La maldición Azteca

Algunos llegaron por amor, otros por trabajo, pero a todos les atrapó un país cargado de historia y de recuerdos muy vivos.

En uno de esos quiebros del destino, la vida les ha unido lejos, allá dónde sus raíces se sienten más, saben diferente y son más queridas. Donde iniciaron una nueva vida, igual, pero diferente. Allá donde quedaron atrapados por la maldición azteca, la que dice "que cuando un español viene a México, es difícil que se vaya". Y en su crónica vital se entrecruzan esfuerzos, alegrías o penas en un recorrido único. Porque da igual cómo y por qué llegaron allí; cómo y por qué siguen viviendo agarrados a dos mundos, el que dejaron y el que han construido. Se llaman Alberto, Laura, Carlos, Anun, Javier, Fernando, Daniel, Lorena, María Rosa... y son emigrantes en un mundo próximo y lejano. Unos llegaron huyendo de una guerra, otros de una crisis económica y todos han encontrado ese calor especial que les unen sus propias raíces.


Con una memoria prodigiosa, María Rosa Bergua, de 92 años, explica a Laura Gil, Alberto Mendoza, Carlos Pla y Javier Herrero su apasionante vida. Ellos son la nueva generación de emigrantes que acaban de crear el Centro Aragonés en México, un punto de encuentro surgido hace tres años a raíz de una carta publicada en HERALDO.es por Javier García. Mucho más que un lugar donde quedar, porque en apenas tres años, y uno desde su constitución oficial, se ha convertido ya en ese hogar donde dar aire a la añoranza y los recuerdos; donde celebrar San Jorge, El Pilar..., la excusa para mantener vivas las raíces del corazón.


Las mismas que vive María Rosa. Una luchadora a quien la vida la sacó de su Ejea natal siguiendo a su padre, Martín Bergua, nacido en Ballobar (Huesca), concejal de Ejea (Zaragoza) durante la Segunda República a quien la Guerra Civil le llevó a huir a Francia, República Dominicana y México. Un periplo que su mujer y sus hijos vivieron en España, al amparo de sus familiares en Ballobar, Zaragoza y Guadalajara. María Rosa recuerda con gran pasión y profusión de detalles cómo al finalizar la guerra salieron de Ejea y se fueron con su abuela a Ballobar y de allí ella a Zaragoza con unas primas donde estudió mecanografía, y después todos a Guadalajara, donde sacó unas oposiciones para el Ministerio de Agricultura.


Cómo le gustaba la música, el piano; y sus hermanos cantaban jotas "con unas voces muy potentes", dice. Su relato se detiene y entretiene relatando con minuciosidad cómo su padre se fue a Barcelona y de allí a Francia; en los cuatro años que vivió en República Dominicana para acabar en México, como tantos otros exiliados, como otros muchos aragoneses que recalaron allí, en especial cuadros políticos republicanos y una larga nómina de intelectuales.


Once años después

Se lo cuenta a esos nuevos emigrantes que la buscan para que quienes lleguen ahora sepan de su historia viva. Y ante un largo café, en su casa de México Capital, el DF, les relata cómo tardó 11 años en volver a ver a su padre. "Vinimos en un barco, ‘Montecastello’, era viejito y pequeño y era el último viaje que hacía por el océano. Tardamos 40 días en llegar a Filadelfia. Allí, mi padre nos envió un taxi para ir hasta Nueva York a recoger nuestra documentación y regresar de nuevo a Filadelfia para ir en camión hasta la frontera con México, pasando por Tulsa, Dallas, San Luis..." y así recorre la geografía de un mapa que le llevó hasta Nuevo Laredo donde abrazó de nuevo a su padre.


