Delicados colosos

La desmedida pasión por la naturaleza puede llegar a estrangularla, especialmente si todos los aficionados acuden a un tiempo al mismo sitio y dejan su impronta en un paraje que por lo común suele ser tan maravilloso como sensible. La masificación que sufren determinados espacios naturales es ya un problema en el Pirineo y el Prepirineo y se pone de manifiesto de forma palpable en los impresionantes Mallos de Riglos. El revelador reportaje de María José Villanueva el lunes en estas páginas daba cuenta de la preocupación de los lugareños por los abusos reiterados sobre estos antiquísimos colosos de piedra que con sus imponentes paredes verticales de 300 metros dibujan una de las postales más pintorescas de Aragón. Los vecinos calculan que hasta 200 escaladores pueden concentrarse un fin de semana en la pequeña y bella población.


A la espera de que el Gobierno de Aragón concluya la tramitación para que los Mallos de Riglos sean declarados Monumento Natural –junto a los de Agüero y Peña Rueba–, el vacío legal permite de momento que cualquiera que quiera, sepa y pueda trepar por sus paredes coloque en ese espectacular escaparate volado sobre el valle sus particulares reivindicaciones en forma de pancartas ancladas en la roca. Tanto da que se hable del pantano de Yesa, la detención de un okupa o el aniversario de una importante ascensión. También inquieta la actitud de algunos aficionados con escasa conciencia ecológica, que perforan el conglomerado con sus taladros para abrir su propia vía y bautizar con nombres raros la particular sucesión de anclajes que llevan tan estrafalario orgullo hasta la cima.


Los clubes locales de montaña tienen mucho que aportar. Son los que mejor conocen las características de un macizo en el que se han gestado notables gestas alpinísticas y los más conscientes de su fragilidad y de la necesidad de respetar su avifauna, hasta el punto de evitar ascensiones donde anidan los buitres. Que Riglos siga siendo esa mítica escuela de escalada que atrae a deportistas de todo el mundo y que Aragón pueda seguir presumiendo de este paisaje de ensueño depende del uso racional y sensato que hagamos de sus agrestes, delicadas y rojizas paredes.

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