Contactos y estrategias

?Las elecciones han dado paso a un ajustado resultado que obliga a un nuevo entendimiento entre las diferentes fuerzas políticas. El mensaje de los votantes invita a los partidos a alcanzar acuerdos y a aplicar renuncias en beneficio del interés general.

Tras los resultados llega la escenificación, la teatralización y defensa de las posturas partidistas supuestamente irrenunciables y que marcan cara al patio de butacas las infranqueables líneas rojas. Un proceso natural previo a toda conversación política y que tan solo busca situar a las partes en la mesa de negociación. No habrá gobierno del PP si los socialistas no se abstienen, al igual que tampoco será posible un Ejecutivo con Pedro Sánchez si la exigencia pasa por convocar la consulta catalana que reclama Podemos.


Porque Pablo Iglesias también tiene que atender a los suyos –en especial a Ada Colau– y a las distintas mareas que han llegado al Congreso bajo un paraguas común, pero que mantienen vida propia al margen de la dirección de Podemos. Las exigencias y pleitesías internas son parejas en todos los partidos.


El terreno de las especulaciones está abonado y existe coincidencia en la naturaleza prescindible del adversario. En el ámbito de la rumorología, se teoriza con un posible y negociado apoyo de los socialistas al PP, siempre y cuando Mariano Rajoy no ocupara la presidencia del Gobierno, bajo la premisa de ofrecer en público sacrificio una pieza reconocible. Es así como se plantería, en justa correspondencia y por parte de un sector del PP –también alguna voz se ha escuchado en el PSOE–, la salida de Sánchez.


De hecho, la diferente visión sobre las negociaciones entre Susana Díaz y el secretario general socialista muestran una evidente tensión que ha abierto el debate hasta de la propia continuidad de Sánchez. Podemos habla incluso de la búsqueda de un ‘hombre bueno’, una personalidad de prestigio para La Moncloa.


Mientras, la bola de nieve de las conjeturas crece y crece, y aunque todos los partidos coinciden en rechazar una nueva convocatoria electoral –una posibilidad que enfadaría al electorado hasta niveles insospechados y que, a buen seguro, generaría consecuencias imprevisibles en los partidos–, se sigue construyendo la idea de un gobierno reformista con una duración máxima de dos años, con acuerdos cerrados con los socialistas (reforma laboral, educación, cambio de la Constitución, etc.) y que al término de este periodo desembocase en unas generales.


Bajo esta mirada, y mientras Ciudadanos idea un acuerdo a tres bandas dejando fuera a Podemos, el papel de Sánchez ha adquirido especial complejidad. Una aproximación sin condiciones al PP sería duramente castigada por un sector de su electorado y, especialmente, por Podemos, que rápidamente denunciaría una pinza del bipartidismo para marginar a las formaciones emergentes.


Igualmente, anclar la postura de los socialistas en un simple no a un entendimiento con Rajoy desorientaría a otra parte de sus votantes y generaría una imagen confusa de la formación ante Europa. La decisión de Sánchez, que aún no se encuentra tomada y que está viéndose matizada por las permanentes presiones y peticiones de los barones del partido, navega entre la duda del corto y el largo plazo, y queda afectada por su convencimiento personal de que las opciones para alcanzar la Moncloa se presentan en contadas ocasiones. En cualquier caso, hoy tendrá que enseñar sus cartas en la decisiva reunión que mantendrá con los líderes territoriales en vísperas del comité federal de mañana.


El proceso de maduración de la opinión pública también juega un papel protagonista. La tensión negociadora posee sus tiempos y exige de negativas rotundas, de propuestas imposibles y de una narrativa maximalista que suele terminar por limarse, pero que requiere de un construido caldo de cultivo. Los partidos buscarán llevar a los medios de comunicación hacia ese extremo para que las renuncias y los giros que en origen se mostraban imposibles resulten justificados.


Lejos aún de esta tensión, la deriva secesionista catalana servirá para acelerar los puntos de encuentro. Si en algo ya han coincidido Rajoy y Sánchez es en que cualquier pacto quedará ceñido al respeto constitucional. Por ello, tanto PSOE como PP, al igual que C’s, saben que una vez formado el Gobierno de la Generalitat el contador de la negociación comenzará a correr a un ritmo mucho más veloz.

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