Dice que la vida ha sido muy generosa con ella; recuerda cómo su madre siempre cocinó comida española "porque mi abuela, que era de una familia muy buena, con dinero, tenía una fonda en Ejea y la cocinera les enseñó a sus 9 hijas"; cómo, también, encontró al hombre de su vida, otro exiliado, de Madrid, que realizó junto a su padre, siendo casi un niño, su viaje hacia esa otra vida. Y explica entre risas sus primeros años allá, el trabajo de su padre en unos laboratorios, los estudios universitarios de sus hermanos, su trabajo en la embajada de Praga.... La llegada después de sus tres hijos y el deseo de su marido por regresar a España. "Hicimos el camino inverso. Yo era una baturra bastante desarraigada por lo me había tocado vivir, pero mi marido quería regresar y ver a su familia.


Y nos fue muy mal. Era 1960 y nos quedamos en Madrid durante seis años. Mi marido vendía seguros y apenas ganaba dinero, así que mi hermano nos iba enviando de poco en poco los ahorros que habíamos dejado. Sacó unas oposiciones a un laboratorio, pero fue detenido por su pasado y su relación con otros como él. Le juzgaron y condenaron a 12 años de cárcel. Entonces vivimos gracias a lo que nos daban amigos y familiares desde México". La condena quedó finalmente reducida "a 3 años y 5 meses, por los ‘25 años de paz’ y el nuevo Papa, y a que intervino gente importante, como Antonio Correa Veglison, quien fuera gobernador civil de Barcelona. Un gran empresario mexicano le ofreció trabajo y regresamos". Entre risas dice que recuerda todo de Zaragoza, "el Ebro, el puente del Piedra, el Pilar, el paseo de Sagasta, Torrero, que era donde vivía; la calle Alfonso".


Explica que tiene 5 bisnietos y que sigue habitualmente las noticias de España en la televisión; que la muerte a los 22 años de uno de sus hijos le sumió en una profunda depresión de la que salió gracias a su pasión por la lectura, "y a la escritura. Cuando cumplí 90 años mi familia editó un libro con todos mis cuentos", dice orgullosa, y recuerda de nuevo cómo cantaban jotas en su casa, mientras recita esa estrofa tan nuestra, tan sentida, de ‘Gigantes y cabezudos’, entre el asombro y la admiración de Laura, Alberto, Carlos y Javier, cuyas vidas son tan distintas o tan iguales.


El alcalde de Ejea

El mismo camino que el padre de María Rosa lo tomó Gabriel Marco, nacido en Farasdués en 1900 y alcalde de Ejea en el estallido de la Guerra. Gabriel llegó a México en 1941, "después de pasar por un campo de concentración en Francia y por la República Dominicana". "Empezó de la nada, con su hermano Wenceslao. Se casó ya algo mayor, con una mexicana de padres canarios", cuenta Fernando, uno de sus hijos que ha heredado de su padre su profundo cariño por Aragón.


Recuerda que han venido muchas veces a España, a las fiestas de Farasdués, de Ejea, y que el pasado junio se realizó un acto homenaje a su padre en Ejea donde se presentó un libro autobiográfico –‘Memorias, acción y odisea’– sobre él. Un hombre hecho a sí mismo que levantó un imperio en México, una empresa con 1.600 trabajadores dedicada al aluminio que lleva Fernando junto a su hermano Luis y que hace unos meses abría fábrica en Valladolid, "que inauguró la embajadora de México en España", dice.


Al hablar con él sorprende el profundo conocimiento que tiene de la realidad política y social no solo de nuestro país, sino también de Aragón, del PSOE aragonés al que pertenecía su padre, y del perenne recuerdo a su tierra. "Mire –indica–, tenemos una plaza de toros en México que se llama ‘Cinco Villas’, con capacidad para 2.500 personas y que llenamos siempre. A todos los que van les pedimos que lleven algo para una casa de acogida que tenemos para 230 niños, y que lleva una monja de 85 años. ¡Y no sabe cómo lo maneja todo y a todos!", explica entre risas.


