Voluntarios en navidad de corazón, gracias

Restan el tiempo dedicado a sus familias para ayudar a los demás. En comedores sociales, en centros de asistencia, en gestiones médicas... Y suman, entre todos, un imbatible espíritu navideño.

Julieta Viñuales (izda.) y Asunción Gella son voluntarias de la Cruz Blanca de Huesca. Esta Nochebuena estarán con los usuarios durante la cena. Cantarán villancicos, escucharán confidencias... Para ellas, es su segunda casa.
Julieta Viñuales (izda.) y Asunción Gella son voluntarias de la Cruz Blanca de Huesca. Esta Nochebuena estarán con los usuarios durante la cena. Cantarán villancicos, escucharán confidencias... Para ellas, es su segunda casa.

El comedor social de la parroquia del Carmen, en Zaragoza, lleva meses desbordado. De las 150 comidas diarias que repartía, se ha pasado a casi 200. Y las manos de los más de cien voluntarios que cocinan, reparten y atienden son más necesarias que nunca. El comedor nunca para, y mucho menos en Navidad. "Este año cae en viernes y aquí estaremos, como un día más. Entraremos a las 10.00, saldremos pasadas las 15.30, y habremos servido las 200 comidas", resume Carmina Sinués. Está casada, tiene tres y hijos y cuatro nietos, y no podrá estar con los suyos en una fecha tan señalada, pero no se plantea faltar a su trabajo como voluntaria en el comedor, como tampoco lo dudan sus compañeras Margarita Esteban y Carmina Layús. "Es una acción necesaria, que quizá pasa desapercibida pero que de no existir supondría dejar a muchas personas sin su única comida caliente del día –dice Margarita Esteban–. Ylo hacemos con ilusión, no hay ningún compañero que proteste, más bien al contrario. El comedor es muy gratificante". Y Carmina Layús, que es la más veterana de todo el equipo de cocina, asegura que su familia ya está acostumbrada a retrasar la comida navideña "hasta la hora que sea".


La crisis ha tenido un importante efecto rebote en el voluntariado de Aragón y del resto de España. Se calcula que desde que comenzara, a principios de 2008, ha aumentado más de un 20% el número de personas que dedican sus horas libres a ayudar a los demás sin obtener remuneración alguna. Ceden su tiempo, incluso sacrifican reuniones familiares, por cumplir una labor social, ya sea atender en comedores, colaborar en centros de inserción y atención sanitaria, crear grupos de protección civil, o sostener instituciones como el Teléfono de la Esperanza.


Para Carmina Sinués "el comedor supone una ayuda muy especial. Existen diversas maneras de apoyar a los que lo necesitan, pero dar de comer es la labor más cercana y necesaria. La gratificación es casi instantánea, no importa que durante horas estemos de pie preparando comida para casi 200 personas. Ves directamente el bien que les hace esa comida caliente que reciben, ese rato de normalidad que viven en el comedor. Y notas el cariño, ya sea en la mirada o de palabra". Para Margarita Esteban, ese es el mejor premio. "Confieso que no me gusta cocinar. Nunca me ha gustado, y aquí estoy preparando comida para 150 o 200 personas. Pero lo hago con ilusión. Llevo aquí en la parroquia del Carmen más de ocho años y colaboro también con Ozanam, con la iglesia de San Pablo... Pero de todos los voluntariados me quedo con este".


EL DEBER CUMPLIDO. La labor de Carmina, de Margarita, y del resto de voluntarios que protagonizan este reportaje es casi siempre invisible y carece de mayores recompensas. "Poca gente la conoce, o bien la dan por supuesta o no se preguntan quién está ahí para realizar nuestra tarea. Ylos hay que nos pregunta, ¿pero tú por qué haces eso, y sin cobrar? No hace falta ni responder, tenemos nuestro premio cuando nos vamos a dormir sabiendo que lo haces con el deber cumplido", resume Juan Carlos Sánchez, voluntario de Protección Civil de Bomberos de Zaragoza. Es funcionario del Ayuntamiento, y desde 2008 forma parte del retén que atiende llamadas del 112. "Puede ser un desmayo en la calle, una pelea, una ayuda a domicilio... Son turnos de festivo y de fin de semana en los que puede pasar cualquier cosa".


