miedo al sufrimiento, la baja tolerancia a la frustración y la sobreprotección de unos menores que crecen sin límites educacionales. Vicente Rubio, jefe de servicio de Psiquiatría del sector I y del Hospital Provincial, insiste en que esta "falta de entrenamiento ante la frustración o a episodios de la vida duros, pero normales" hace que se quiera resolver con química procesos que no tienen su raíz en una auténtica depresión o un trastorno más complejo.


"Muchos casos no son trastornos de personalidad, sino de conducta, derivados de una educación pésima a los niños desde que nacen. Estos se hacen jóvenes muy maleducados, desconsiderados, irrespetuosos y profundamente individualistas", explica. "Después de ser criados en un ambiente hiperprotector, cuando llega la frustración buscan vías de escape", añade. Esto es también un caldo de cultivo para actitudes machistas.


Aunque sabe que tiene mala prensa, ofrece este consejo: "Dar dos cachetes a tiempo es a veces necesario, en el sentido de poner límites. Hay cosas que hay que regular, como cuándo dejan el chupete o las normas básicas de la casa y en sociedad. No es ser autoritario, sino tener autoridad".


Javier García Campayo, psiquiatra del Servet, también cree que situaciones como rupturas o despidos se han "psiquiatrizado". En su opinión, en estos casos serían más eficaces las intervenciones psicológicas, pero su coste las hace más inaccesibles.


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