A esa plaza de toros ha ido ya parte de la nueva generación de aragoneses en México, la impulsora del Centro Aragonés en México que quiere aunar en él el pasado y el presente de la emigración, el pasado y el presente de un mismo sentir: estar lejos de los suyos. Carlos Pla es el impulsor de la iniciativa que surgió a raíz de la carta que Javier García, un zaragozano de 39 años y socio fundador del centro, escribió en abril de 2013 para HERALDO.es sobre inmigrantes zaragozanos en México. A Javier le llevó la crisis. Dedicado al mundo de la inmobiliaria, se casó en Zaragoza con una mexicana a la que conoció en España estudiando un máster. Vivieron seis años aquí.


Aquella carta tuvo una rápida respuesta. "En los comentarios, otra persona (Daniel Pardo) le decía que también era aragonés en México y dejaba su correo electrónico", recuerda Carlos, presidente del Centro, en México desde hace tres años, donde llegó como estudiante y ahora trabaja en el Banco de Santander como ‘enlace’ entre empresas españolas y el mundo mexicano. A la primera cita fueron tres, a la siguiente 7, "y todos con los iguales sentimientos, cuando estás lejos de casa tener compatriotas con los mismos temas de conversación, los mismos chistes, situaciones personales muy parecidas... hizo que antes de terminar la comida ya tuvieramos fecha para la siguiente, para celebrar El Pilar".


Así, con un singular ‘boca a boca’ se fue conectando con más aragoneses: 20 para la comida del Pilar de 2013... y el deseo de crear el Centro Aragonés, que vio la luz oficialmente el 20 de junio de este 2015. Han llegado ya a reunirse unas 100 personas, a tener más de 500 seguidores en Facebook, tener página web (http://centroaragones.mx). "Ya no solo éramos jóvenes que llevábamos unos meses o pocos años en México, comenzó a llegar gente con 40 ó 50 años en el país, hijos de emigrantes aragoneses y familias con hijos. Tenemos historias de reencuentros de compañeros de clase tras 25 años sin verse, el reciente matrimonio de dos aragoneses conocidos en México y muchas coincidencias con amigos en común".


Daniel y Lorena son ese matrimonio surgido allí, que llevan en el país 15 y 7 años respectivamente. Dos zaragozanos a los que la vida les cruzó lejos de su hogar, a quienes sorprendentemente apenas les separaban unos metros en el barrio de Casablanca, en uno de esos caprichosos juegos del destino. "Porque Daniel llegó a México como emprendedor para poner un negocio propio", explica Lorena, y ella con una beca de intercambio de la Universidad de Zaragoza. Se casó, tuvo una hija... y sus vidas se cruzaron en la recepción por el 12 de octubre en la Embajada de España, en 2013. "Un año después, también un doce de octubre, me pidió matrimonio y en octubre de este año nos casamos en la parroquia de Santa Gemma donde me bautizaron, hice la Comunión, en Casablanca, con una misa baturra y mariachis en el baile".


Por amor

El amor también llevó a México a Anuncia Muerza, de Morata de Jalón. "Conocí a mi esposo en Madrid a través de la YMCA: yo participaba en un programa de intercambio con Estados Unidos y él trabajaba para la asociación para costear sus estudios en la Complutense". Después de muchas idas y venidas desde 2004 se casaron en Zaragoza. "Mi familia es muy importante para mí. El gran reto de esos años fue combinar mi vida y mi novio en México y el cuidado de mis abuelos en el pueblo. Con mucho esfuerzo lo logré. Este es un país en el que se puede progresar si tienes buena formación y estás dispuesto a trabajar duro". Pero también llega la nostalgia. "Haber encontrado el Centro supone seguir en contacto con mis raíces, calmar un poco la añoranza y crear una red de apoyo que me ayudará a cristalizar más rápido mi proyecto de vuelta a casa", explica.


Laura Gil matiza bien sus sentimientos. Vicepresidenta del Centro, 11 años viviendo en México y 16 fuera de su Zaragoza natal –"aunque me considero de La Almunia de Doña Godina"–, cuenta cómo se fue "cuando aun estaba la peseta. Mi emigración fue casual, me ofrecieron una oportunidad en Bruselas, y no me lo pensé, luego Washington DC y en 2004 llegué a México por mi ex pareja, que era mexicana. Pero como dicta la maldición Azteca, donde dice que “cuando un español viene a México, es difícil que se vaya”, por si acaso dudaba, la vida me puso otro mexicano en el camino con el que llevo ya más de 9 años".