El deber cumplido es la recompensa de Sánchez y de su compañero de retén, David Gil, también voluntario desde 2008. Porque las noches y festivos son momentos ingratos y muy tensos. "Sobre todo la Nochevieja. En Nochebuena la gente empieza a salir, pero es la madrugada del Año Nuevo cuando más incidentes se producen, casi todos relacionados con el alcohol. Son borracheras que derivan en desmayos o caídas, heridas por cristales rotos, peleas en las que hay que mediar o debemos acudir porque alguien ha resultado herido...", enumera Gil. Peleas en las que más de una vez han sido agredidos, o conflictos relacionados con el alcohol donde reciben insultos por parte de ciudadanos. Y, aún así, dejan a sus familias en plena celebración navideña y acuden al parque de bomberos para ponerse el uniforme, coger el ‘walkie’ y montarse en el coche en el que harán la larga ruta nocturna. Desde las 12 de la noche, y hasta las 8 de la mañana. "Es decir, desde las uvas y hasta el chocolate con churros. Y, entre medio, muchas llamadas del 112", destaca David Gil. Componen el retén 20 voluntarios, a los que se suman otros 12 de la unidad ciclista, y unos 50 que forman parte del grupo base de Protección Civil. En total, más de 80 personas que participan en servicios de atención ciudadana dentro del equipo de Bomberos. ¿Lo mejor de este voluntariado? "El saber que has podido ayudar en un momento de gran necesidad", resumen. Yen su hoja de servicios queda reflejado el esfuerzo de muchas nocheviejas:la ayuda realizada a una joven zaragozana que se hizo un profundo corte al caer sobre cristales hace dos años, la visita a domicilio para ayudar a un señor mayor que no podía moverse, o el desfibrilador que salvó la vida a un ciudadano desmayado.


Cientos de voluntarios aragoneses son antídoto contra la soledad. Su misión es acompañar, escuchar, compartir momentos... Es el caso de muchos de los más de cien voluntarios de la Cruz Blanca de Huesca, que acompañan a los atendidos por la entidad. En la Casa San Lorenzo se cuida a enfermos de sida, afectados por problemas mentales o personas que sufren la exclusión social. "En Nochebuena están unos ochenta, muy pocos se marchan a sus casas porque la mayoría no tiene una familia que les cuide", explica Asunción Gella, que lleva 19 años de voluntaria y ha estado con los usuarios todas las cenas de Nochebuena. "¿Cómo no voy a estar con ellos, si son mi segunda familia? Soy su amiga y compañera, y quiero pasar con ellos esa noche. Es una fiesta preciosa y no me la perdería por nada".


Y ayudan escuchando, riendo, cantando villancicos... "A veces no es necesario más. Son días muy difíciles, la Navidad lleva a veces a recordar, a echar de menos..., y muchos de los que residen en la Casa San Lorenzo no tienen familia. Los hay que se sinceran, que ese día te cuentan el dolor que cargan. Otros lo sufren por dentro, pero se les nota el pesar. Yo les escucho y les acompaño. Yles recuerdo que la Navidad es alegría, nacimiento, apertura...", señala Julieta Viñuales, que es voluntaria desde hace 14 años. "Y me llena de gozo cuando noto que esa pequeña conversación les ha aliviado. Es un rato de compañía, pero sirve de gran desahogo".


En la Casa San Lorenzo la Nochebuena empieza a media tarde, cuando llega la Agrupación Santa Cecilia, grupo folclórico de baile, cante y jotas. "Suelen estar una hora y es precioso, porque en la formación hay muchos niños. Los traen precisamente porque es una oportunidad para los pequeños el pasar esas horas con los usuarios y enfermos de la Casa, es bueno que sepan que hay muchas formas de ayudar, y que en la vida se pasa por situaciones difíciles", dicen. Y después, en torno a las 19.30, acude otra formación, Os Mainates, grupo de folclore tradicional oscense. Acuden los integrantes con su familia, "porque la Cruz Blanca es una institución muy querida en la ciudad de Huesca y todos quieren aportar un poquito para que los usuarios se sientan felices", asegura Gella.


COMPARTIR EL MOMENTO. Escuchar y ayudar a desahogarse es también la función de los voluntarios del Teléfono de la Esperanza en Aragón, y en Navidad aumentan las llamadas que se atienden; la mayoría, de gente que se siente sola, que no tiene con quién hablar o que se ve incapaz de comunicarse con su entorno. Pilar Gimeno ha pasado ya varias nochebuenas atendiendo llamadas en el teléfono, desde las 10 de la noche y hasta las ocho de la mañana. "Llaman, sobre todo, personas que están muy solas, o que han tenido un gran desengaño o dolor reciente. También gente que ha perdido a un ser querido y las fechas navideñas traen de vuelta de nuevo el dolor", destaca. Y reconoce que no es fácil dar consuelo, "pero lo das como sabes. Aveces dan las gracias solo porque les escuches. En realidad, los voluntarios del Teléfono de la Esperanza nunca aconsejamos, más bien al contrario. Callamos, escuchamos, compartimos y estamos el rato que la persona necesite para calmar esa angustia o la tristeza. El objetivo es que, después de hablar, esa persona vea una pequeña luz, no sienta una carga tan pesada. El desahogo les ayuda, porque nosotros no les condenamos ni les juzgamos".


Pilar Gimeno es voluntaria de esta organización desde hace ya diez años, "justo cuando me jubilé, después de dedicarme toda la vida a ser maestra. Quería sentirme útil, y la verdad es que me siento así. En realidad, venimos con la idea de ayudar pero salimos de aquí aprendiendo. A ser más comprensivos, a ser más generosos, a no juzgar tan fácilmente... Yel regalo es recibir una llamada y que te digan “gracias a vosotros estoy mejor, arreglé mi vida”".

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