"Los emigrantes casi siempre nos solidarizamos con otros emigrantes, porque aunque vayas a un país, tengas un puestazo en una empresa, ganes un dineral y no te preocupes económicamente de nada, el peso del corazón solo desaparece, cuando no te queda nadie en tu país de origen y toda tu vida está en el que vives.  Y aún así, aunque no quieras ni volver, porque tu vida aquí, tu familia, hijos, amigos, trabajo... siempre tendrás un trocito de tu corazón que a veces se pone triste recordando con cariño aquellos maravillosos años de tu infancia y juventud".


Laura trabaja en Autoritas Consulting, una Consultora Tecnológica, y tiene un blog (http://emigrantesenmexico.blogspot.mx) abierto a todo aquel que llega a México y no sabe ni cómo moverse, un vademecum esencial para cualquier emigrante.


El Centro ha sido también para Alberto Mendoza una gran "ayuda para superar los momentos de melancolía que todo expatriado siente al estar lejos de su hogar, familia, amigos de toda la vida. Y es que, por mucho que ofrezca el nuevo destino, siempre se echa de menos estar con los tuyos, ir con ellos de tapas al Tubo, pasear por Independencia o el Parque ‘Grande’, o vivir las Fiestas del Pilar". Alberto es periodista político y recaló en México después de años de bregar en Madrid en la primera línea. Hoy es asesor del Sistema Público de Radiodifusión, "una corporación federal que da señal a los medios públicos a nivel nacional; y del canal de televisión pública nacional Una Voz Con Todos, donde también presento una sección semanal en el informativo y contribuyo a producir contenidos audiovisuales".


Zaragocistas

Javier Herrero nació hace 41 años en Zaragoza y conoció a su mujer en 2004, una mexicana con la que después de años viviendo entre su país, España y Reino Unido acabó en el DF. Trabaja en Unicef y procura venir una vez al año a ver a su familia con sus hijos Elí y Maya de 5 y 3 años. "¿Qué echamos de menos de Aragón? Muchas cosas, la tranquilidad de pasear por Zaragoza, el silencio y el olor de las chimeneas de los pueblos en otoño, caminar por el campo y, sí, los Pirineos. Y también un poco de cierzo", y, cómo no, las croquetas de su madre.


Explica cómo su hijo juega al futbol cada miércoles con la equipación del Real Zaragoza, y, recreando esas certeras ironías del destino, cuenta cómo hace diez días cuando estaba en una tienda del DF, una ciudad con casi nueve millones de habitantes, con su hijo vestido del Zaragoza, una persona que pasó a junto a ellos comentó eso que solo puede decir un zaragocista: "“Qué buen equipo ese”. Resultó que ¡era de Zaragoza!, se llama Jesús, trabaja en CAF y lleva apenas unos meses aquí. Ya está invitado a la comida de Navidad del Centro", que ayer tuvo lugar, con una celebración por todo lo alto.


Y así, entre el recuerdo de sus recuerdos, la nostalgia, sus conversaciones por Skype, siempre cortas; sus viajes anuales a sus raíces... acarician un tiempo precioso en sus dos mundos. Porque, como dice Laura, "pensamos que tenemos lo mejor de ambos, aprendemos a vivir con la añoranza, a llorar cuando escuchamos una jota y a echar de menos hasta el cierzo, pero, al final, un emigrante esté donde esté, como decían Los Héroes del Silencio, vive ‘entre dos tierras’ en su corazón y, cuando vuelve después de un largo tiempo, cree que las cosas han cambiado para darse cuenta que no, que quien ha cambiado es él y que, como escribió Nicolás de Bouvier, “uno cree que va a hacer un viaje, pero enseguida es el viaje el que lo hace a él”".

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